¿Tres son multitud?

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Y ahí estaban ese par de idiotas que hacía unas escasas horas la habían sacado de sus casillas. Parecía que la estúpida rivalidad que tenían en el instituto no iba a terminar nunca. Al menos los puso en su lugar, porque aquel juego de niños era más de lo que Sucrette podía soportar. Su futuro laboral estaba en juego en esos momentos, y no iba a dejar que lo arruinaran de ninguna manera.

Sin embargo, parece que las dos neuronas que reunían entre los dos hicieron contacto y vinieron a disculparse. O al menos, eso era lo que Su creía al principio, porque aquella conversación empezó a degenerar en un abrir y cerrar de ojos.

  — Pero no sé muy bien cómo debo tomármelo... ¿Mi vestido es lo que os ha reconciliado?

Su no podía dejar de preguntarse qué tenía que ver su traje en todo esto. Los rostros de ambos tenían una mueca divertida mirando la confusión de la muchacha, cosa que sólo le producían más dudas a la chica. 

— Tómatelo como un cumplido. — contestó Castiel con tranquilidad.

—  Sí, claro...

Mientras rodaba los ojos y daba un suspiro cansado, se sobresaltó al sentir como una caricia se posaba encima de la fina tela de su hombro. Al devolver la mirada al frente, vio que el causante de aquello era Castiel, quien estaba cerca...muy cerca de ella. Por un momento se le cortó la respiración. 

  — Pero preferiría verte sin nada.

Un escalofrío recorrió la espalda de Sucrette, y sus mejillas se encendieron en un rojo brillante. Los ojos de Castiel no se desviaron ni un momento de ella, la observaban fijamente y permanecía con una actitud impasible. Sólo salió de su shock cuando escuchó la voz del pobre y olvidado Nathaniel.

— ¿Qué quieres? ¿Que me quede de sujetavelas?

La joven se apartó ligeramente del pelirrojo al escuchar a su compañero. Ahí se dio cuenta de la clase de proposición que le acababa de hacer, y se la acababa de hacer delante de Nath. 

— Castiel...¿qué estás haciendo? —  preguntó con nerviosismo.

— ¿No lo ves? No siempre tenemos la ocasión de estar solos en una habitación.  

Al pelirrojo pareció seguir sin importarle que el rubio estuviese ahí de sujetavelas...por el momento.

  — Sí, pero es que no estamos solos. — rebatió mientras miraba por el rabillo del ojo al otro chico.

  — Creí que habíamos quedado en que habíamos venido a pedir perdón y qué después iríamos a tomar algo juntos...¿Castiel? 

Aquello casi sonó como si tuviese un doble sentido oculto en realidad. Sobre todo por las miradas que ambos se estaban dando. Toda esta situación estaba empezando a inquietar de sobremanera a Sucrette.

  —  Sí...ya voy. Déjame terminar de disculparme. 

Mientras Nathaniel se daba por vencido y se sentaba en la cama, Castiel tomó la mano de la confusa joven. 

—  ¿A qué juegas...?

El pelirrojo soltó un largo discurso de disculpa, que por muy emotivo que fuese, no calmó a Sucrette. No era el momento ni el lugar para ello. No estaban solos, y Castiel no hacía más que acercarse peligrosamente a ella.

— ¿De verdad crees que es el mejor momento para hablar de esto? — espetó.

Miró señalando a Nathaniel, que seguía esperando en la cama mirando la caratula del disco de Crowstorm que el mismo le regaló tiempo atrás.  Fingía no estar escuchando nada, pero en realidad estaba completamente atento a la conversación de los otros dos. 

¿Tres son multitud? [CDMU][Ep 9] LEMONDär berättelser lever. Upptäck nu