Acepto (que me tardé mucho en decirte cuánto te amo)

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Había sido un 13 de enero el día en que recibieron la llamada de su amigo en el rancho del mexicano. Coincidentemente, José se hallaba en la residencia del moreno tras pasar las fiestas celebrando con la familia de éste en vez de sólo en su apartamento en Brasil, ocurrencia que se había hecho tradición hacía unos años atrás.

El sonido del teléfono se escuchó a lo largo de toda la casa llegando hasta el patio trasero, haciendo que quien disfrutaba de un oloroso café, preparado por las expertas manos del brasileño, tras la larga jornada en el campo, entrara a contestar prontamente.

̶ ¿Bueno? Francisco Quintero Gonzáles Tercero hablando de'ste lado

La efusividad y energía en el saludo propinado fue respondida con una risa ligera y rasposa del otro lado del teléfono.

̶ Por un momento temí que me dijeras toda la letanía que es tu nombre

La sonrisa de felicidad que se coló en su rostro corría el riesgo de desfigurarle de por vida. La voz del estadounidense era completamente única y se podría diferenciar con facilidad. Tenía un efecto muy peculiar entre lo gangoso y lo rasposo, dificultando la comunicación para aquellos que no lo trataban con frecuencia, que se negaba a desaparecer a pesar de los años de terapia de lenguaje a los que se había sometido.

̶ ¡Donald!¡Qué alegría escucharte de nuevo, de veras! Hacía mucho que no te dejabas ver ¡Ya ni te acuerdas de tus compadres! ̶ el otro trataba de responderle entre risas ̶ Aunque no te culpo, tu "patita" es todo un ejemplar. Desde que Daisy te atrapó te olvidaste de nosotros, compa.

̶ ¡Ja! Cómo si yo fuera el único de los tres que puede llamar. Si ustedes también se desaparecen

̶ ¡Ah! ¡Pero es diferente! Nosotros no tenemos tres pequeñines que cuidar.

̶ ¡Pues porque no quieren!

Ambos comenzaron a reír con soltura, ya extrañaban las conversaciones divertidas y picarescas que venían acompañándolos desde que se conocieron. Una vez se serenaron un poco, Don continúo con la conversación.

̶ Es una fortuna que me hayan contestado a la primera llamada que hice, no sabía si llamar primero a México o a Río...

̶ ¡Es cierto! ¡No le he dicho a José pa'que lo saludes también! ̶ separó un poco la bocina de sus labios ̶ ¡EH!¡JOSÉ! ¡VEN ADENTRO! ¡A QUE NO ADIVINAS QUIÉN LLAMA! ¡ÓRALE, PA'QUE TAMBIÉN LO SALUDES!

El aludido ya se encontraba sacudiendo la tierra del mandil que portaba mientras trabajaba en el patio cuando escuchó los gritos que lo llamaban ("Ruidoso como siempre. Es lindo"). Al escuchar al voz enérgica y potente del mexicano sonrío y se apresuró a entrar.

̶ ¡JOSÉ! ¡VENTE! ¡PALABRA QUE TE DESMAYAS DE LA ALEGRÍA!

̶ Bueno, Bueno, ya estoy aquí ¿Quién es? ̶ se recargó en el respaldo del sillón

En cuanto estuvo a plena vista de Panchito éste no pudo evitar el apreciar la bella imagen que hacía el morocho. Estaba usando ropa de trabajo para campo que él le había prestado para que el otro no arruinara su elegante guardarropa, y encima un mandil de plástico con unos guantes a juego en color verde pasto; el cabello lo traía alborotado por el viento vespertino y varias manchas de tierra adornaban sus brazos y rostro oscuro. ("Oh no, peligro").

̶ ¡Es Donald! ̶ gritó tratando de distraer el sonrojo que comenzaba a subir y sonrío ̶ ¡Ven a saludarlo! ¡SALUDA DON!

José se acercó con alegría evidente y antes de sentarse junto al otro accionó el altavoz para que todos pudieran escucharse mutuamente.

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