Parte única

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Un amor de plástico: era lo que ambos tenían. Sus extremidades, de reciclada naturaleza, de veinte a veintitrés colores, no eran más que la suma de sus desgracias. No supieron qué responder cuando decidieron amarse: tantas promesas pretéritas de iguales palabras sólo le sumaron terror al terror. Ambos seguían concurriendo a los mismos lugares, seguían bebiendo sus penas sabor a ron y malta, pero por las noches las luces seguían encendidas.

Una tarde de crudo invierno ambos, para olvidarse del uno al otro, para volver a sus antiguas vidas de placer sincero, decidieron sentir otra brisa fría en sus tiesos rostros y allí, por el ruinoso parque, se hallaron sin quererlo. A una distancia considerable y a la sombra de dos árboles distintos sus ojos se golpeaban uno al otro gritándose lo indecible.

Varios meses después decidieron mudarse al mismo sitio sin quererlo. Se hallaron en los mismos bares, con ropas distintas y con las mismas penas. Caminaban calles paralelas y solían cruzarse sin quererlo.

Cuando la luna reflejaba impaciente su luminosa esencia sobre los pisos no compartidos recordaban las mismas palabras nocturnas, las mismas promesas en las camas que ambos usaban en habitaciones distintas, en casa distintas, barrios distintos.

Se levantaban con sus bocas sabor del sueño de anteriores noches. Desayunaban con el mismo sol que golpeaba sus ojos de húmedo estado.

Comenzaron a implorarle al mismo Dios que aplacara todo el dolor que no era dolor. Suspiraban por las tardes bonaerenses cuando Spinetta se lamentaba en Do bemol, escuchando el mismo disco una y otra vez.

Cuando el destino se hartó de coincidencias dejaron de coordinar palabras por las noches, sueños lucidos por la madrugada, sabores de ensueño matinal, mismas oraciones por las tardes y bares por la noche.

Dejaron de ser el uno para el otro y el miedo volvió a triunfar.

Los ParalelosWhere stories live. Discover now