4

2.8K 321 191
                                    

Le estaba quitando los restos de espuma de la cara cuando su hermano fijó la mirada en él por primera vez en mucho tiempo.

-¿Qué pasa? - le preguntó más animado que de costumbre porque no eran muchas las veces en las que lograba sacarle más que gruñidos sin sentido y que lo mirase fijamente siempre era una buena señal. Quería decirle algo. Griffin levantó el brazo y lo retuvo por la mano durante un largo rato antes de hablar.

-As... lan.... - comenzó tan bajo e inseguro que a pesar del silencio del resto de la casa, Ash tuvo que acercarse aún más para escuchar. - gra... cias... perd-perdona.

-¿De qué estás hablando? contestó él al alejarse unos pasos con la toalla colgada en el hombro. Se había quedado de espaldas a la silla de ruedas de su hermano, con el rostro mirando hacia la ventana porque cada vez que Griffin hablaba le entraban unas ganas horribles de llorar. - tú me cuidaste desde que era un crío, no tienes que darme las gracias por afeitarte. Incluso es divertido.

Cuando volvió a darse la vuelta, su hermano había vuelto a perderse en su propio mundo. Un mundo lleno de trincheras, explosiones y el frío del metal de las armas. Un mundo que también estaba muy lejos de él y en el que no hubiera podido entrar aunque quisiera.

Se acercó una vez más para acariciarle los nudillos y la barbilla. Fue cuando llegó la enfermera desde la cocina para avisar que el almuerzo estaba listo.

-Gracias, Helen - le dijo Ash poniéndose la chaqueta para salir del pequeño departamento que él y su hermano compartían. - saldré para que puedas alimentarlo tranquila.

-¿Acaso usted no va a almorzar? - la mujer se llevó las manos a la cintura. Era una mujer de unos cuarenta años muy baja, rubia y regordeta. Ash siempre había pensado que si tuviera que dibujarla, bien podría haberlo hecho solo trazando círculos en el papel que se fueran uniendo hasta formar el cuerpo de una persona. Ahora lo miraba enojada y parecía que sus pequeños ojos azules se perdían tras el par de mofletes rosados. Era adorable.

-Tengo algunos recados que hacer, pero volveré pronto y le traeré uno de esos bollos de la panadería de la esquina que a usted tanto le gustan.

Eso pareció calmar su molestia porque al momento de que Ash la abrazara y le dejase un beso en la mejilla ella no le dijo nada. La casa olía a sopa casera y desodorante ambiental y cada vez que salía le llegaba un golpe de aire caliente que lo devolvía a la realidad y le recordaba que no estaba viviendo en un suburbio tranquilo con su madre y su hermano. Aquel era un edificio mugroso de paredes estrechas en el que iban a morir todas las ilusiones de quienes tenían la mala suerte de trabajar ahí.

Cerró la puerta tras su espalda y comenzó a avanzar por el pasillo de puertas cerradas de las que salían ruidos que conocía muy bien. Jadeos, gritos y gemidos provenientes de los ocasionales clientes diurnos, cada vez que los oía daba gracias por no tener que trabajar durante el día, ya le bastaba con que docenas de desconocidos le pusieran las manos encima durante la noche.

-¿A dónde con tanta prisa? - lo llamó la voz que hacía que le dolieran hasta los dientes. Era martes, ¿cómo lo había olvidado? Golzine venía a revisar cómo iban sus "negocios" todos los martes sin falta y precisamente ese, él había quedado con Eiji para ir al museo. El hombre lo miraba desde su asiento en el recibidor junto a Yut lung y los hombres de seguridad. Tenía una expresión fría y por muy simple o desagradable que su aspecto le pareciera, sabía que detrás de esa cara regordeta y ropas de diseñador se escondía una mente perversa que no dudaría en destruirlo si se metía en su camino.

-Al museo - contestó con sequedad.

-¿Solo?

-Eso no te importa.

El ave que vuela más alto (AshEiji)Where stories live. Discover now