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SOLO PUEDE HABER UN PARK EN LA TIERRA Y PARK JIMIN NO ES UNA EXCEPCIÓN

Hana parecía recordar los veranos con mayor nitidez que los inviernos o que cualquier otra estación. El calor, reflexionó, había marcado grandes etapas de su vida. La primera vez que anduvo en bicicleta fue durante un día caluroso a los cinco años. El día anterior se había cortado el flequillo sin que su madre la viera (se ganó un castigo por usar las tijeras sin permiso) hasta dejarlo tan corto que todos los mechones que quedaron parecían las plumas salvajes de un ave. De no haber sido por Hansol, que se había puesto a llorar cuando la vio, no habría sido descubierta hasta la noche durante la cena. El mismo día que anduvo en bicicleta se cayó contra la acera y se quebró un diente. Lloró como nunca antes en su corta vida y sus padres le aseguraron que le volvería a crecer otro en poco tiempo. Cuando vio el primer atisbo de su nuevo diente, ya a finales del verano y acercándose la época de entrar a la escuela, llamó a su nuevo diente «Harry».

(Después descubriría que su pequeño diente inspiraría al nombre del mago más famoso de la historia).

Su primer amigo lo conoció al verano siguiente. Ella había hecho muchos durante su primer año de escuela, su maestra decía que tenía «habilidades sociales», pero Hana pensaba que solo tenía madera de villana (había obligado a un niño más pequeño a darle su caja de leche de banana y a otro le robó una galleta sin que nadie se diera cuenta. Era perversa, una mente siniestra en potencia).

Pero este era el primer amigo al que había hecho llorar.

Park Jimin, otro pequeño ladrón que Hana casi noqueó cuando se encontraron por primera vez.

El primer día de escuela de Hana había sido toda una travesía, pero nunca aceptó el concepto de que otras personas podían tener el mismo apellido sin ser parte de la misma familia. No directa al menos. Había hecho como misión personal el ser la única Park de la Tierra (aunque eso implicara eliminar a su hermano), pero cuando conoció a Jimin en una playa de Busan, un niño más alto que ella y diciendo con orgullo su nombre completo («Park Jimin»), Hana le lanzó arena en los ojos, lo hizo llorar y se le tiró encima con un caracol de mar en una mano y una pala de juguete en la otra.

Tuvieron que llegar los padres de ambos para separarlos y, cuando les preguntaron qué había sucedido, los padres de Hana se disculparon antes de escuchar la explicación. Los padres de Jimin, por otro lado, se habían mostrado confundidos porque creían que su hijo había hecho algo para provocar tal reacción en una niña. Pero Hana, como ya había asumido a sus seis años, estaba hecha de pura maldad.

Con un castigo y una disculpa, luego de veinte minutos y una amenaza de dejar la playa si no se comportaba, ella regresó junto a Jimin. Se le había acercado la primera vez para mostrarle el caracol de mar al niño más cercano que vio, nunca esperó encontrar un ladrón de apellidos. Pero ahora que estaba calmada y que le habían explicado que él tenía derecho a llevar ese apellido (se lo habían explicado, pero aún no lo aceptaba), le mostró el caracol justo frente a la nariz.

Jimin se puso a llorar (otra vez) y los padres de Hana se la llevaron de inmediato cuando la vieron junto al niño, disculpándose una vez más por el mal rato que les habían hecho pasar. Pero Hana sonreía mientras la arrastraban por la arena, había encontrado al amigo ideal sin saber que no lo volvería a ver hasta unos años más.

A los diez años, en la oficina del director de la escuela, se dio cuenta de que aterrorizar a los otros niños no era considerado como un acto de amistad. Siempre lo supo, pero no sabía cómo acercarse a otras personas sin ese grado de violencia de su parte. No era un problema de modales, jamás había tenido discusiones con los profesores o con otros adultos, simplemente era demasiado enérgica a la hora de estar con niños de su edad.

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