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Arrastro mis pies por las baldosas del pasillo con mi archivador en mano hasta llegar al aula número 9. Mi aula de sociales bilingüe. Me dejo caer en una de las sillas cerca de mi mejor amiga Laura, que está ocupada atándose los cordones.

Hoy me he levantado con el pie izquierdo y odio todo lo que veo. Si tengo que hablar claro, diré que siempre he odiado todo lo que tenga que ver con el instituto. ¿A quien le gusta pasarse todo el día encerrado? Y, por si fuera poco, ¿a quien le gusta estar rodeado de adolescentes que no comparten ni media neurona entre todos? Ya sé que técnicamente yo soy adolescente todavía, pero yo y mi mejor amiga somos mucho más divertidas y más inteligentes que todos los orangutanes que nos rodean.

- Oye Su, ¿tú sabes atar los cordones? ¿Era conejito o ratoncito? No logro recordarlo.

Como iba diciendo, yo y mi mejor amiga poseemos una inteligencia suprema. Incomparable. Somos inalcanzables para el entendimiento promedio de los que nos rodean...

- ¡Susan! ¿Me oyes? - Desvío mi mirada del enorme pizarrón para ver a mi amiga que está teniendo problemas para atarse los cordones.

- ¿Qué decías?

- Si puedes recordar cómo se atan los cordones. Es la primera vez que uso unas deportivas así. - Me inclino a los pies de mi mejor amiga y me aseguro de hacer un nudo bien fuerte.

- Ya está. - La profesora entra en clase y las dos nos giramos al frente.

Cuando llegué aquí, hace cuatro años, creí que sería la experiencia más increíble de mi vida. Me pasaba los días alargando las horas para no tener que regresar a casa. Mi autobús llegaba temprano y lo odiaba, deseaba que llegase más tarde a recogerme para pasar el menor tiempo posible en casa. Pero ahora es todo lo contrario.

Las películas americanas nos han engañado acerca de lo que es ser adolescentes. No ha habido peleas de comida en la cafetería, no se ha organizado una fiesta clandestina en casa de mi mejor amiga ni hemos bailado en medio del pasillo al puro estilo High School Musical.

- Susan, Laura y Alejandra. Os toca. - La profesora interrumpe mi numerosa lista de comentarios obscenos hacia el instituto y su gente para que presentemos nuestro trabajo sobre el Humanismo. Después de tres días llenos de excusas y pretextos para no tener que exponer ha llegado el momento.

Podría añadir esto a la lista de cosas que odio: las exposiciones en público. Odio que los profesores nos hagan pasar por esto en la primera semana de clase. "Es por vuestro bien" nos dicen. Como si mi vida fuese a cambiar después de una ridícula exposición. Me digo a mí misma que podría ser peor, que podría tratarse de una exposición individual, y expongo mi parte lo mejor que puedo.

🎾🎾🎾

Viernes, al fin.

No me puedo creer que en tres meses llegará el esperado verano. Y que en otros tres meses no volveré a ver ni pisar este lugar. Pienso en esto cuando subo por la carretera en dirección a mi casa.

Antes de poder abrir el portal algo me golpea en el tobillo. Miro en esa dirección y descubro una pelota de tenis. Me agacho a recogerla. ¿De quien será esto? Cuando me levanto busco con la mirada al dueño de la dichosa pelota. Quizás sea el hijo de los vecinos de enfrente. Un niño diminuto muy maleducado.

Mis ojos se topan con los de un chico con pantalones cortos. Reprimo una mueca de asco al ver quien es. El nieto de mis vecinos. Viene los domingos a comer a su casa. No sé qué narices hace aquí un viernes.

¿Es que no tiene casa propia?

- ¿Me la devuelves o qué? - Exige el muy imbécil. Podría pedirle que fuese más educado la próxima vez y me pidiese disculpas o... podría lanzar esta pelota a la carretera en el momento justo en el que pasara una camioneta y...

Me imagino el sándwich de pelota de tenis y su cara de disgusto. Eso me devuelve mi buen humor. Como no escucho ningún vehículo aproximándose y ya llevo un buen rato con la pelota en la mano decido tirársela con todas mis fuerzas. La recoge hábilmente con una mano.

Espero al menos un gracias de su parte, pero sólo se da la vuelta para seguir jugando con su raqueta de tenis y yo estoy demasiado desganada como para discutir. Cruzo el portal de mi casa, pensando en la comodidad de mi sofá, cuando algo duro me golpea la cabeza de nuevo.

Inhalo con fuerza tres veces por la nariz. No me lo puedo creer cuando veo la pelota de tenis rodando a mis pies. Este chico está buscando problemas.

Lo miro enfurecida al tiempo que me llevo la mano a la cabeza, seguro que me sale un chichón de esta. Recojo la pelota del suelo y me acerco al muro que separa nuestras casas. Espero a que diga un lo siento manteniendo la pelota en mi mano, pero sólo se acerca y me extiende la suya, a la espera de que se la entregue.

Ni hablar guapito.

- Un lo siento estaría bien. - Digo harta del desafío de miradas asesinas.

- No fue mi culpa que te golpeara la pelota.

¡¿Como!? ¿Lo dice en serio?

- No creo que haya sido decisión de la pelota cruzar el muro para estrellarse contra mi cara. - Contesto con ironía.

- Es que tienes la cabeza muy grande. - Abro los ojos desorbitadamente. ¿Lo ha dicho en serio? ¿No lo he soñado? Le doy un impulso a la pelota y la arrojo a su rostro, "ojo por ojo, diente por diente" nos dice la Biblia. Pero la recoge con gran habilidad una vez más.

¿Es que es Spiderman o algo?

Me doy la vuelta hecha una furia y entro apresuradamente a mi casa antes de recibir otro golpe más de su parte.

CONOR P.O.V.

Subo a mi habitación después de dejar a mi chica apoyada contra el marco de la puerta. Mi compañera inseparable en la cancha, con su mango suave que se adapta perfectamente a mi mano, mi pequeña campeona, la única mujer de mi vida, la niña de mis ojos...

Así es: mi raqueta de tenis Wilson.

Me tumbo en la cama agotado por el duro entreno de esta mañana y miro con detenimiento la pelota que tengo entre las manos. Me sobresalto al ver un pequeño abollón en su superficie.

Vaya vaya, parece que alguien tiene una cabeza más dura de lo que esperaba.

Anoto mentalmente esa idea para comentársela la próxima vez que la vea. Si soy sincero, diré que no sé qué se me pasó por la cabeza cuando le tiré esta pelota al cogote. La primera vez realmente fue un despiste, pero la segunda era un intento de entablar una conversación con la que ahora será mi vecina. Sólo quería que la pelota rodase cerca de ella, no que la golpeara de lleno. Cuando vino a entregármela de nuevo y quedé frente a esos ojos, no sé explicarlo, pero me quedé en blanco y siempre que me quedo sin palabras suelto alguna estupidez. Aunque, a decir verdad, ha sido muy gracioso verla enfadada. Podría acostumbrarme.

No es propio de mi el quedarme con la mente en blanco (lo de soltar estupideces si). Siempre he sido tan bueno con las chicas como lo soy al tenis. Supongo que debo afinar mi puntería para cuando ella ande cerca.

¡¡Bola Va!!Where stories live. Discover now