Instantes

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Instantes.

No tenía caso desear tanto recordar aquel rostro, que sí, que puede que fuese el rostro más bonito de todos los que ha visto en la rutina de ir y venir por la misma calle llena de tachos de agua de lluvia, botes de basura y botellas de cerveza fina, sin embargo, ¿Cómo podría, siquiera, hacer una comparación? Si ningún rostro le había durado en la mente más de lo que dura un diente de león en manos de un niño.

Matías, desde pequeño, aprendió a vivir con una extraña enfermedad, la cual hacía que sus recuerdos se borraran al azar, dejando únicamente los pensamientos básicos, como que el día anterior desayunó manzanas, que su padre estaba allí para guiarlo, y una gran mayoría de libros leídos, siendo estos últimos los que mejor se impregnaban en su mente.

No poder recordar, le dificultaba en gran medida hacer amigos, conocer chicas, y cualquier intento de hacer lazos con quien le parecía interesante, a pesar de esto, la gente acudía a él con la misma frecuencia que caían las hojas en invierno, unas tras otras, solo él sabía recitarse todas las poesías de Bécquer, contar las aventuras de Verne, y romperse a llorar, interpretando casi con deidad a Macbeth, mas... ¡Cuán vacío era tanta teoría sin práctica!

Siendo una mañana desgarradoramente fría de agosto, Matías tomó la única mesa con la que contaba en su rústica habitación, avanzando con presuroso paso en medio de la plaza más bella de Encarnación, donde en un viejo cuadro que barnizó de blanco, escribió "Enseño a olvidar a cambio de sus recuerdos escritos", y los jóvenes, llenos de curiosidad, se acercaban de a tres, por miedo a que sea un loco embustero con intenciones de recolectar información para causar daño, mas pronto se le conoció por lo que era, un alma pura con sed insaciable de aprender y enseñar. A qué más que a esto se debía la vida.

El proceso era simple, mientras él enseñaba a las personas la sensación exacta de no recordar a alguien, de abrir los ojos cada mañana y no tener una anécdota por contar, un amigo al que decirle lo importante que era mirar la noche con él, una joven por la cual luchar, o repetirle lo bonito que era tenerla en su vida, un sentimiento por reforzar mediante el pasar del tiempo, una desilusión que lo inspire a entender a otras personas, y decirles, que a pesar de todo, no somos más que construcciones que nunca se terminan y razones que no siempre tienen que ser comprendidas, sino amadas, mientras, la gente solo escuchaba, dejando papeles arrugados con los dolores que ellos desearían olvidar, en una caja de duraznos que él había puesto en su costado. Cerraban la tapa, y luego de sonreír o secarse las lágrimas, se iban.

Por la noche, al leer los escritos, no llegaba a comprender cómo podían haber hecho tantas, pero tantas mentiras, parecía ser que se hubiesen puesto de acuerdo y copiasen partes de un libro en cada escrito. No había corazón alguno que no hubiese probado la calidad de un beso, mujer que no hubiera recibido un "te amo" y hombre que no tomó por vez primera una suave mano, a pesar de ello, todos repetían con seguridad "Ojalá pudiera olvidarlo", no entendía cómo alguien podía tener la oportunidad de recordar tan bello suceso, de ser consciente de que su vida está tomando un camino, y que, en ese camino ,se encuentra con momentos que irán puliendo su persona, sus conocimientos, su forma de observar las cosas, y no lo disfrutase. Estaban sufriendo un proceso maravilloso, y deseaban que no hubiese sido así.

La tarde siguiente, desgastado, y sintiéndose inseguro por lo que había leído la noche anterior, tomó el cartel de su mesa, y guardando todos sus bolígrafos, decidió rendirse a aquello. Nunca tendría la oportunidad de sentir algo por una persona, y mientras doblaba el mantel de forma circular, como solo él solía hacerlo, una niña envuelta en un vestido demasiado fino para el frío que hacía, y una bufanda ancha de polar que le tapaba la boca mientras soplaba el viento, se acercó a Matías de forma presurosa y sonriente, dejándole un escrito encima de la mesa ya descubierta.

-Ya no hago intercambios- dijo el chico-.

La niña, con una inquieta calma, le explicó que no se trataba de un intercambio, agregando lo siguiente:

-Es solo que... he dado el mejor paseo del mundo esta mañana, mi abuela, entre mis útiles, me ha dejado unos dulces. He caído por vez primera de una bicicleta prestada, y me he raspado una rodilla, he acariciado un perro, y este no me ha mordido, di de comer a una rata, notando en sus ojos una inocencia que no habría percibido de no ser por ti. Porque me has mostrado que todo momento debe vivirse inmensamente, sin ninguna excusa que arrase ante la posibilidad de crear una nueva sonrisa, que no hay por qué esperar que algo sea eterno, sino hacer que pase, y que sea profundo de forma tal que te haga creer que ha tomado tu vida y la haya dividido en mil pedazos, todos estos interminables, solo tuyos, tus instantes. Quiero regalarte aquello, porque me aseguré de haberlo sentido como nunca podría volver a sentirlo.

Matías sintió como que el pecho se le llenaba de respuestas, nunca nadie le había dado una idea tan bella sobre su propia vida, y de un instante a otro comenzó a ver más con aquella idea que con sus ojos. A pesar de todo, nunca fue tan diferente a los demás, caminando siempre amarrado al miedo de hacer cosas nuevas por miedo a que no sean el mejor recuerdo, sacándoles la oportunidad de ser el mejor instante, o siquiera, de ser.

Era, entonces, absurdo quejarse de aquel pueblo tan lúgubre, siendo que, a pesar de todo, formaba parte de ese montón que olvidaba el hecho de que quien alguna vez se aventurara a regalarle un abrazo, ya le habría salvado del frío. Ya interrumpió otros planes y lo puso de prioridad quien le había ofrecido su compañía, y aunque las palabras parecieran mostrarse pasajeras, no son más que originales, y quedan donde mejor pertenecieron, pudiendo ser tan fugases como lo desearan, pero conteniendo pureza cuando alguna vez estuvieron. Habían olvidado vivir, y buscaban a quien culpar mientras los corazones se apagaban junto con las luces, y el invierno de pronto, sabía a soledad.

La niña, hecha emoción, tomó la mano de Matías con la delicadeza de un pequeño barco de papel, y fue corriendo hacia su abuela como si no existiese atadura en el mundo que la aleje de irradiar su paz. Matías nunca logró olvidarla, ella se convirtió en un instante eterno, en la gratitud de diez mil barcos alojando sueños en mantas de algodón, que no eran más que su bufanda.

Instantes.Where stories live. Discover now