Capítulo 09: La Llamada

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Había transcurrido una semana desde que Ana había aparecido de súbito en la puerta de su apartamento. Todo pasó tan rápido que no le dio tiempo a reaccionar cuando la vio allí parada, nerviosa y algo asustada, sosteniendo un sobre entre sus manos. Ella misma se sentía insegura y hasta algo cohibida, en el momento en el que sus miradas se cruzaron. Ni siquiera era consciente de que se encontraba tapada con apenas una toalla, hasta que notó cierto rubor en las mejillas de la canaria.

Cuando Mimi escuchó aquel "hola" lo sintió como si proviniese de un lugar distante y apartado... Parecía que su cerebro no terminaba de procesar que aquella chica, que le había robado el sueño, en los últimos días, no estaba plantada delante de ella guapísima y algo nerviosa. Su expresión debía ser tan inescrutable, en aquel momento, que inmediatamente notó que el aire se densaba de alguna manera y Ana se ponía aún algo más nerviosa.

Durante aquella semana había pensado en el porqué de su reacción tan fría al verla. Se arrepentía porque sentía que había perdido la oportunidad de aclarar las cosas con Ana, en lugar de complicarlo todo aún más... No paraba de pensar en cómo Ana le había tendido, con manos temblorosas, aquella carta que tantas veces había leído, durante aquella semana, y que tanto le había encogido el corazón. En cómo le pidió, con la voz ligeramente quebrada, que leyera aquella carta. En cómo tras coger aquella carte se despidió de ella asegurando que se marchaba a Tenerife para aclarar sus ideas. En cómo tras pronunciar aquellas palabras y girándose, como a cámara lenta, le afirmaba que hablarían en cuanto volviera. Recordaba también, una y otra vez, como su propio cuerpo se movió casi por un impulso, acercándose a ella y reteniéndola por el brazo; había sido incapaz de dejarla ir tan rota, pequeña y vulnerable. No podía evitar recordar como su cuerpo tembló, ligeramente, en cuanto notó el contacto con su mano. No se había girado, ni siquiera se había atrevido a mirarla, cuando con la voz quebrada y en un susurro casi inaudible, le pidió perdón.

Se fue. Despacio se deshizo de su agarre, dándole la espalda y dejándola allí, en trance, contemplando aquel vacío que había vuelto a dejar tras su marcha. No había podido pronunciar ni una sola palabra y nunca le había ocurrido algo así. Jamás se había sentido tan pequeña, ni había tenido tantas ganas de echar a correr e impedir que se marchara. Quizás la poca sensatez que le quedaba le recordó, que iba prácticamente desnuda y llevaba cinco minutos de reloj mirando a un punto inexistente, sin apenas moverse. Ese pequeño momento de lucidez fue lo único que le impidió echar a correr escaleras abajo, con la ligera esperanza de retenerla antes de que se marchara.

Entró a su apartamento, aún en trance, y, nada más hacerlo, abrió aquel sobre y se sentó despacio sobre el sofá de su pequeño salón. Apenas pudo avanzar en la lectura pues, con las primeras palabras de aquella carta, Ana Guerra ya había logrado dejarla paralizada. "Siempre supe que estaba enamorada". ¿Siempre lo supo? ¿Cuándo? ¿Cómo? ¿De quién? Leía aquellas líneas como si no se tratase de ella. Como si aquella carta fuese dedicada a cualquier otra persona, porque no podía ser... Ana no podía sentir todo aquello y haberlo mantenido en secreto durante tanto tiempo. Y lo que es peor, era imposible que ella misma no se hubiese dado cuenta. Que nunca antes... que nunca antes ella misma hubiese notado que Ana se sentía así. No podía asimilar que ella fuese la causante de haberle provocado un huracán de emociones a aquella canaria morena y menudita. Ser la causante de todo aquello que Ana describía y no haber sido consciente de nada. Había dejado pasar todas las señales, sin prestarles atención o ignorándolas a consciencia. Porque Ana tenía razón, daba miedo... Daba pánico sentir todo aquello y más aún, sentir que era correspondido.

Se reía amargamente de que Ana pensase que era tan valiente o que afirmase que era capaz de enamorarse del propio amor... cuando en el fondo había sido tan cobarde de cruzarse de brazos y no hacer nada para tenerla a su lado. Pero habían jugado tantas veces con ella, había sentido tantas veces que nunca nadie podría entenderla o corresponder parte de lo que ella sentía que había optado, por una vez, por coger el camino fácil. Ser la amiga, el apoyo incondicional de alguien que, con el paso de los días, se estaba convirtiendo en alguien más y más especial para ella.

Miedo a QuererteOù les histoires vivent. Découvrez maintenant