Steve Rogers - Tony Stark

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STEVE ROGERS - Ciudad de Nueva York

-¡Steve! - La aguda voz resonó en el estudio sacandolo de concentración haciendo que casi arruinara el lienzo en el que llevaba dos semanas trabajando.

-¡Te conseguí una nueva galería para exponer tus últimas obras! ¡En el museo de cultura y arte nacional! ¿No es fantástico?-

-S-si Sharon, es increíble, como siempre.- Respondió aún dudoso de como expresarse, aunque supuso que poco importaba la imagen que le diera a la rubia pues ella permanecía pegada a su teléfono sin nisiquiera mirarlo.

Esa era su vida ahora y desde hace mucho, desde cuando apenas se había graduado y había conocido a la sobrina de su maestra en la escuela de artes: Sharon Carter en la reunión de celebración en su universidad, al principio la mujer parecía recelosa ante él, pero cuando Peggy había empezado a soltar alabanzas al talento innato de Steve los ojos azulados de Sharon parecieron brillar como quien encuentra una fuente de oro.

Debía reconocerle el merito a la mujer, lo había ayudado bastante y con sus empujes logró hacerse un nombre en el mundo del arte y, en su primera exposición cortesía de los contactos de Carter en una pequeña galería de artes plásticas, la rubia lo había besado justo al momento en que los flashes de las cámaras estallaron al momento de la apertura.

Desde entonces Carter y él vivian en esa compleja relación, Sharon siempre solía distanciarse muy ocupada con la publicidad y crecimiento de su novio pero frente a los lentes de las cámaras se volvía la mujer más amorosa que jamás nadie haya visto. Pues si, esa era su extraña vida de pareja ahora.

-Vamos, Steve, va a ser genial, van a estar los mejores nombres de la alta sociedad ahí, estarás bien, ¿Verdad?- Dijo la rubia con palabras que parecían más para ella misma que para él y salió de la habitación cuando una llamada entrante le llegó.

-... Claro, siempre lo estoy...- Murmuró más para si mismo que para la rubia.

Decidió ignorar cualquier sentimiento negativo y se enfocó en terminar su obra para alejar la amargura de su rostro, después de todo, no le gustaría salir mal en las fotos o... a Sharon no le gustaría.

TONY STARK-STRANGE - Centro de Nueva York

Tony se acomodó los botones de su saco impecable como siempre sin una sola arruga sobre el terciopelo rojo de su traje. Se dió una ultima mirada en el espejo y sonrió ante la imagen que este le dio, perfecto, todo perfecto.

Su sonrisa se borró aunque aquello último que cruzó su mente.Todo perfecto... ¿realmente lo era?

El sonido de la puerta de su habitación lo sacó de sus pensamientos y volvió a colocar su brillante sonrisa para volver a mirar a su compañía.

-¿Ya estás listo? La exposición es en media hora y somos demasiado importantes para llegar tar- Se interrumpió a si mismo cuando observó a su esposo aun con el pelo mojado y sin peinar y la ropa informal quien parecía buscar el bolso pequeño de viaje que siempre usaba para sus turnos en el hospital.

-Lo siento, Tony, hoy no se podrá- Stephen se acercó al armario ignorando por completo al castaño y en el fondo del mueble encontró lo que buscaba. -Christine me llamó, su neurocirujano de turno tuvo un contratiempo de ultimo minuto y me pidió que lo reemplazara por el siguiente turno- Se explicó.

El ceño de Tony se frunció marcando su entrecejo, sentía un huracán aproximarse. -Claro, y como se trata de Palmer no podías negarte ¿no?- Escupió cada palabra con fastidio, a lo lejos notó como los hombros de Stephen bajaron cuando este soltó un pesado suspiro y eso solo encendió más su furia.

Si los problemas en su vida tuvieran nombre propio sin duda alguna alguna ese sería Christine Palmer, desde el traslado de su esposo al hospital central donde laboraba la mujer, esa mujer... Ese nombre que siempre reinaba en los labios del doctor. Llamadas, mensajes, notas de voz, todos con la misma excusa su trabajo. A Tony le ofendía que lo creyeran tan tonto.

Tenía que admitirlo, su matrimonio no era el mismo de hace años cuando conoció a Stephen como un joven conocido de su padre, al principio lo había amado como a nadie, pero luego... tanto había cambiado que ahora apenas si compartían la misma mesa para comer o la recámara únicamente para dormir en un frío ambiente de indiferencia.

¿Qué si había pensado en separarse? Un millón de veces, pero, simplemente no tenía el valor, su imagen, la de Stephen, el que dirán al saber que el gran Anthony Stark había quedado con un matrimonio fracasado y se había convertido en un divorciado cuarentón, no quería ni pensarlo.

-Ahora no, Anthony- Sentenció cortante antes de salir del lugar a penas si haciendo un ademán con la mano como despedida.

Con todo el enojo acumulado en su cuerpo tomó una de las almohadas de la cama y la azotó con fuerza contra la puerta de madera. Sintió un escozor ya común en sus ojos previo a cuando sus lágrimas buscaban salir. Pero no lloró.

No esta vez, se dijo a si mismo, no les daría el gusto de que sus acciones le arruinaran la vida. Tomó el primer reloj que encontró en el cajón, sacó las llaves de su auto y lo más a prisa que pudo se encaminó al museo de cultura y arte nacional.

Los infieles - StonyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora