XXIV

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Había dado la orden de no detenernos hasta llegar al castillo de los archiduques. Llevamos un par de horas de viaje cuando las primeras gotas de lluvia se convirtieron en densas cortinas de agua que apenas dejaban ver. El carruaje comenzó a dar tumbos. No podía controlar el movimiento de mi cuerpo, como un juguete en manos de un mal niño iba de un lado a otro golpeándome contra las paredes. Me agarré con fuerza de la puerta y asome la cabeza por la ventana en el preciso instante en el que el carruaje volcaba.

Tenía todo el cuerpo entumecido, pero no me dolía nada lo suficiente como para tener algún hueso roto. Uno de los lacayos abrió la puerta y me ayudó a salir del carruaje. Su pie estaba colocado en una posición muy poco habitual.

-Siéntese- Le ordené- Cuanto lo lamento, tiene usted el tobillo roto.- Me alejé un par de pasos en busca del cochero y comprobé con horror que había muerto. Mientras yo estaba ahí plantada ante aquella escena, el lacayo comenzó a gritar.

-Mi señora... no es seguro que os quedéis aquí sin protección y bajo esta lluvia. Creo que lo mejor sería continuar el camino a caballo, no estamos muy lejos del castillo Duquesa-dijo intentando ponerse en pie.

-Yo desataré los caballos-le dije indicándole que se sentara. Dos de los animales cojeaban, pero los otros dos parecían estar en perfectas condiciones.

-¡Señora!-Grito en el lacayo-¡Creo que dos jinetes se aproximan a toda velocidad!  Debéis esconderos.

-No haré tal cosa-dije con orgullo.

-Señora, por favor, no sabéis de lo que son capaces los hombres. Por favor esconderos detrás del carruaje junto a los caballos, y si algo sucede... No dudéis en montar y marchaos sin mirar atrás.

-Pero...-Intenté rechistar.

-Por la memoria de vuestro padre...-Dijo suplicante.

Confiando en aquel fiel lacayo obedecí. Realmente parecía saber de lo que hablaba. Los jinetes se detuvieron junto a mi lacayo. No llegaba escuchar bien la conversación.

...

-¡Te lo diré por última vez...! -Amenazó una voz.

-No sé de quién hablan- contestó mi lacayo. Lo siguiente que escuché fue un disparo, y mi cuerpo no necesito más, automáticamente monté en el caballo y salí velozmente de allí.

-¡La duquesa!-Escuché que gritaba uno de aquellos hombres a mis espaldas.

Cabalgué sin parar bajo la lluvia, las lágrimas de mis ojos se mezclaban con las gotas y pronto no sentía mi cuerpo.
Me pareció que transcurría una eternidad hasta que por fin divisé el castillo. Una vez dentro, los criados no tardaron en avisar a Toni sobre las condiciones de mi llegada. Cuando lo vi corriendo hacia mi solo pude pensar en lo afortunada que era de tenerlo, después me dejé caer entre sus brazos y lloré liberando toda la tensión acumulada.

Me encontraba completamente seca y tapada con mantas en la que había sido mi habitación durante el tiempo que estuve viviendo allí. Contemplé a las criadas mientras vaciaban la bañera en la que había estado sumergida minutos antes y cuando estas se marcharon Toni entro en el cuerto y se sentó junto a mí. Sus ojos se clavaron en los míos, y supe que tenía miedo a pesar de aparentar tranquilidad. Yo estiré mi mano y tome la suya.

-¿ Sira?- preguntó con delicadeza- ¿Qué a sucedido?- Yo le narre los hechos, pasando por alto que Fran me había besado. Cuando las últimas palabras salieron de mi boca Toni se levantó, besó mi frente y me dijo que no me preocupara por nada, después salió de la habitación, con los ojos brillando de ira.

Llevaba un par de horas dando vueltas en la cama. Mi cuerpo ya había entrado en calor, pero yo era incapaz de conciliar el sueño. Si de normal mi mente no me dejaba en paz, en esta ocasión menos aún. Por ello, me levanté, me puse una bata y salí de la habitación. Iba caminando sin rumbo por los pasillos, hasta que me detuve ante una puerta, aquella era la habitación de Toni. Llamé delicadamente, pero nadie respondió. Decidí entrar. La chimenea proporciona una tenue luz, por lo que comprobé que allí no había nadie. No quería volver a mi cuarto, por lo que pensé en esperar ahí a Toni. Me senté en la cama, pero el tiempo pasaba y él no aparecía. Poco a poco me fui dejando caber hasta quedar tumbada sobre el colchón. El aroma de Toni me envolvió y me relajó de tal manera que me dormí.
No sabía cuánto tiempo llevaba dormida, pero me desperté cuando alguien se dejó caer bruscamente sobre la cama. Un gemido de queja se escapó de mi garganta y Toni se abalanzó sobre mí como un rayo.

La DuquesaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora