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16 de octubre de 2018
Agnes

Seis y media de la mañana y yo ya estaba desayunando. No era habitual levantarme a esta hora, pero hoy estaba obligada a hacerlo, teniendo en cuenta que, para las nueve tenía que estar en el River Camp y el colectivo tardaba un poco más de una hora y media desde Belgrano, donde vivo, hasta Ezeiza.

Como estaba medio justa con el tiempo, sabiendo que el colectivo casi siempre tarda en llegar, me hice un café y lo puse en el vaso térmico para llevarlo. Aprovechando que tenía una panadería cerca, me compre unas medialunas. Desayunaría en el camino.

A pesar de ser octubre y estar en primavera, estación en la que, se supone, de a poco empieza a hacer calor, hoy era un día bastante fresco, así que me puse un sueter y una campera de cuero.

Con mochila (infaltable), colgada en mis hombros, el cafe y las medialunas, fui hasta la parada, que quedaba a cinco cuadras de mi departamento, a esperar el colectivo. Rogaba que viniera rapido porque esperar no era mi fuerte.

Los, mal llamados piropos, sobre mi cuerpo o "lo que me harían" no faltaron, mientras caminaba. Lo peor era que ahora no solo hablaban de mi fisico, también me tiraban uno que otro comentario sobre el pañuelo que llevaba atado en mi mochila. Obvio era el verde. Y ya, lamentablemente, me acostumbré a escuchar gritos o susurros respecto a esto. Los ignoraba, siempre y cuando no pasen a mayores.

Cuarenta y cinco minutos más tarde, ya estaba arriba del colectivo, rogando llegar a tiempo. Suponía, de todos modos, que, si llegaba un poco tarde, no pasaba nada. Espero.

El colectivo me dejó a, creo, tres cuadras. Todo suponiendo lo que Roman me había dicho.

Caminé con cierto temor de estar perdida o algo así. No me culpen, no conocía nada de acá y si me perdía no sabía como volver.

Por suerte, mi compañero no se habia equivocado y a los minutos estuve en frente del River Camp. Saqué mi celular para fijarme la hora: 9:05.

Había mucha gente acumulada en la entrada. Más de la que yo esperaba. Hice la "fila" que era más un amontonamiento que una fila en sí y entré. Busqué un lugar en las gradas y me senté a observar lo que era el entrenamiento.

Si lo pensaba bien, podría haber venido a las once y hablar con Gonzalo cuando finalice el entrenamiento, teniendo en cuenta que antes y durante el entrenamiento no había posibilidad de llamarlo. No lo seguí analizando porque iba a matar a Roman por hacerme levantar temprano, pero también me quería matar a mi misma por no darme cuenta de esto.

Saqué el celular y aproveché para sacar foto; no siempre presencias un entrenamiento de River y esta podría ser la unica vez que lo haga.

Dos horas más tarde, tal como había dicho Roman, el entrenamiento terminó. De a poco, la gente se iba yendo aunque estaba casi segura de que se quedaban afuera, donde (suponía) habia mucha más gente esperando para sacarse fotos, grabar videos y/o pedir autogrados. Yo estaba por seguir el mismo camino, cuando veo que unas pocas personas entraban al campo, acercandose a los jugadores. Pensé que eso no estaba permitido, pero viendo que nadie así nada, yo también me mandé.

Busqué a Gonzalo con la mirada, entre todo el tumulto de gente y lo vi saludando a un nene chiquito. Esperé que estuviera solo y camine hasta a el.

—Hola —saludé, llamando su atención.

El se dio vuelta y viendo que no decia nada, yo seguí hablando.

—Soy Agnes, y....eh —hablé.

—¿Agnes? —cuestionó, elevo sus cejas y sonrió—. ¿Sos vos? —yo asentí—. ¿Cómo estás? ¿Qué haces acá?

—Bien —sonreí—, quería hablar con vos, ¿podes ahora?

—Si, obvio —respondió—. Bancame que me ducho y vuelvo. Si queres vamos a tomar algo, así hablamos bien.

—Eh, si, como vos quieras —sonreí. A mi me bastaba con unos minutos, pero tampoco me iba a quejar.

Quince minutos después, vi a Gonzalo salir y acercarse a mi con su compañero, Exequiel Palacios, si no me equivoco.

—¿Vamos? —me preguntó—. Nos vemos, Pala —saludó a su compañero, quien antes de irse me sonrió y me guiñó un ojo. Bueno amigo, tranqui.

Gonzalo me guió hasta su auto y de ahí nos fuimos hasta una especie de resto. Empecé a mirar los colectivos para después guiarme y volver, porque no tenía idea. Ya me veía varada, sin saber como volver.

—Bueno, y contame de vos —dijo—. ¿Trabajas? ¿Estudias?

—Estudio comunicación social y hace poco empecé a trabajar en una radio —informé—. ¿Vos? Veo que ya estás en primera.

—Si, debuté a los 19 —dijo—, al poquito tiempo que nos conocimos.

—Cumpliste tu sueño —sonreí. El me miró y asintió.

—Si —rió—. Espero seguir así.

—Mientras vos le metas ganas, no veo porque no —dije—. Seguro que si.

Aun habiendome negado muchas veces, Gonzalo me pagó el almuerzo. Pensé que sería un cafe, pero, según el, por la hora, debíamos almorzar.

Seguimos hablando, un poco de nuestra vida personal, un poco de nuestro trabajo. Como aquella primera vez. Finalmente, le tiré la propuesta para que fuera a la radio y aceptó al toque, cosa que me alegro. Me dijo que, lo más seguro, era el lunes de la semana que viene, cuando tenía libre, pero que, me estaría llamando para confirmar.

—¿Sabes si por acá pasa algún colectivo que me lleve hasta Belgrano?

—¿Qué? —rió—. Agnes, yo te llevo.

—No Gonzalo, no hace falta.

—No te voy a dejar acá sola, menos si venis de Belgrano. O te venis conmigo o me quedo con vos —dijo—, y no creo que quieras quedarte acá.

Viré los ojos y reí, subiendo a su auto.

Sorpresivamente (para mi, sobre todo), durante el camino no nos falto tema de conversación. No hubo silencios incómodos y de vez en cuando se escuchaban nuestras carcajadas o suspiros después de tanta risa.

—Acá es —avisé.

Gonzalo frenó y, después de saludarlo reiteradas veces, me bajé. Antes de ir hasta el ascensor, me giré y lo saludé con la mano, viendo que esperó hasta que entrara.

Una vez en mi departamento, tiré mi celular (que estaba lleno de  mensajes de Roman, preocupado por mi charla con Gonzalo) y mis cosas hacia cualquier lado y fui directo a la cama, después de suspirar varias veces. Que día. Y todavía eran las dos de la tarde.

Cafuné | Gonzalo MontielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora