Capítulo XVIII

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Abrí la llave del agua caliente y enseguida el agua comenzó a caer de la regadera. Dejé que su calidez se deslizara sobre mi piel pálida y suave, el agua recorría todas las curvas de mi delgado cuerpo, cerré los ojos para poder —tratar—, de olvidar todo lo malo, olvidar las palabras que me dijo mi hermano que atravesaban mi pecho como cuchillas afiladas.

Mientras tenía mis ojos cerrados tratando de olvidarlo todo, la imagen de mi padre vino a mi mente, eran pequeños recuerdos pero todos dolorosos, totalmente dolorosos —ya que solo son recuerdos, cosas que pasaron hace tiempo—, pero el más doloroso fue la última vez que lo vi “Descansen niños”, fue lo último que me dijo —nos dijo— antes de que lo mataran, aún recuerdo su sonrisa, llena de alegría al pasar otra navidad con su familia; con la esposa que lo hacía feliz y sus dos hijos un poco odiosos pero que le llenaban su vida de alegría.

La imagen de mi padre en el suelo decapitado se quedó permanente en mi mente. Siempre que trato de olvidarlo no puedo, al contrario, se impregna más en mi mente, es como si la vida me quisiera torturar con dicho recuerdo, es como si la vida me dijera “sufre”, y si ese es el objetivo de la vida —y tengo que aceptar que lo está haciendo a la perfección—.

Al igual que la imagen de mi padre, la imagen de mi madre sigue impregnada en mi mente, sigue ahí cuando la vi por última vez, esa última navidad que pase con ella.

Aquellas imágenes de mi última navidad con mi familia, aquellos recuerdos felices que tenía ahora solo son amargos, ya que no abra manera que los vuelva a ver, no abra manera de ver a mi hermano feliz jugando por el patio con su avión de juguete, jugando sin preocupaciones, esos tormentosos recuerdos que me lastiman día a día ya que todo esto es mi culpa.

Cuando el jabón se había desvanecido completamente de mi cuerpo, cerré la llave del agua para salir de la bañera, tomar una toalla y enrrollar mi cuerpo con ésta. Con mi mano limpie el espejo que se encontraba empañado gracias al vapor del agua caliente; me quedé fijamente viendo mi reflejo, mire mi cabello rojizo, mis ojos verdes, unos cuantos lunares que tenía en mi rostro, mis largas pestañas, mis gruesos labios color rosa.

Te pareces mucho a tu madre, eres su retrato en vivo —solía decir mi padre mientras acariciaba mi mejilla delicadamente.

«Que bueno que soy completamente parecida a mi madre, así no la olvidaré», pensé con ironía.

Aún con la vista en mi reflejo, acaricié mi clavícula donde se encontraba un lunar en forma de gota que mi madre, Noah y yo teníamos en común. Mi madre siempre dijo que ese lunar tenía forma de gota porque era una gota de sangre, la sangre que unía a nuestra familia. Pero a estas alturas llegó a creer que es una gota de sangre que derramó mi familia o problablemente sea la sangre que los asesinos de mi familia van a derramar, y no solo una gota, serán litros, los dejaré secos, los torturaré y les quitaré lo que más aman, así como ellos me lo quitaron a mi.

Salí del baño y caminé hacia los cajones que había en la habitación, saqué mi ropa interior, un pequeño short y una blusa que hacía conjunto con el short, —era mi pijama—. Coloqué crema corporal sobre mi suave piel y enseguida me vestí. Coloque crema para peinar en mi cabello y con ayuda de la secadora para cabello, sequé mi largo y ondulado cabello rojizo, ya que se encontraba seco procedí a cepillarlo.

Ya terminada mi rutina, procedí ir a la cama y recostar mi delgado cuerpo sobre el espacioso colchón de tamaño matrimonial que se encontraba en la habitación del hotel.

Me acosté boca arriba fijando mi vista sobre el techo blanco, cerré mis ojos solo unos minutos pero el sonido de mi celular indicando que tenía un nuevo mensaje hizo que abriera rápidamente mis ojos. Me levanté de la cama y caminé hacia el tocador donde se encontraba mi celular, lo encendí y había un nuevo mensaje de texto de Erik:

“¿Qué pasó con Noah? Está en el suelo con sangre en el rostro y labial”.

“Una larga historia, luego te contaré” —me límite a escribir y enviárselo a Erik.

Caminé nuevamente hacia la cama y me acosté nuevamente, pero está vez boca abajo y con todo mi cuerpo extendido sobre el colchón.

Me levanté nuevamente de la cama para poder acostarme bien debajo de las cobijas y así descansar para el día de mañana.

A la mañana siguiente, me desperté al recibir un mensaje de texto de Erik pidiendo que fuese al hospital ya que él estaba cansado por una larga noche. Me levanté de la cama y directamente fui hacia la ducha; abrí la llave del agua caliente y después la del agua fría, cuando estaba a una buena temperatura me coloqué debajo de la regadera y deje que el agua se deslizara sobre mi cuerpo.

Cuando terminé de bañarme, salí de la ducha y saqué ropa del cajón de ropa. Me arreglé como de costumbre. Ya lista salí de la habitación y comencé a caminar en dirección hacia el hospital.

Durante el camino hacia el hospital, pase por un café ya que sabía que mi hermano estaría totalmente crudo después de la borrachera que se puso la noche anterior.

Llegué al hospital y fue directamente hacia la habitación de Peter. Al entrar, vi a Erik sentado cómodamente en el sofá de la habitación y vi a mi hermano acostado sobre el piso como un completo ebrio.

—¿Ahora me puedes decir que sucedió anoche? —pregunto Erik mientras tenía su vista fijada sobre mi.

—Noah se puso ebrio, llegó y comenzó a decir tonterías, ya sabes, cosas de ebrios, eso fue todo —mentí.

—¿Y por qué tiene sangre en la nariz y en su ropa? —pregunto Erik con el ceño fruncido.

—No lo sé, estaba demasiado ebrio para contarmelo —mentí nuevamente.

El hombre lobo que tenía enfrente de mi se levantó del sofá aún con el ceño fruncido en su rostro, me miró dudosamente como si eso fuese hacer que dijera la verdad. Finalmente, camino hacia mí y me dijo:

—Mi manada y yo iremos a Italia, tenemos familia allá. Nos vemos pronto Adrienne.

Erik camina hacia la puerta, la abre y cuando estaba a punto de salir me sonrió para después salir y cerrar la puerta a sus espaldas.

Caminé hacia mi hermano y trate de despertarlo. Finalmente, después de mil intentos, conseguí que se despertara; lo ayude a levantarse para que se pudiera sentar en el sofá, le di el café y el enseguida comenzó a tomarlo.

—¿Es cierto que ibas a tener un hijo de Valeria? —pregunté después de un largo silencio.

Noah le dio un trago a su café, y con la mirada fija en el suelo se limitó a decir:

—Sí, es verdad.

AdrienneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora