UN SEÑOR DE COLOR MOSTAZA

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      Aquel día, me levanté desganada y con la cabeza a rebosar de todo tipo de pensamientos negativos. Me levanté de la cama arrastrando los pies pesarosamente con esas zapatillas tan cómodas que me había comprado el otro día y me dirigí a la cocina. Abro la puerta y pongo los ojos en blanco. ¡Había olvidado lavar todos los platos de los días pasados! Lo había ido dejando y se había acumulado... En fin, me comí un par de tostadas con mantequilla y casi corriendo al percatarme de la hora, fui a mi cuarto a adecentarme un poco: me vestí, me peiné, me puse los zapatos y por supuesto, las lentillas. ¡No soporto las gafas! Ese día tenía que pasar todo el día en la facultad... problemas de no vivir en la capital. El tren salía a las 9 y yo ya iba corriendo como siempre. Me monté en el bus con el corazón acelerado (como llegué un poco tarde, el conductor tuvo que frenar bruscamente para que yo pudiera subir) y busqué un sitio en el que sentarme al fondo, para que nadie me molestara en esa nublada mañana. Cómo se notaba que mis padres estaban de viaje. Tengo que admitir que ahorro mucho tiempo cuando ellos me llevan en coche a la estación y luego cuando salgo (muy cansada) me recogen. Total, solo iban a ser unos días, ellos también se merecen descansar y disfrutar su tiempo juntos.  

       Llegué a la estación y como de costumbre, saqué mi tarjeta recargable, bajé las escaleras y volví a subir las siguientes hasta que pude acceder al espacio donde se encontraba mi andén. Llegó el tren abarrotado de estudiantes con muchas ganas de vivir (nótese la ironía) y por fin pude acceder al interior, inundado por mil perfumes diferentes y con el aire bastante alto para ser finales de octubre. Me subí la cremallera de mi abrigo hasta las orejas y me senté en el primer asiento libre que pude divisar. Siempre me sentaba en el que iba en la misma dirección del tren porque de otra forma me daría mareos y alguna que otra náusea. Respiré e intenté no pensar que me quedaban más de 40 minutos ahí subida y más de 8 paradas diferentes de toda la provincia. Entre mis manos iba dándole vueltas a un dadito anti-estrés que me ayudaba a mantener la compostura y a dejar la inquietud a un lado. Así somos las personas ansiosas: cualquier cosa cotidiana o no, nos pone nerviosas.          

            Más aburrida que una ostra, llegamos a la segunda parada. ¿En serio habían pasado solo 10 minutos? Entonces algo llamó poderosamente mi atención. Acababan de cerrarse las puertas y un señor estuvo a punto de quedarse fuera. Con mucha agilidad a pesar de parecer bastante mayor, consiguió colarse justo antes de que las puertas automáticas se cerraran. Yo me quedé boquiabierta y no pude esconder mi asombro. El señor parecía exhausto, pero aun así tenía un aspecto muy elegante, de alto- standing. Llevaba un sombrero negro y una llamativa camisa de manga francesa de un precioso color mostaza. En la muñeca izquierda, un reloj plateado de grandes dimensiones. Desde mi asiento no podía ver qué marca era pero seguro que no era cualquier baratija. El pantalón era blanco roto, de pana. Y para terminar, unos brillantes y pulidos zapatos negros de una increíble calidad. No llevaba nada más. Para ser otoño iba bastante fresco, ni abrigo ni bufanda. En el bolsillo de la camisa, tenía un bolígrafo y en el del pantalón una cartera. Me sorprendió que no se sentara rápidamente pues parecía muy cansado. Lo que hizo fue estar unos 5 minutos agarrado a la barra de pie y cuando se sintió con fuerzas empezó a buscar una silla vacía. Se sentó muy cerca de mí por lo que pude observarlo mejor. Yo llevaba mis gafas de sol aunque el día no estuviera muy soleado porque mi vista era muy delicada y con lentillas pues más. Esa barrera de las gafas me permitía poder mirar a los demás sin que se dieran cuenta y eso es algo que me encanta. Cuando llevaba un rato examinándolo, pareció darse cuenta y me miró fijamente, sonriéndome. Yo, muerta de vergüenza, giré la cara bruscamente. 

      Después de 45 minutos monótonos, llegué a mi destino. El señor de color mostaza se bajó conmigo y desapareció entre el gentío. Me dio qué pensar y llegué a la conclusión de que no era un señor mayor convencional. Era diferente. De repente, desbloqueé mi teléfono y vi que solo tenía 20 minutos para llegar a la facultad. En ese momento dejé de pensar en aquel misterioso hombre y seguí mi camino pensando en el ajetreado día que me esperaba...

     Los días siguientes, volvió a subir y a bajar en la misma parada. Siempre llevaba la misma ropa y llegaba igual de acelerado. Yo seguía impresionándome cada día. Pero un día no volvió a aparecer y todavía sigo esperando ver a aquel señor de color mostaza que llegaba apurado al tren y actuaba como si nada pasara, yo creo que para no llamar la atención, pero eso conmigo no había servido. Por eso continúo esperándolo, verlo aparecer por aquellas puertas a punto de cerrarse.

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⏰ Huling update: Nov 03, 2018 ⏰

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