Capítulo 5

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El día de hoy no había mucho que contar, hice mi respectivo trabajo y a las 3 de la tarde me fui por órdenes de Alexander. Claudia estuvo detrás de mí todo el día, pero la evité.

Cuando llegué a mi edificio me esperaba Frank, el cual sostenía una caja grande color azul pastel con letras cursivas que decían una marca carísima, que probablemente yo no conocía. Y por obvias razones, esta caja había sido mandada por Alexander.

Agradecí al hombre y subí a mi departamento con aquella caja.

Tenía algunas horas para arreglarme, pero primero tenía que revisar que contenía esa caja, pero sabía que era un vestido, ya que Alexander lo había comentado.

Era un vestido del mismo color de la caja, llegaba arriba de las rodillas y tenía un escote muy bonito. Pedrería y encaje lo adornaban, pero no se veía ostentoso, se veía simple, elegante y sobre todo costoso.

No iba a mentir, estaba muy nerviosa, demasiado para ser exactos. A pesar de ser una novia falsa, todo dentro de mí estaba muy revuelto. Desde los 17 no tenía novio y jamás fui a una cena con sus padres. Alexander estaba haciendo muchas primeras veces.

Tomé una larga ducha, donde inútilmente intenté calmar mis nervios.

Un maquillaje básico, ya que era lo único que sabía hacer. Mi cabello castaño se encontraba en un recogido de lado con unos cuantos mechones sueltos. Y por último, aquel vestido que valía más que mi vida.

Me agradaba como me veía, y sin darme cuenta ya faltaban 5 minutos para que Alexander pasara por mí.

Tranquila, solo es una cena con tus suegros falsos.

Y mis pensamientos fueron interrumpidos por el timbre. Había llegado la hora.

Ocho en punto.

-Buenas noches señorita Hells- prenunció un hombre uniformado en cuanto abrí la puerta.

-Buenas noches- respondí un poco confundida. Él no era Alexander.

-Soy Bruno, su chófer de esta noche- se presentó –Yo la llevaré a la casa del señor Ambrosetti-

Y sin decir una palabra, tomé mi cartera y cerré la puerta, siguiendo a Bruno hacia el estacionamiento subterráneo que no solía visitar mucho, ya que no tenía auto.

El camino fue silencioso. Por dentro me estaba muriendo de los nervios. Respiré repetidas veces, me mentalicé y traté de calmarme, nada funciono. Ni siquiera había mirado por la ventana y en un abrir y cerrar de ojos, ya estábamos en la residencia.

Esta casa derrochaba todo, menos humildad. Era enorme y estaba rodeada de un jardín espectacular. Alexander tenía buen gusto.

El auto se paró justamente en la entrada. Bruno bajó del auto y abrió mi puerta como todo un caballero.

-Gracias- susurré.

La puerta principal fue abierta, dejándome ver a ese Adonis con un traje negro y una corbata a juego con mi vestido. Bajó las escaleras que la casa tenía en la entrada y llegó justamente enfrente de mí. Su olor era magnifico, y esa pequeña barba apenas visible lo hacía lucir realmente sexy.

¿Qué había hecho para merecer conocer a esta hombre?

-Buenas noches Elena-

-Buenas noches Alexander-

-¿Esta lista para el gran show?- preguntó el.

Solo tome aire e intenté hacer una sonrisa que termino siendo una mueca. A esto, Alexander soltó una carcajada. Se acercó más a mí y entrelazo su mano con la mía.

-¿Te cuento un secreto?- me susurró y yo asentí –Estoy igual o más nervioso que tú-

-Pero no te ves así. Te veo despreocupado- mencioné.

-Solo es por aparentar. Tranquila, esta noche seremos un equipo- Y sin mencionar otra palabra, empezamos a caminar hacia la casa con las manos entrelazadas. No dije nada, solo caminaba callada, esperando el gran momento.

Y pasó.

Entramos al gran comedor, donde en la mesa se encontraba el mismo señor de ayer: su padre, una señora muy guapa, con los ojos similares a los de Alexander: su madre, suponía. Dos jovencitas muy parecidas, solo que el color de cabello era diferente, yo calculaba 17 y 15 años. Si mi mente no me fallaba, diría que son sus hermanas.

-Familia, les presento a mi novia, Elena Hells- me presentó con una sonrisa en la cara.

Y hubo distintas reacciones: el señor Pablo rodó los ojos, la señora me dio una sonrisa sincera y las chicas estaban que se morían de la felicidad. Al parecer a alguien no le caía bien.

La señora se colocó de pie acercándose a mí, aun con esa sonrisa sincera. Hace años no veía una sonrisa de una madre.

-Mucho gusto querida, soy Raquel Ambrosetti, la madre de esta hermosura- me dijo mientras tomaba mis manos entre las de ella –Estoy muy feliz de que Alexander te haya encontrado después de todo lo que ha sufrido .Yo sé que tu sanaras sus heridas y olvidaran a esa mujer-

Noté a un Alexander incomodo.

-Basta madre- habló Alexander con una voz fría y seria. Todo el humor se había esfumado. Ella obedeció y dejo que las hermanas se acercaran a mí.

¿Qué había sufrido? ¿Qué mujer había que olvidar?

-Yo soy Dalia, mucho gusto Elena-

-Y yo soy Lucia, si otra hermana-

Y sin decir una palabra se lanzaron a abrazarme, dejándome sin aire. Estaban realmente emocionadas por su hermano, y las comprendo, yo también lo estaría por míos.

Mis hermanos...

-Bueno niñas, no quiero que ahuyenten a mi hermosa novia- me obligó a soltarme de ellas tomándome de la cadera y acercándome a la única persona que no se había levantado: su padre. Él cual me miraba mal, como si yo fuera inferior a él.

-Aunque ya la conocías, te la vuelvo a presentar, Elena, mi novia- mencionó  a su padre, el cual no hacia ningún gesto. Solo esa mirada que causaba un terror profundo.

Los ojos hermosos eran como los de su madre y su mirada agobiante era como la de su padre.

Solo unimos nuestras manos, sin que nadie dijera nada. 

Incómodo.

Tomamos nuestros asientos en la mesa: El Señor Ambrosetti en la cabeza, la Señora Ambrosetti a su lado izquierdo, las hermanas junto a su madre. Alexander a lado derecho de su padre y yo junto a él.

La cena fue traída por unas chicas de servicio y sin decir alguna palabra se retiraron.

-Elena, ¿A qué te dedicas?- preguntó la Señora Raquel.

-Soy comunicóloga, hace poco que me gradué- conteste tranquila, aun no pasaba nada intenso.

-¿Dónde estás trabajando? Digo, si es que lo haces- habló mi querido "suegrito"

Estaba a punto de responder, pero Alexander fue más rápido.

-Es mi secretaria, ¿verdad?- y como respuesta a eso asentí con la cabeza.

Todos tenían una expresión de asombro, menos el Señor Pablo, él tenía la expresión horrorizada. No podía negar que la situación me causaba gracia, pero no duraría demasiado.

-Wow- mencionaron Dalia y Lucia –Una historia cliché-

Me ruboricé, bajando la cabeza. Alexander tomó mi mano y le dio un beso a mis nudillos, transmitiéndome paz y tranquilidad, ya que de verdad la necesitaría.

Ayúdame Dios mío en esta noche tan larga...

Quédate Conmigo #1Tahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon