Capítulo Cuatro

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Era el lugar más extraño que Sypha Belnades había visto, en cambio, Alucard creía que la cabaña frente a ambos fue sacada de los cuentos con los que había crecido

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Era el lugar más extraño que Sypha Belnades había visto, en cambio, Alucard creía que la cabaña frente a ambos fue sacada de los cuentos con los que había crecido.

¿Por qué Trevor llegaría a un lugar como este?

Más que una pregunta directa a la joven oradora, no esperaba respuesta ya que seguramente tendría una que no le convencería de nada; Alucard no estaba seguro de esperar algo positivo donde un Belmont se involucrara. Sypha debía agotar todas las posibilidades posibles, pero lo que realmente le abrumaba era: ¿qué pasaría si el azabache no aparecía después de todo? De solo pensarlo el corazón se le quería salir del pecho, tal vez por coraje o tristeza.

La cabaña, por fuera, lucía abandonada y también se veían que la naturaleza había reclamado cada una de las paredes con enredaderas que fácilmente podía confundirse con solo maleza. No se veían ventanas a la simple vista y en la estructura había algunas grietas de lo vieja que estaba seguramente. La mezcla que mantenía a los ladrillos juntos parecía estarse cayendo a pequeños pedazos y con grumos. Era un lugar maravillosamente rústico y fuera de lo común después de todos los daños provocados.

No lo sé—la chica pelirroja sonó desanimada y suspiró—, tal vez solo nos encontremos con una señora mayor disfrutando de la soledad del bosque...

Estiria se encuentra a unos kilómetros más— mencionó su compañero, que aún se mantenía a la defensiva de encontrar a Trevor dentro de aquella estructura—, ¿estás segura que no quieres ir a buscarlo mejor allá?— le preguntó tratando de que reconsiderara su decisión.

Sí, pero no— Sypha ni siquiera le encontraba el sentido total a su respuesta, pero su abuelo muchas veces le había contestado así con tal de que guardara silencio—. No perdemos nada con tocar.

Ella alzó una de sus manos y tocó con cuidado la puerta de la cabaña con tres golpes precisos. La única razón por la que el rubio siguiera allí era por no dejar a Sypha sola.

En el interior de la cabaña, Electra miró la puerta de su hogar con pánico creciente. 

Hacía años nadie, incluyendo a sus limitadas relaciones con habitantes y criaturas, tocaba a su puerta. La última visita que entró fue el representante de la asamblea militar de Estiria, solicitando su presencia urgentemente.

¿No vas a abrir?— Trevor le preguntó desde atrás; pareciera que con los golpes de la puerta también se había alertado.

Seguramente vienen por ti.

Electra miró al de cabello oscuro una última vez antes de dirigirse a la ventana de la planta baja de la cabaña y observar afuera. El hechizo que los vidrios de las ventanas tenían le permitía observar de dentro hacia fuera, pero no de fuera hacia adentro. Los avances de la edad media no habían avanzado tanto como para lograr ese tipo de detalles que a las personas solitarias (o las que vivían a mitad de bosque, claramente) les vendrían excelente.

La bruja levantó su dedo índice y trazó una línea vertical imaginaria frente a su rostro, como si se quitara un mechón de cabello que le caía por la cara, pero lo único que se movió fue una mínima parte de las enredaderas para dejarle una mayor oportunidad de ver claro. Lo primero que captó la atención de ella fueron los caballos que venían halando el carruaje con techo de paja y semicircular. Quiso darle una manzana a cada uno y acariciar su nariz, pero no quería arriesgarse a que se creyera que les estaba envenenando. Ya le había sucedido con un par de foráneos hacía unos meses en Estiria cuando intentó alimentar a un par de mulas.

Había una chica y un chico.

Él tenía un largo cabello rubio, y solo podía verle el perfil. Manos envueltas en guantes negros, una gabardina negra de igual forma con un par de franjas mostaza por el cuello y las orillas. Se le veía bastante serio, como si estuviera consternado por algo. Electra estaba casi segura de saber de quién se trataba realmente, y de solo pensar que su teoría era cierta, la mandíbula se le caía al piso.

A un paso frente a aquel, se encontraba la chica, que tenía el cabello corto y rojizo, un color precioso que a la bruja le causaba envidia. Tener el cabello con tanta falta de color a veces le desanimaba. También veía su perfil, pero a diferencia de su compañero, ella usaba un tipo de túnica azul, con mangas negras cubriendo debajo hasta sus muñecas.

Apenas vio cómo el chico volteaba a ambos lados y llegó a la enredadera apartada, ella se alejó, provocando que la planta volviese a su lugar.

Tal vez fue su imaginación creer que sus miradas habían cruzado en algún momento.

Tenías razón— el último hijo del clan Belmont estaba detrás de ella sin que lo notara, lo cual hizo a su pequeño cuerpo sobresaltar. Trevor ya no tenía ese tono que el alcohol provocaba después de pasarte de copas—. Vienen por mí.

Afuera, Alucard sabía exactamente lo que había visto. Eran ojos grises, mejillas redondas y una piel tan blanca como la nieve.

Creo que una señora de edad avanzada no es quien vive aquí— Alucard le advirtió a Sypha, que aún miraba expectante la puerta del lugar.

¿A qué te refieres?— a la oradora le pareció una idea descabellada—. No creo que alguien más que un vejestorio viva a la mitad de un bosque por gusto.

Permíteme— el dhampir dio un paso enfrente, provocando que la fémina se apartara de la puerta. Él tocó con una insistencia mayor, y parecía que automáticamente él había comenzado a liderar la búsqueda de Trevor.

¿Quiénes son?— dentro, Electra moría de nerviosismo. Se había apartado de la ventana para ver al azabache con el entrecejo fruncido. A él le dio gracia la preocupación de la chica, y su cara no lo demostró.

Son solo personas— le dijo con burla—, ¿les tienes miedo?

El silencio de la bruja le dio la respuesta. Él gruñó y cruzó los brazos sobre el pecho.

¿No vas a abrir? — le repitió la pregunta. Parecía estarla retando.

A la bruja le sudaron las manos, y se pasó las palmas por la falda del vestido para retirar el exceso. Finalmente asintió y caminó a la puerta minuciosamente. Su calzado pesado resonó bajo sus pies y el suelo. Posó su mano derecha en la cerradura de la puerta, y como si estuviera a punto de abrir la jaula de un león, la abrió.

¿Lo primero que ella vio? Un par de ojos ámbares preciosos, en armonía con un rostro perfecto, y después unos azules con un balance puramente femenino, mientras que lo único que Sypha y Alucard vieron fue un vestido oscuro, que hacía lucir la piel de la chica aún más pálida, como una pintura completamente a blanco y negro, y sus ojos grises les había dejado una sensación de fragilidad.

Fue un completo choque de mundos, a pesar de ser solo una primera impresión.

Estamos buscando a un hombre— fue lo primero que salió de la boca de Alucad—. Es alto, de cabello oscuro y tiene una cicatriz cruzand-...

¡Trevor!

Sypha chilló detrás de Alucard, volviendo a hacer sobresaltar a Electra, y sin importarle el espacio mínimo que aquella joven albina había dejado cuando abrió la puerta, cruzó como relámpago hasta el interior de la cabaña. El instinto le ganó y se colgó del cuello de Trevor.

El dhampir y la bruja miraron con ambas cejas alzadas a la pelirroja, y sin poder evitar la pena, Electra miró de nuevo cuenta al chico rubio y en un suave murmullo dijo:

Adelante, por favor...

Se apartó de la puerta, y por primera vez en años, se sintió completamente expuesta a todo.

☁;; Castlevania: Como Por Arte De MagiaWhere stories live. Discover now