Por una caricia

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La "oscuridad" que desprendía el demonio Roronoa, se sentía asfixiante en el ambiente, mientras a cada paso que daba, se escuchaban como sus escoltas y compañeros largos penares de almas que en lamentos se quejaban de dolor.

Los pobres sirvientes de la casa de Lilith que tenían la desgracia de pasar cerca de él, eran quienes debían soportar el grotesco retortijon de sus propias almas, que en pena se unían a las que acompañaban a Zoro en un coro sincronizado de chillidos y perdición.

Y es que el mal genio del peliverde se expresaba en una ola de "Oscuridad " que solo demonio de alto rango tiene la facultad de poseer.

Dicha oscuridad es la mayor fuente de poder, junto con el conocimiento y el cual emana del cuerpo de seleccionados demonios, como sombras espectrales.

En los efectos que esta tiene se encontra la parálisis del cuerpo, extracción de la energía, la cual produce desmayos, la manipulación mental, entre otras muchas funciones que con el pasar de los siglos los demonios fueron aprendiendo con forme a la práctica.

Si fuera una opción todos los que moraban y trabajaban en dicho palacio huirán lo más lejos de Zoro, pero al ser este el hijo menor de la señora Lilith, no tenían más opción que soportar su pésimo estado de ánimo y dedicarse a servirle como buenos siervos a su amo, apesar del latente riesgo de caer desplomado por la extracción de su energía demoníaca.

-Espantas a mis sirvientes- comentó la Incubo suprema que al salir de su habitación encontró a su hijo, deambulando por los largos pasillos tapizados por una eterna alfombra color crema; dejando a su paso a varios demonios de bajo rango desmayados, mientras que los que aún se hallaban de pie soltaban grititos de dolor.

Como respuesta sólo recibió un gruñido que carecía de humanidad y se asemejaba más al de una bestia salvaje.

Una vista demasiado divertida si cuentas que dicho gruñido salió de un joven despeinado, con baba seca en la esquina de su boca y que usaba una pijama con estampado de espadas en un fondo verde limón que se veía demasiado suave.

Robin<como Lilith le habia pedido a su hijo más pequeño que le llamara> soltó una risa encantada, pues la imagen dada a sus ojos de madre era adorable. Parecía que las décadas no hubieran pasado y frente a ella aún estuviera su hijo de escaso 8 años. Con ese semblante siempre serio en su entonces rostro infantil. Envuelto en una esponjada cobija con estampado de Doremon; una "caricatura " del mundo humano y de la cual se hijo era fan número uno y que al pie de su cama en las noches le pedía acostarse con ella, cada que tenía un mal sueño o el desenfreno que había en el infierno lo asustaba.

-¿Quieres desayunar conmigo?- pregunto después de un rato de silencio y sin esperar respuesta colo su brazo bajo el de su hijo y con un suave tirón lo invitó a seguirla con destino al hermoso e inmenso comedor de la mansión.

No hubo necesidad de telestransportarse, pues Robin disfrutaba de esos pequeños momentos, donde tenía sujeto a su hijo y este no buscaba alejarse de ella. Todo esto acompañado de la tenue melodía que sus tacones creaban al entrar en contacto con la madera oscura del suelo.

Quizás fueron las caricias en su brazo por parte de su madre o la simple presencia de esta, pero al momento que llegaron al comedor de color chocolate y orillas pintadas en oro, todo rastro de oscuridad descontrolada había desaparecido, dejando en su lugar la serenidad y el auto control característico del joven.

Ambos se sentaron en silencio, uno al lado de otro. Lo más juntos posibles para evitar sentir la inmensa soledad que había en esa habitación, donde sólo los dos comían los más exquisitos platillos de sabores pecaminosos he irreales que se exhibían en la amplia mesa que era capaz de albergar más de 20 personas, pero que sólo era utilizada por aquellos dos demonios.

Gādo no akumaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora