CAPÍTULO UNO: PAN CON LOMO

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Violeta ha dicho que está embarazada justo cuando usted da el primer mordisco a su pan con lomo, y se lo dice con tanto descaro que parece un ardid de esos que solo una trujillana puede idear, es decir, un susurro de alerta en medio de la festiva algarada, o mejor aún, un verso viperino en cierta oda a la alegría. Entonces le pregunta que desde cuándo lo sabe, deshaciéndose del pan con lomo en un tacho de basura, que por qué no se lo contó antes: quizá en la chupa de hace una semana mientras la noche desvanecía su carpa compartida, quizá durante el viaje a las ruinas de Huamachuco al contemplar el cielo sin polución, quizá esa tarde de presentación ante el señor y la señora Orihuela, y decir hola, señores, muy buenas tardes, soy Gabriel Orozco y estudio Historia junto con su hija, o quién sabe cuándo, pero al menos la advertencia respectiva, para no estar en la nada y tener que desechar el pan con lomo. Ella ríe igual que el último Inca al oír los consejos de Rumiñawi, con el rostro altivo, la mirada perdida en lo transcendente de la vida, y el fino vestido remeciéndose por la impetuosidad del viento, intentando elevarla al Hanan Pacha, mas regresando a esta mundanidad ni bien declara que usted, mi estimado Huáscar, ha sido condenado a muerte en la comisaría de San Isidro por abuso sexual a un menor de edad, y que el proceso en su contra ya ha principiado. Así recuerda la noche entre las telas de un motel y cómo Cusi Rimay elogiaba sus dotes de quipucamayoc, sus ojos ávidos por una verdad amidst innúmeras bibliografías, con la esperanza de sonar más gringa, más limeña, y usted frustrado por no recalcarle su éxtasis ante el cetrino que se conjuga con la nigérrima noche y el contraste de una sonrisa inmaculada con el bosquejo de un ceramio muchik, y el dedo sobre los labios titubeantes, las manos que surgen y desaparecen cual guerrilla del XX, la sinfonía de un coro cusqueño en tiempos del Cristo represivo, el vesánico silencio que solo es real en las cabezas de ambos, y te amo, mi Violeta, mañana la invito al museo del Huallamarca. Pero nunca la forcé, ni siquiera al escalar el Huascarán, y tampoco al recorrer el Amazonas, y menos aún al aproximar nuestros rostros. La risa es de pronto tan recatada como la de un pomposo Chimú, a quien le han exigido clemencia, antes de quebrar el tórax de un niño por el bien de su imperio; se ha vuelto para retirarse con el mutismo vistiéndola de gala, a lo que reacciona tomándola de la muñeca izquierda y pidiendo que no se vaya, a la vez que ella ensaya un soliloquio en nombre del feminismo tan vejado en el Perú, ornamentado con menciones a Bastidas, a Bellido, a Matto, a Moyano y, por qué no, a Yma Súmac. Primero reacciona un anciano con el Trome y su calata en mano que se queja por la objetivización de la mujer, luego es el taxista que le acaba de silbar a una joven universitaria, después se trata de doña no sé qué de apenas diecinueve años que ya tiene tres hijos y está divorciada, y en un segundo usted no ha soltado la muñeca de Violeta porque le gustaría pedirle ayuda, implorarle que no lo deje rodeado de los gárrulos del Perú, con lo cual ella prosigue en su dramatúrgico lamento. Conmisérame, Erzsébet, sabes que nada de ello es cierto. Y el acto final se pone en escena cuando el vestido se levanta y los muslos refulgen sus tumescencias, junto con la costilla derecha y el hombro de la siniestra y, según su voz entrecortada y los ojos llorosos, ambos humildes pechos de esa joven de provincia ultrajada por un canalla en la punta de la escala social. Usted cree ver remordimiento en los ojos de Violeta al emprender carrera hacia un punto distante, casi como si en el epílogo hubiérase mordido el labio inferior, ansiosa por no correr el telón y explicar que se trata de un malentendido, pero usted no es hombre de creencias ni posibilidades, ya que las contradicciones siempre conducen, de cierta forma, a lo mismo: y no había otro relato para los transeúntes más que confesarles que ha violado a una chica. Lo subsiguiente, en puridad, ya se conoce hasta en la prensa corporativa. Violeta Orihuela hubo de dejar las ruinas de Chan Chan para estudiar Historia en la capital del país, sin más que una beca de estudios y el sueño de escribir un relato lógico del fausto Imperio Chimú; en su facultad conoció al sociópata de Gabriel Orozco Ulloa, quien la engatusó con dádivas propias del adinerado y poesía sin mayor valía, escrita en prácticas del segundo ciclo, y bajo cuya subrepticia férula comenzó a dejar los estudios de lado por huir junto al sanisidrino a las discotecas y (¡cosa espantosa!) a museos a las afueras del centro urbano, por el cual hubo de perder amistades y valiosas oportunidades, con quien discutía y siempre perdía tal como lo demuestra esa segunda cuenta de Facebook de usted (falsamente imputada por sus familiares, porque allí en la laptop suya estaba la prueba que ningún otro la creó, y ya no me vengan con ese cuento de que fue la pobre violentada la que le motivó a crearse otra cuenta). De tal modo fue imposible escapar de entre las garras del "manso" Orozco esa noche en el motel El Pachacamac, donde la pobre Violeta padeció los embates del general Baquedano en la campaña de Lima, el hurto de su secretismo en aquel oculto rincón de la Biblioteca Nacional, los desmanes del etílico limeño en el momento de la ocupación chilena (¿o por qué habría el bondadoso tío de Violeta, que era el dueño del motel, confirmado tales aseveraciones con respecto a su borrachería?), las heridas imperdonables de un enemigo sin vergüenza al confrontar a esa sumisa general Iglesias, el colmo de los colmos de manos de Gorostiaga tras la carnicería del Huamachuco. Pero al final vino la valentía del caudillo Piérola, dispuesto a no callarse por los errores del pasado y enmendarse en un segundo gobierno, con el mejor apóstrofe contra el machismo y los abusos de un sexo estulto a lo largo de la historia en un cruce de la Javier Prado. Y a usted ya lo metieron en la cana por las fechorías y las pruebas en su contra y porque, además, nunca negó los hechos: ni cuando le daban empujones por la espalda camino a la comisaría, ni cuando el oficinista le tomó la declaración y le fotografiaron como se acostumbra, ni cuando le dijeron que ese colchón carcomido por las ratas era su cama para los próximos seis meses, ni cuando los profesores le negaron el habla a través de cada medio existente, ni cuando su madre le visitó con dos bofetadas ya preparadas, ni cuando leía la dicotómica historiografía nacional sentado en el wáter a primera hora de la madrugada.

—Qué tal vida la que me toca pasar, ¿no crees?

A lo que Violeta responde con otra carcajada incásica, jugueteando con su tarjeta de crédito, y sale de la comisaría.

Hoy le ha traído un pan con lomo que ya no puede desechar.


***


—Entonces, ¿habré de deshacer mis pasos y reiniciar el trayecto una y otra vez?

—¿Le sirve leer a un violador, Gabriel? —arremetió su madre.

—Es decir, tampoco guardo inconveniente ante una ficción histórica, no has de malinterpretar el lenguaje —asevera con un disimulado encogimiento de hombros, mirando fijamente esas manos y sus venosos senderos moverse de un lado a otro, con total indecisión. —Pero obtener la idílica narrativa del surgimiento y la debacle del partido más importante del Perú es una tarea asaz dificultosa, y, sobre todo, fructífera. Le permitiría al escolar librar la esquiva batalla contra la acracia convenida, ver, tal vez, el yerro de una esperanza que no es nutrida como corresponde, la equivocación que resulta de mezclar el yo y el nosotros, la estolidez propia de quien se mira al espejo y reconoce a Dios. Imagina que sea, digamos, Juan de doce años quien toma el primer tomo del volumen de Política y Sociedad; ya pensé hasta en el nombre; y lo revisa con la curiosidad del que es hijo de la incultura, y recuerda que sus padres eran militantes y que tal hombre de la portada antes era un credo. Así desenmascaras la niñez insulsa, quizá desde las escuelas en el anémico curso de Historia, Geografía y Economía, o quizá en una librería con cientos de ejemplares, o, quién sabe, hasta en la recomendación de un tío al que ya le peinan canas. La valía de esta obra—sentencia, soslayando el hecho de que su madre ya se ha ido—reside en su disposición a brindar una nueva posibilidad de hacer política, en base a la identificación de las garrafales decisiones hasta hoy tomadas.

El eco resuena en sus tímpanos de manera lenta y acompasada, como toda respuesta empática ha de ser. Su madre jamás hubiera tardado tanto ni se habría expresado tan dulcemente como el silencio, primero, porque hace apenas dos semanas le había visto tras unos barrotes de hojalata en la sala trasera de la comisaría número tres; segundo, porque la brillante carrera de intelectual acomodado que hubo de plantearse se hizo una entelequia; y tercero, porque abusó de una mujer. Eso último le costaba comprender; con las gafas de una medida incalculable y el álbum familiar le visitó a usted para sonsacarle algo, aunque sea mínimo, de la noche en cuestión. Dijo lo que la prensa ya había oído: que una verdad es aquella repetida sin cesar, cual mantra político, en la tertulia de un bar de mala muerte, bajo la pluma del periodista sin nueva historia, entre los griteríos del tráfico irreverente, donde cada quiosco y juguería con pocos clientes, en los labios de una cronista de carne y hueso, oradora por naturaleza, demagogia convertida en materialidad, y, claro, que su relato no era de significancia en tal escenario, ¿cómo contradecir, pues, la institucionalidad de la postura mediática, el desencanto de la llanura demográfica, la pancarta que dice <<no más violadores>>, si eso es lo que la gente más quiere?, ¿cómo negarse al papel de antisocial si de ello se alimenta la generalidad?, ¿cómo, señor periodista?, ¿cómo, madre mía? Y la mueca del interlocutor es inexorable, ya que allí no hay chisme, no aparece el <<no lo hice>> con su dureza y ambigüedad; es casi una falta a la constitución la serenidad con la que ha hablado usted, joven Gabriel, ¿de verdad no te remueve el estómago al saberte un abusador, hijo querido?, ¿o acaso las nuevas generaciones ya están podridas, joven Gabriel? La respuesta inmediatamente fue descartada del texto próximo a publicarse por ser <<demasiado difusa y superficial>>, y su madre entró en cólera al presenciar tamaño <<desperdicio de inteligencia>>. La entrevista relata que usted era ateo opuesto a la santa fe católica, maltratado psicológicamente por un exceso de literatura rusa, envuelto en un aire de irrealidad vomitivo, en el cual no cabía la idea de la autonomía verbal. 

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⏰ Última actualización: Jan 31, 2019 ⏰

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