Creando filosofia moderna.

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Me puse a cagar en las piedritas del gato, inexorablemente.

Siempre que cago lloro, vaya uno a saber por qué. No soy de quebrar y sólo lloré algunos días después de que me dejara la conchuda; pero adelante de ella jamás y con Titanic o una paja de esas ni en pedo, aunque he rasguñado alguna butaca de cine para aguantar. Pero una vez que frunzo el culo, me pongo sensible.

Cuando terminé la chanchada me subí los lienzos sin preocuparme por el contacto que tendrían con la piel cagada. Miré mi obra por unos instantes y no me odié tanto, aunque me dieron ganas de estar en mi cama, bien tapado, con los ruidos de mi vieja lavando los platos en la cocina.

–Esto te va a costar caro –escuché decir a alguien a mis espaldas.

No me di vuelta enseguida, porque no sólo seguía con el mareo de las pastillas que me había inoculado el hombre ardilla, sino que sentía que me estaban apuntando con algo.

Pude distinguir que la voz no era del anfitrión, por lo que la de la trompada en la nuca no era la secuencia más previsible. No era la voz de un hombre y tampoco la de una mujer: era la voz exagerada de un trolo convencido.

Me di vuelta y efectivamente me apuntaba, pero no con un chumbo sino con el látigo de su disfraz de Gatúbela. En su otra mano tenía un celular. Apretó un botón y el celular comenzó a reproducir el video. Claro, aparecía yo erguido lanzando un soretito tímido sobre las piedras, aunque gimiendo y llorando como si estuviera cagando un helicóptero.

Gatúbela no estaba solo/a. Tenía al lado a un tipo grandote disfrazado de mono o viceversa, no supe distinguir por el pedo de la pasti y el shock que te da cuando te agarran cagando en el inodoro de una mascota.

–Si no me la sacudís un toque subo el video a Youtube –dijo Gatúbela bajándose el cierre de los pantalones de cuero brilloso. El mono como si nada.

–Vos estás en pedo, putón –le dije, como para sentirme digno.

–El que está en pedo sos vos, mi amor, que andás cagando como una gatita. Sólo yo puedo cagar como una gatita –retrucó el puto y se nalgueó a sí mismo. Luego insistió: Dale, sólo una sacudida, como quien se lava las manos en una gomería.

–Dejame en paz, degenerado –reclamé. Mi vida era una mierda, pero pasaba desapercibida. Con ese video en línea podía convertirse en una mierda comentada con muchos Me Gusta.

–Ya mismo lo estoy subiendo –advirtió el trolo mientras accionaba algunos botones del artefacto.

–Soy macho, no hago esas cosas –espeté con desesperación.

–Pero pensalo al revés, corazón –dijo Gatúbela en el tono que usa la maestra con el chico que está aprendiendo a multiplicar– ¡Qué canto a la heterosexualidad es agarrar una japi que no te llame la atención!

Pensé en irme a las piñas ahí mismo, pero nunca me había agarrado a trompadas y si empezaba una gresca, el mono me iba a reducir, Gatúbela me iba a flagelar con su látigo y el celular con el video de Youtube me lo iban a meter en el culo. Y si pegaba algún grito para pedir auxilio, todos los invitados se iban a poner del lado de ellos. Ni siquiera podía contar con la ayuda de Aldo: nadie te sale a defender cuando cagás en las piedras del gato del dueño de casa.

También pensé que el puto tenía razón y que manotear una chagar sin sentimiento podía provocarme lo mismo que masajear una plancha de sorrentinos antes de mandarla a la olla. 

Otro fracaso masWhere stories live. Discover now