Capítulo IV.

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«By each crime and every kindness, we birth our future.»

Cloud Atlas, David Mitchell

***

Cuando Tom Riddle la encontró, llevaba más de veinte años sin hablar con nadie, viviendo entre serpientes. De inmediato supo su nombre porque se metió en ella, como un parásito. Intentó poseerla y ella intentó rechazarlo hasta darse cuenta de que hablaba su lengua de que la entendía. Entonces se interesó. Supo el nombre de Tom Riddle porque lo tenía en su cabeza y, aunque él lo rechazara, no podía desprenderse de él. Le preguntó quién era y él contestó «Lord Voldemort».

No le costó demasiado que confiara en ella. Estaba sólo y vulnerable. Y todos los hombres, pensó Nagini, cuando están solos y vulnerables, confían en la primera mujer que se les atraviese.

Hasta que ya no están solos y vulnerables. Entonces las abandonan.

Le habló de su causa. A Nagini le dio igual. Hacía mucho tiempo que estaba por encima del bien y el mal, lo que añoraba era la compañía. Le habló de sus ideales, que a Nagini le importaron una mierda. Y tres carajos. Le dijo que odiaba su nombre, «Tom Riddle», porque era un nombre común y era el nombre de un muggle. Sin embargo, Nagini estaba seguro que en el nombre de las personas se escondía su destino. Se escondía en el suyo, por supuesto, escondido a simple vista: llevaba el nombre de las diosas serpiente de Asia, a veces mujeres, a veces reptiles. Con Tom era el mismo caso: era un hombre increíblemente común.

Nagini conocía a los de su calaña. Sedientos de poder, de gloria. Sedientos de trascender. Sedientos de inmortalidad.

Se preguntó si valdría la pena seguirlo. Sólo por la compañía. Si la hubiera conocido cuando aún era humana, la hubiera despreciado. Ella nunca había sido bruja, nunca había tenido una varita. Pero así, en la piel de serpiente, le confío todos sus secretos. Y ella, sólo para no quedarse sola, decidió volverse imprescindible.

Lo alimentó con su propia leche, con su propio veneno. Lo ayudó a recuperar su cuerpo. Y después, dejó que la corrompiera con una parte de su alma.

Se volvió su mano derecha. Y la izquierda. La única en la que confiaba.

Ni siquiera se daba cuenta que a Nagini la causa le importaba un carajo. O tal vez sí, y no le importaba. Ella estaba dispuesta a hacer todo lo que fuera necesario. Quería una eternidad con alguien que la entendiera.

Y a pesar de ser el hombre más común del mundo en sus aspiraciones, Tom era exactamente eso.

Fue Draco Malfoy.

Así que aún está con Harry Potter —dijo él, mientras le curaba la herida.

Nunca debiste de darle tu alma —espetó ella—. ¿Los demás? Son manejables. Los que quedan al menos. Pero él...

»Él te traicionaría en un segundo, si eso significara salvar su propia vida. La misma razón por la que te fue fiel: estaba salvando su pellejo.

»Esa clase de lealtad no vale la pena.

Me encargaré de ello —prometió Tom. O Voldemort, como le diera la gana llamarse. Pero Nagini sabía que no iba a hacerlo. De todos los pedazos de su alma, Draco Malfoy siempre había sido uno de sus juguetes favoritos. Casi tanto como la pelirroja desaparecida.

***

Hacía días que no se reconocía a sí misma. Estaban varados en algún pueblo horrible de la costa al sur de Inglaterra. Pasaban el tiempo encerrados en hoteles de paso y él hacía encantamientos para que no se oyeran los gritos de Ginny fuera de la habitación. Theodore estaba aterrado de admitir que no sabía qué estaba pasando, pero tenía que hacerlo. En algún momento tenía qué hacerlo.

Horrocruxes [Drarry] Where stories live. Discover now