Capítulo 17

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Capitulo 17

—Muy bien —comentó—. Ahora, levántate el cabello. Bien, bien... Los vas a volver locos... Ahora mira directamente a la cámara... Imagínate que es el hombre que amas. Se dirige hacia ti para tomarte entre sus brazos.

Sin que pudiera evitarlo, Elsa miró hacia el lugar del estudio en el que Jack estaba del brazo de Astrid. Su mirada se cruzó con la de él y un profundo temblor le sacudió el cuerpo.

—Vamos, Elsa. Quiero pasión, no pánico -le recriminó Eugene-. Vamos, Elsa, mira a la cámara.

Elsa tragó saliva y obedeció. Lentamente, permitió que los sueños se adueñaran de ella, permitió que la cámara se convirtiera en Jack. En un Jack que no sólo la mirara con deseo, sino también con amor y necesidad. La estaba abrazando tal y como recordaba. La estaba acariciando suavemente, mientras reclamaba los labios de ella con los suyos y le susurraba las palabras que ella deseaba escuchar.

—Eso es Elsa.

Perdida en su propio mundo, ella parpadeó y miró a Eugene sin comprender.

—Eso ha sido genial. Yo mismo me he enamorado de ti.

Elsa suspiró profundamente y cerró los ojos durante un momento para lograr superar su propia imaginación. Casi se lanzaba contra Eugene para besarlo creyendo que era Jack.

—Supongo que podríamos casarnos y tener camaritas -murmuró ella mientras se dirigía al probador. Sin embargo, las palabras de Astrid impidieron que Elsa siguiera avanzando.

—Jack, ese camisón es simplemente maravilloso, cariño. Me lo puedes conseguir, ¿verdad? -susurraba, con voz seductora.

— ¿Mmm? Claro —afirmó él sin dejar de mirar a Elsa—. Si es eso lo que quieres, Astrid...

Elsa se quedó boquiabierta. El regalo que él estaba dispuesto a hacerle a la mujer que había a su lado le hizo más daño del que pudo imaginar. Lo miró fijamente durante unos momentos antes de desaparecer en el probador.

En la intimidad de aquellas cuatro paredes, se apoyó contra la pared para poder enfrentarse al dolor. ¿Cómo podía Jack hacer eso? Aquel camisón era especial, le pertenecía a ella, estaba hecho para cubrir su cuerpo.

Cerró los ojos y ahogó un sollozo. Hasta se había imaginado cómo Jack la abrazaba con él puesto, cómo la amaba y... se lo iba a dar a Astrid. La miraría con los ojos llenos de deseo y le acariciaría el cuerpo a través de aquella vaporosa suavidad. En aquel momento, una terrible ira comenzó a reemplazar al dolor. Si aquello era lo que Jack quería, era muy bienvenido de hacerlo. Se despojó de la suave blancura del camisón y se vistió.

Cuando salió del probador, Jack estaba solo en el estudio, sentado tras el escritorio de Eugene. Elsa hizo acopio de todo su orgullo y se dirigió hacia él. Entonces, depositó la caja con el camisón sobre el escritorio.

—Para tu amiga. Supongo que primero querrás llevarlo a la tintorería.

A continuación, se dio la vuelta para marcharse con tanta dignidad como le fuera posible. Sin embargo, Jack le agarró por la muñeca y se lo impidió.

—¿Qué es lo que te pasa, Elsa? -le preguntó tras ponerse de pie.

— ¿Que qué me pasa? —repitió ella—. ¿A qué te refieres?

—Venga ya, Elsa. Estás disgustada y quiero saber por qué.

—¿Disgustada? -replicó ella. Entonces, tiró de la mano y trató de soltarse, pero le fue imposible—. Si estoy disgustada es asunto mío. En mi contrato no consta que tenga que explicarte a ti mis sentimientos.

—Dime qué te pasa —insistió Jack. Le soltó la mano, pero simplemente para agarrarla con fuerza por los hombros.

— ¿Quieres que te diga lo que me pasa? Pues te lo diré —le espetó—. Te presentas aquí con tu amiga rubia y le entregas este camisón porque ella se ha encaprichado de él. Esa mujer agita las pestañas y dice la palabra exacta y tú le das todo lo que quiere.

— ¿Y a eso viene todo esto? ¡Santo cielo, Elsa! —exclamó él, exasperado—. Si quieres ese maldito camisón te conseguiré uno.

—No me trates como si fuera una niña —rugió ella—. No puedes comprar mi buen humor con tus baratijas. Guárdate tu generosidad para alguien que te la agradezca y suéltame.

—No te vas a marchar a ninguna parte hasta que te calmes y lleguemos a la raíz del problema.

De repente, los ojos de Elsa se llenaron de unas lágrimas incontrolables.

—No lo comprendes —susurró ella mientras las lágrimas le rodaban por las mejillas—. No comprendes nada...

— ¡Basta ya! —exclamó Jack. Entonces, comenzó a secarle las lágrimas con la mano—. No puedo soportar las lágrimas... Basta ya, Elsa. No llores así.

—Sólo sé llorar de este modo...

—No sé a qué se debe todo esto. ¡No creo que un camisón merezca esta escenita! Toma, llévatelo... Evidentemente, es muy importante para ti —dijo. Tomó la caja y se la extendió para que ella la agarrara—. Astrid tiene muchos camisones...

Aquellas palabras, en vez de alegrar a Elsa, tuvieron precisamente el efecto opuesto.

—No lo quiero. Ni siquiera quiero volver a verlo —gritó, con la voz ronca por las lágrimas—. Espero que tu amante y tú lo disfruten mucho.

Con eso, se dio la vuelta, agarró el abrigo y salió corriendo del estudio con sorprendente velocidad.

En el exterior, se quedó inmóvil en la acera, pataleando sobre ella. « ¡Estúpida!», se dijo. Efectivamente, sentía que era una estupidez mostrar tanto apego por un trozo de tela, pero mucho menos que hacerlo con un hombre arrogante y sin sentimientos cuyos intereses estaban en otra parte. Cuando vio un taxi dio un paso al frente para detenerlo, pero, de repente, notó que alguien la obligaba a darse la vuelta.

—Ya me he hartado de tus rabietas, Elsa. No pienso consentir que me dejes con la palabra en la boca —le espetó, en voz baja y muy peligrosa. Sin embargo, Elsa levantó la cabeza y lo miró directamente a los ojos.

—No tenemos nada más que decirnos.

—Tenemos muchas más cosas que decirnos.

—No espero que lo comprendas —replicó ella con exagerada paciencia, como si estuviera hablando a un niño—. Sólo eres un hombre.

Jack contuvo el aliento y dio un paso más para acercarse a ella.

—En una cosa tienes razón. Soy un hombre...

Entonces, la tomó entre sus brazos y le atacó la boca con un fiero beso que la obligó a abrir los labios para satisfacer lo que Jack demandaba. El mundo dejó de existir más allá de las caricias que él le proporcionaba. Los dos permanecieron juntos, sin prestar atención alguna a la gente que pasaba por la acera.

Tu Dulce Mirada |•Jelsa•| Completa Donde viven las historias. Descúbrelo ahora