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Recuerdo el verano de 1987 como si hubiera sido ayer -aclarando que fue hace 8 años y que en éste momento estamos en pleno invierno, feliz navidad, por cierto-.

En ése tiempo vivía con mi madre, papá estaba en México desde hacía 3 meses.

Mamá solía disfrutar pasar las tardes en casa de Elena, su hermana, quien vivía en el campo y estaba muy sola, supongo que ambas amaban verse por su afán de amainar el sentimiento de soledad que las embargaba.

Personalmente, odiaba ir a casa de tía Elena, me aburría con facilidad y a ella no le gustaban para nada los electrodomésticos o cualquier cosa que tuviera que ver con la tecnología, ya sabes, tostadora, teléfono, TV, heladera, ventilador, la mujer despreciaba los ventiladores.

Supongo que ya sabes la razón de mi aversión por visitar a mi tía, me moría de calor, y mi cabello quedaba horrible luego de pasar un par de horas en ese lugar. Sabes bien lo poco que me gustaba bañarme más de una vez en el día, el agua suele llevarse los mejores recuerdos cuando te lavas la cabeza.

Seguramente, y déjame aplicar mi gran conocimiento sobre tu persona, te debes de preguntar: "¿Cómo es posible sufrieras del calor si el lugar regalaba una brisa fresca que constantemente acariciaba tus mejillas?

Eso es sencillo de contestar.

Quiero creer que aún recuerdas cuanto mi madre solía odiar que yo, su frágil y única hija, pasara tiempo fuera, en el exterior, con el peligro de ensuciar su delicada nariz.

Estás riéndote a carcajadas, lo sé, te conozco, pero no te culpo, yo también me reiría a carcajadas si no fuera que estoy hablando de mi misma y que, por desgracia, hoy con 17 años sigo sufriendo por mi madre.

¡Cuánta desgracia!

Volviendo al tema, conociendo a mi madre como, estoy segura, lo haces, sabrás bien que ella no permitiría que yo estuviera durante bastante rato.

He ahí, el motivo de mi carta.

No sé si recuerdas, pero mi tía vivía en una vieja casa de dos pisos, ¿puedes ver su horrible fachada de color verde con sus muchos detalles en blancos y azules? Horripilante, lo sé. Pero tú y yo sabemos que lo que espantaba era su interior, con la palabra "antiguo" y "escalofriante" talladas en rotulo rojo, imaginario, por supuesto, en aquellas longevas paredes de tapices florales, sus muebles viejos y despintados y el incipiente olor a humedad que daba vueltas por el aire.

Lo sé, a mí también me dio un escalofrío ante el recuerdo.

Subiendo las escaleras de la casa, estaban las habitaciones, acomodadas a lo largo de un, valga la redundancia, largo pasillo con una antigua moqueta de color verde musgo, o parecido, aún no logro definir el color, ¿sabes?

Mamá solía dejarme jugar en la tercera habitación del lado izquierdo, esa la cual tenía el empapelado que era de color celeste con pajaritos blancos y una ventana eternamente cerrada que daba al bosque.

Ése verano, el calor era especialmente fuerte, era seco y quemaba la piel notoriamente, muy molesto en mi opinión.

Habría sido la cuarta vez que pasaba mi mano por debajo de mi flequillo pelirrojo, quitando la transpiración de mi frente, mi muñeca, con la que intentaba entretenerme, había quedado olvidada sobre la mullida alfombra color crema que cubría gran parte del piso de madera oscura.

Creo que olvidé mencionarlo, pero supongo que recuerdas que tía Elena le tenía fobia al hecho de abrir esa ventana, el sólo pensarlo la aterrorizaba, pero esa sólo con ésa ventana en específico, la de la tercera habitación del lado izquierdo del segundo piso, por lo que era obvio que teníamos prohibido hacerlo.

𝑆𝑡𝑜𝑟𝑖𝑒𝑠 𝑜𝑓 𝑎 𝑏𝑜𝑟𝑒𝑑 𝑔𝑖𝑟𝑙Où les histoires vivent. Découvrez maintenant