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Lance parecía un tornado en aquel local de regalos.
Revolvía las cosas en busca del regalo perfecto.
Incluso los empleados ya se estaban cansando de limpiar su desorden.
Romelle intentó pararlo, pero era imposible; seguía pensando en el regalo.
Miró suplicante a Keith, quién suspiró y se dirigió hacia el cubano.

Sin darse cuenta, Lance recibió un fuerte golpe en la cabeza que lo dejó en el suelo.

— ¿Qué..? ¿Quién? — Lance estaba aturdido, buscando de dónde venía aquel golpe.

— ¿Quién crees que es? — Keith se paró frente a él, con los brazos cruzados y ceño fruncido.

— ¡Keith!

— Imbécil, estás haciendo que Romelle y yo pasemos vergüenza. Los empleados no están para limpiar tu desorden.

— El golpe fue excesivo, Keith.. — Romelle se acercó a ellos al ver que habían atraído todas las miradas en la tienda.

— no hay otra forma de pararlo. — Se excusó.

— Lance, busquemos el regalo juntos.  — Romelle extendió su mano hacia Lance, la tomó y se impulsó hacia delante.

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— ¿Qué te parece este llavero? Es un lindo pajarito amarillo~  — la rubia le mostró el llavero, a su parecer era muy lindo.

— Romelle, está mal hecho.

— ¿En serio? A mí me parece lindo..

Keith se quedó viendo aquel llavero que tanto le gustaba a Romelle sin decir ninguna palabra.

— ¿Un listón? — Volvió a intentar con algo nuevo.

— Nah.. — Lance vago con su mirada hacia un gran estante. — ¡Un collar!

— No tenemos suficiente dinero, mira el precio.. — Keith señaló el cartel.

— ¿Un hombre de nieve? — Romelle sonreía, debía admitir que al menos ese era lindo.

— ¿Sigues con los llaveros..?

— ¡Es que son lindos! — Exclamó. — ¿No te gusta este lobo, Keith?

— Es lindo.. — Murmuró.

Lance se alejó de aquel par hacía una sección que le había llamado la atención: pulseras.

Una en particular le cautivó, era un pulsera verde entrelazada con adornos azules brillantes.

— Este es, sin duda.

Salieron de aquella tienda, los dueños le dijeron a Romelle que no vuelva a traer al "chico moreno" otra vez.  Ella se disculpó y espero en la puerta a Keith, quién dijo que iría al baño.


—Bueno, lo único que queda es que aprendas a patinar.   — Decía Keith, volviendo a la pista de patinaje.

Patinar no es tan difícil.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora