El reino del rey Corazón de Lobo: II

3.3K 225 25
                                    

Los hombres del puerto ayudaron al barco a atarse al embarcadero mientras que un conjunto de soldados se acercaban a la orilla. Eran distintos a otros vikingos: Iban no solo armados hasta los dientes sino que también calzaban buenas botas y yelmos con protección nasal, vestían armaduras de cuero con cotas de malla (Que en otros sitios solo se podían permitir los nobles) con grandes capas azules y en sus escudos relucía Fenrir.

Ivar sonrió. Por una vez en la historia de su pueblo algo era cierto: El rey de Alvheim cagaba oro. No eran como el resto de Vikingos, parecían más organizados, más preparados, eran como los ejércitos cristianos: Todos los soldados copias de un solo hombre.

Se sentó en un asiento y algunos de sus guerreros le levantaron como si fuese una litera.

Björn desembarcó y se presentó ante los guerreros junto a Ubbe. ¡Claro! Los mayores primeros.

— ¡Saludos!

Uno de los guerreros se adelantó.

— Bienvenidos a Alvheim, hijos de Ragnar. Nuestro conde, Olaf Barba de Fuego nos ha ordenado llevaros al gran salón.

— Pues ¿A qué esperamos? — Dijo Ubbe, sacando su vena diplomática.

El pueblo era más grande que Kattegat, eso saltaba a la vista desde que Ivar lo observó. Los martillos de decenas de herreros clamaban fuertemente mientras hacían espadas, escudos y yelmos. Las curtidoras preparaban armaduras y ropas mientras que algunos escultores hacían una gran estatua de Frey con gran maestría.

— No tenemos nada así en casa — Dijo Hvitserk, algo ceñudo.

—Ni nada como eso — Señaló Sigurd a unas jóvenes chicas que les sonreían desde frente de un puesto de comida.

Su hermano hizo el gesto de besar mientras miraba a una de ellas. La pobre se sonrojó.

— ¡Están anhelando acostarse contigo solo porque eres hijo de Ragnar! — Le escupió Ivar.

Sigurd se dio la vuelta.

— Al menos yo puedo follármelas, hermano. Tú...

— ¡Callaos! — Ordenó Björn.

Comenzaron a subir el empinado risco. A ambos lados se encontraban altas empalizadas con parapetos y torres y grandes casas donde, supuso Ivar, vivirían los nobles con sus familias. Los esclavos serían relegados al campo.

El gran salón era más grande y opulento que el de Kattegat.

Bajaron el asiento de Ivar y entraron.

— ¡Alto! — Gruñó un guerrero de Alvheim — Solo podéis pasar los hijos de Ragnar, no los demás ¡Y debéis entregarnos vuestras armas!

— Por supuesto — Dijo Ubbe.

Floki, al lado de Ivar, gruñó.

— ¿Querías ver al Rey?

— Cállate, enano malformado — Masculló el constructor de barcos — Debería haber nacido hermano de Ragnar.

<< Lo eras, pero no de sangre >> Quiso decirle Ivar pero no disponía de tiempo. Entregó sus dagas, guardando una en la bota por si acaso y entró con sus hermanos en el gran salón.

Las paredes estaban cargadas de escudos y tapices y al fondo, en un trono formado por huesos y cráneos aplastados se sentaba el Rey de Alvheim. Era un hombre de casi cincuenta años, con larga barba cana y un pelo enmarañado. La mirada era serena pero observaba a cada uno de los hermanos de Ivar con especial interés. Las uñas eran muy largas y amarillentas y vestía una recargada túnica roja y dorada. Su corona era de hierro. Sobre el trono se alzaba el cráneo del dragón Mirmuhir al cual dio muerte Haakon Corazón de Lobo durante sus viajes.

La Edda de Ivar el DeshuesadoWhere stories live. Discover now