VIII. El Cambio.

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Clarke se acerca a ella para sentarse a su lado mirándola, frunce el ceño ante las palabras de la pequeña.

-¿Uhm? ¿De que hablas?- Soltó la rubia con algo de confusión mientras movía su pie derecho en el piso. Señal de su nerviosismo.

-Esta noche... necesito dormir sola, es mi decimoquinto cumpleaños... Y es hora de que me convierta en adulta.- Dijo Lexa mientras bajaba la mirada para acariciar al pequeño que parecía atento al movimiento del cabello de Lexa. -Mi modificación dolerá mucho, por favor no abras mi puerta, tampoco hagas caso a lo que escuches...- Dijo con los labios temblando antes de volver a mirarla con preocupación y decisión. -Necesito que cuides a Aden por mi.-

La rubia se tensó por completo al oír eso último. Estaba de acuerdo con que si ella lo quería, lo llevase, pero de ahí, a ella misma cuidarlo había un gran abismo de distancia. Se puso de pie de inmediato y se alejó unos pasos de ella. -No. Yo no puedo hacer eso. Déjalo dormido y ya.- Dijo con algo de dureza mientras cruzaba sus brazos y miraba hacia otro lugar.

-Amor, por favor. Es la única manera... Yo.... No podre cuidarlo esta noche.- Susurró la niña mirando a Clarke con los ojos vidriosos.

-No niña. No voy a hacerlo.- Soltó con molestia la rubia antes de irse de la habitación con rapidez. Lexa se quedó en silencio, con miedo y sin saber del todo qué hacer.

Ese día no fue muy largo para ninguna de las dos. Clarke sabía que los lobos las estaban buscando, por lo que buscó una manera de esconder los olores de ambas en el castillo, al menos de manera momentánea. Lexa por su parte iba de habitación en otra buscando ropa para Aden, y algunas cosas para ella. No habían vuelto a hablar en todo el día. Lexa no sabía como más pedirle a Clarke que la ayudara con eso.

-¿Por qué le tiene tanto miedo a cuidar a un simple bebé?- Susurró para ella mientras doblaba algunas prendas y observaba a Aden que se había quedado dormido. Era precioso, tenía unos ojos de color verde esmeralda, y el cabello muy rubio. Además de que era tan pálido como Clarke. A Lexa le encantaba pensar que el pequeño era hijo de ambas, soñaba con que Clarke en algún momento le dijese que la amaba, y añoraba con todas sus fuerzas poder besarla alguna vez.

Claro que esos, eran simples sueños de una niña ilusionada. Clarke por su parte no quería estar cerca de ella. Era una niña, y lo último que quería era hacerle daño. Si tan solo Octavia estuviese con ella... Quizá todo sería diferente.

Clarke estaba sentada sobre una de las estatuas de Gárgolas del castillo, empezaba a atardecer, por lo que el sol no la molestaba tanto. Miraba hacia el horizonte, por donde el sol se metía, y de vez en cuando miraba hacia las montanas del norte, donde solía vivir con aquella rubia y la pequeña Madi.

-Ya... Basta Clarke.- Se dijo a sí misma antes de volver a entrar al castillo. Se encontró a Lexa intentando calmar al pequeño rubio que lloraba con mucha fuerza. Lexa parecía asustada. -¿Qué pasa aquí?- Dijo acercándose a cierta distancia de ambos niños.

-No quiere comer, e intentado de todo, y no lo hace. Ya lo limpie, lo bañé, hice todo... No sé que pasa.- Lexa daba tumbos al hablar, se notaba que estaba nerviosa y preocupada. Observó el biberón que intentaba darle y se lo quitó de las manos. Puso algo en su mano y lo probó haciendo una mueca.

-¿Le diste algo de sangre aparte de esta porquería?- Preguntó mirándola con una ceja elevada, su mirada se dirigió apenas hacia los ojos del pequeño completamente rojos, era algo que apenas se podía apreciar ya que el niño cerraba con fuerza los ojos mientras lloraba. Lexa negó moviendo la cabeza con frenesí y Clarke suspiró. -No es un lobo, es un vampiro Lexa. Puede tomar leche, sí. Pero lo que necesita es sangre.- Soltó dejando el biberón a un lado.

Madre Luna.Where stories live. Discover now