Cap.9: Helado

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Aquella mañana me puse mi vestido favorito, uno bastante simple incluso sin gracia: color vino de manga larga con patrones azul marino que me llegaba por debajo de las rodillas, unas mayas negras para disimular la inseguridad respecto a mis gruesos muslos y para evitar las miradas de morbo, y sandalias de cuero, el cabello suelto como siempre. 

Nunca tengo un plan para después del trabajo, mi rutina es la misma y sin embargo impredecible, así se constituye la dualidad, contradicción, ironía u oxímoron de mis días. Esa era la virtud reluciente actual de Marina, sacarme de las maneras más impredecibles de mi insulsa rutina. Aquella tarde no sería la excepción...

Beep beep...

Marina: ¿Me acompañas a comprar algo?

Yo: ¿El qué?

Marina: Sólo acompañame, es algo muy específico que me ronda la cabeza.

Yo: De acuerdo, nos vemos afuera de la biblioteca.

Cuanto misterio para una simple compra...

Caminamos un buen rato bajo el sol, por las calles estrechas, las mismas calles que a menudo prefería evitar, por los numerosos transeúntes, los puestos ambulantes que apenas dejaban espacio en la banqueta, los carros a los que no les importaba el peatón, no tenía la menor idea a dónde nos dirigíamos, sin embargo confiaba.

Marina: Es aquí, entra.

Yo: -sorprendida- ¡¿Una dulcería?! 

No paso mucho para que la perdiera de vista, sin saberlo (de más) me había traído al que sería mi paraíso, mis papilas gustativas hicieron lo suyo, mi mandíbula rechinó. Preferí quedarme afuera para no darme a conocer tan pronto, resistí el deseo. 

Marina: -Observando un empaque- No encontré las que quería, solo estas ¿quieres algo?

Yo: ¿Cuáles querías? No, no quiero nada, gracias.

Marina: -divertida- Las mismas pero más pequeñas.

No pude resistir la tentación, aparte tenía hambre, y largué...

Yo: Oye, estas galletas quedan perfectas con...

- ¡Con helado! - dijimos al mismo tiempo

 Nos dirigimos hacia aquella esquina, detrás de la catedral. Aquella esquina culpable de las coincidencias de nuestro andar, donde terminaba una calle para iniciar otra, siendo atravesada tangencialmente por una más. Galleta ''Abanico Mac'ma'', helados de chocolate italiano y zarzamora con crema... su compañía, aquello sabía a gloria. 

Marina: ¿Puedo recostarme en tus piernas?

Un silencio se apoderó de mi, un frío recorrió mis manos, mire en seguida hacia todos lados, el calor subió a mis mejillas hasta hacerlas sonrojar ¿qué clase de pregunta, más bien, de atrevimiento era ese? Recostarse en mis piernas en un lugar público, mi mirada seguía fija, no tuve tiempo para responder, ella ya estaba cómoda. Y aquello de espacio vital... ¿dónde quedó? 

Tenía las manos heladas, recordé a Yael... ¿y si pasa por aquí? Intente calmarme, después de todo Marina era mi amiga y no sucedía nada malo, pero ¿por qué me alteraba tanto? 
De pronto, dejé de pensar y la vi ahí, tan confiada en mi presencia, con sus ojos achinados que ahora estaban cerrados por completo, sus brazos cruzados y su respiración profunda, sus rasgos faciales pequeños, redondeados y a la vez tan prolijos, sus lunares y cicatrices. El impulso me llevó a posar mi mano sobre su cabeza, todo desapareció en ese momento hasta que su voz irrumpió...

Marina: ¿Me peinas?

Hice lo propio, o eso intentaba, su cabello era demasiado corto como para improvisar algo, me limité a solo acariciar su cabello, hacer zurcos, tomar gajos. Las risas no faltaron, su espontánea elocuencia me llevaba a doler el estómago de tanto reír.  Así se nos fueron los minutos, pasaban de las 5:00 pm Marina abrió los ojos de golpe.

Marina: ¡Debo llegar pronto a trabajar!

Caminamos a prisa hasta su trabajo, por aquella misma calle, ya no había tanto sol. Aquella tarde, la atesoro todavía.


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⏰ Last updated: Jul 16, 2019 ⏰

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