Capítulo 3

1.3K 62 1
                                    

Madrid, junio 2018.

-Me ganaste – se rio al ver como estaba sentaba con las piernas cruzadas en el sofá café que últimamente usábamos para esperar en lugar de las sillas.

Ya habían sido dos semanas en las que compartíamos estos minutos antes de mi cita y la salida de su hermano.

Cada cita llegábamos ambas más temprano.

-Me vine de frente después de clases – le contesté con una gran sonrisa.

Últimamente ya había recordado como sonreír.

- ¿Qué me estas contando? – dijo abriendo los ojos y haciendo una sonrisa partida que la hacía lucir más joven - ¿Has comido algo por lo menos?

-No tenía hambre – corte rápido su comentario.

La verdad era que yo no almorzaba casi nunca, el tema de la comida aún se me hacía complicado.

-Pero si es tardísimo.

Solo me encogí de brazos, empecé a recogerme el cabello en una coleta tratando de no darle importancia.

-Ven, vamos – me dijo poniéndose de pie y estirándome la mano – Aun faltan como treinta minutos.

- ¿Adonde? – pregunto tomándosela.

Sus manos eran grandes pero delicadas, me gustaban mucho.

-A comer algo, muero de hambre.

-Está bien.

Caminamos cada quien por su lado a la cafetería de ese piso, ella parecía conocer muy bien el edificio.

Me sentía pequeña a su costado, ocasionalmente espiaba hacia su dirección. Ella solo caminaba relajada.

Sentía un cosquilleo cada que estaba cerca, me preguntaba si ella sentiría lo mismo.

- ¿Qué te gusta? – me pregunto de pronto mientras hacíamos fila en la caja.

-No quiero nada gracias – insistí mirando mis pies, pude sentir sus dedos acomodando mi flequillo.

Al alzar la vista tenía una cálida sonrisa, pero luego su rostro se contrajo por un segundo que pareció eterno.

-Vale.

Compro un paquete de oreos y sin más volvimos a nuestra posición en la sala de espera.

- ¿Qué estudias? – me pregunto de pronto mientras acomodaba el arete de su nariz.

-Acabo de transferirme de Barcelona, estoy llevando algunos cursos en bellas artes.

-Que guay tía – me sonrió mirándome con un brillo especial en los ojos – El otro día me dijiste que tenías veinte años, pues te informo que yo tengo diecinueve... así que estamos por ahí – comento dándole un mordisco a su ultima galleta – Alba, es que hoy estas guapísima, no me había fijado en tu corte de cabello... Que guay... - repetía mirándome fijamente.

No podía controlarme un poco a su lado, no estaba acostumbrada a que me trataran así. No sabía si tomarla en serio... ¿Y si solo estaba fingiendo esa amabilidad?

Otra cosa que me sorprendía era que lleváramos varias conversaciones superficiales y hasta ahora nunca me había preguntado porque venía a las terapias con Mamen.

Es que incluso ya me estaba empezando a desesperar, ¿No se lo preguntaba acaso o no le importaba una mierda?

Seguro era más lo segundo.

-Natalia... – me aventure a decir – ¿No te has preguntado alguna vez a que vengo aquí?

Ella rio un poco tapando su rostro con sus bonitas manos.

-Pues vienes a las terapias de Mamen, obviamente – me contesto como si fuera lo ms obvio del mundo – Tía esas galletas me dieron demasiada sed.

Mire mi botella de metal que descansaba en el bolsillo de mi maleta. Se la quería dar, pero verdaderamente me daba asco que alguien bebiera de ella.

-Ten – murmure sin mirar lo que estaba haciendo.

-Gracias, Alba. Que pasada – sonrió bebiendo rápidamente – Estaba seca.

-No es nada... Como te decía... Nunca me lo has preguntado.

-Pues no – dijo juntando sus cejas – Creo que no... pero supongo que es porque nunca tocamos el tema – se encogió de hombros con una sonrisa de disculpa – Lo siento.

-No... no... solo me parecía raro...

- ¿Raro?

-Pues sí, la gente ocasionalmente se perturba bastante cuando se entera que tengo un psiquiatra y me meto pastillas antidepresivas. Y pues... tú me conociste aquí.

Lo había soltado con tal naturalidad que ni yo misma me lo creía. Ella me seguía mirando con la misma intensidad.

-Alba – me llamo tomándome de la mano y dejándome atónita – Las personas a veces no entienden que todos somos humanos – me murmuro colocando su otra mano en mi rodilla – Si no te pregunte porque venias aquí es porque sabía que conforme nos fuéramos conociendo tú me permitirías saber...Y yo de verdad te quería conocer... A veces las personas somos más que una enfermedad, o que una etiqueta... O al menos eso creo.

-Tienes razón – balbucee sintiendo como mi cuerpo se quedaba estático – Gracias Natalia, por no tratarme diferente.

- ¿Puedo darte un abrazo?... Me apetece mucho en este momento... - murmuro acercándose a mí.

No me dio oportunidad a dar alguna respuesta porque ya tenía su cuerpo alrededor del mío.

Al principio estaba tensa, ella lo sabía.

Fue gracias a ese abrazo que me di cuenta de lo rota que estaba. Su cercanía era tan calidad que me generaba una nostalgia que no entendía de donde mi cuerpo la relacionaba.

Llore.

Llore soltando un gran suspiro contra su hombro.

-Eres tan dulce Alba – me murmuro muy cerca de mi oído y yo enterraba mi rostro en su cuello sintiendo su perfume.

-Hueles bien – solté entre un sollozo y la apretaba más fuerte.

Ella solo rio mientras yo me alejaba después de ese último apretón. Podía sentir la yema de sus dedos por mis mejillas limpiándolas.

Me sorprendí mucho de ver que sus ojos también estaban irritados y unas pocas lagrimas caían por su rostro.

-Joder Alba, me pones toda marica – bromeo acomodándome de nuevo el flequillo.

Ya eran dos veces que lo hacía, las dos veces me había quedado embobada.

Alba, preludioWhere stories live. Discover now