~ Epílogo ~

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La fotografía de Renato con un cono de helado arcoiris lo observaba con una felicidad brillosa que le entibiaba el pecho como en el preciso momento en el que había tomado la foto, dejando actuar a sus impulsos para capturar aquel momento que se sentía tan puro y refrescante en medio de todo el desastre.

La exposición que había ganado frente a su proyecto se había vuelto una lucha al darse cuenta de que estaría exponiendo su corazón a cientos de personas, que se volvieron miles cuando se corrió el rumor de que el amigo de Renato Quattordio estaría haciendo una exposición fotográfica sobre el modelo.

Extraños habían merodeado los pasillos, susurrando suposiciones que Fausto, quien se había mantenido a su lado los primeros seis días, y Gabriel callaban cada vez que podían, pidiendo respeto en caso de no querer ser expulsados no muy gentilmente del lugar.

Era una constante sensación de exposición, de mostrar lo que había sido sólo suyo por un par de meses, lo que había tenido en las palmas de sus manos y nadie más había podido apreciar hasta esa semana. Esa semana en dónde su corazón había sido puesto en un gran salón en dónde la risa de Renato rebotaba de vez en cuando, cuando los extraños presionaban "play" en pantallas de video que Gabriel había pedido añadir y a sus profesores les había encantado. Como si las carcajadas de Renato, la pura felicidad, los hoyuelos relucientes, fuesen un toque espléndido para cerrar la intimidad de todo aquello.

Cada foto, cada sonrisa, cada mirada de deseo, cada seño fruncido, cada labio entre un par de paletas relucientes eran un pedazo de Renato que el mundo jamás había percibido. Gabriel esperaba que pudiera verse, que todo aquello reflejara que el modelo era más que eso, un simple modelo plástico y vacío, adicto a las drogas para escapar de su realidad, que era más que una foto llena de tabúes que había rebalsado el vaso, llevándolo a un colapso total.

El centro de rehabilitación quedaba a más de tres horas y no era como si importara, porque cada vez que Gabriel había ido, juntando coraje y esperanzas, siempre era recibido con la misma respuesta: no puede recibir visitas. Lo cual era una mierda, no quería nada más que ver a Renato, decirle cuán orgulloso estaba de todo lo que estaba haciendo por mejorar, acariciarle el pelo que no podía siquiera imaginar cómo se encontraba después de tantos meses, dejar que reposara el rostro contra la palma de su mano buscando caricias como un gatito mimoso.

Recorrió su propia galería ya vacía. Ésa sería la última noche, la última vez en dónde podría hacer lo que estaba haciendo en ese mismo momento: recorriendo los diferentes cuartos para ser recibido con miradas que se conocía de memoria, con sonrisas que acariciaba en sus fotos reveladas en tamaños más pequeños, con un aura hermoso que envolvía su rostro angelical.

A pesar de todo lo que había pasado, de cuánto Renato se odiara así mismo creyendo no ser suficiente, Gabriel no podía evitar sentirse como la primera vez que se había dado cuenta de que sentía cosas por el chico: cuando bajó del carrusel detrás de Fausto, luciendo mareado y perdido, con cocaína en la punta de su nariz que Gabriel limpió con cuidado porque se veía demasiado sucia corrompiendo su sonrisa que no debería ser tan pura en un momento como aquel, mientras Gabriel se encendía internamente frente a los celos al ver sus labios color frambuesa, brillando bajo las luces que parecían reflejarse directamente sobre ellos, acusadoras. Podía recordar el fuego, las palmas temblándole, los dedos desesperados por ser el único con el poder de acariciar esa piel.

Desde aquel preciso momento, Gabriel no había querido hacer más que ser quien se encontraba del otro lado de su boca, ser el culpable de que Renato luciera tan pecaminosamente celestial.

Se quedó en el último cuarto, el más privado de todos a su parecer, en el cual podía verse exactamente la historia detrás de las cuatro fotos que Gabriel había capturado en secuencia. Renato lo observaba con una sonrisa en la primera de las fotos, cuando descubrió lo que estaba haciendo mientras se encontraba distraído. En la segunda se encaminaba hacia él, con piernas largas envueltas en un jogging azul que ocultaba lo esbeltas que en realidad eran, y desaparecían en las siguientes, en dónde sólo podía verse su torso cubierto por una remera de los Rolling Stones que colgaba de sus hombros, demasiado grande sobre su torso demasiado flaco, llena de agujeros por el desgaste. La bufanda rosa completaba las imágenes, siendo el único pedazo de tela que quedaba a la vista en la última de las fotos, cuando Renato estaba lo suficientemente cerca como para posar sus manos congeladas sobre las de Gabriel, con una sonrisa llena de seguridad en la que podía notarse el deje de timidez en las comisuras, como si estuviera cien por ciento metido en lo que estaba a punto de hacer, pero no estuviese seguro de si Gabriel lo estaba también.

Malditos flashes. [Quallicchio]Where stories live. Discover now