Capítulo 12

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30 de mayo de 1617

  Todas las cotillas hablan de mí. Incluso la señora Bidley se atrevió a negarme el saludo el otro día, a la salida de la iglesia. Pero no me importa en absoluto. Lo único que deseo es que mi querido Jack regrese de Londres. Su odiosa madre insistió para que acudiera a un baile en la última semana, pero me prometió que volvería tan pronto como pudiera. Estoy contando los días.

  —del diario de Isabelle Dorring

  —Entonces te vas a Spinster House.

  —Sí, padre.

  Elsa había esperado hasta la cena, cuando toda la familia estuviera reunida, para dar la noticia. Y la cosa no había ido nada bien, tal como se temía.

  Bueno, era mucho peor que eso. Había ido horrorosamente mal. Como si hubiera arrojado una bomba en medio de la mesa. Se cortaron todas las conversaciones y todos la miraron con las bocas abiertas como platos. Hasta su madre, y era la primera vez que Elsa veía algo semejante, se había quedado sin habla.

  Y entonces su madre… se desplomó. O al menos esa era la única palabra que acudió a su mente para describir lo que vio. Sus hombros, sus ojos, todo descendió o se hundió, como arrastrado por una decepción insoportable.

  Mikey empezó a llorar, y hasta Tom moqueó.

  —¿Pero por qué, Elsa? —preguntó su padre, absolutamente desbordado—. ¿No eres feliz aquí?

  —Por supuesto que lo soy, padre. —En cierto modo, eso era verdad. Amaba de verdad a su familia—. Pero tengo veinticuatro años. Es hora de que me vaya —afirmó, forzando una sonrisa—. Aquí no tengo ni siquiera una cama propia.

  —Pronto la tendrás —dijo Anna—. En cuanto me case con Kristoff.

  —Sí, y entonces madre trasladará a Pru a la habitación —dijo Elsa intentando reírse, y por poco lo consigue.

  Transmitir a su familia su decisión estaba siendo muchísimo más difícil de lo que se había imaginado.

  —No, Elsa—dijo al fin su madre, recuperando la voz—. Te hubiera dejado a ti la cama, y la habitación, si me hubieras dicho que era lo que querías. Ahora tendremos espacio suficiente. Pru y Sybbie pueden seguir compartiendo cuarto.

  —Claro, Elsa. A mí no me importa —afirmó Pru con voz temblorosa—. Por favor, no te vayas.

  ¡Por Dios! Había pensado que Pru sería precisamente la que le abriría gustosa la puerta y le daría un fraternal empujón para que se fuera más deprisa.

  Sybbie gimoteaba y se limpiaba las lágrimas con la servilleta, y Walter y Henry miraban los platos sin levantar la cabeza. Estaban muy serios y parecían tristes. ¡Hasta habían dejado de comer…!

  Aquello era absurdo.

  —¡No es como si me fuera a Londres, por Dios! Estaré al otro lado de la calle.

  Era una decisión acertada. Llevaba muchos, muchos años deseándolo. Entonces, ¿por qué se sentía como si estuviera cometiendo un terrible error?

  Simplemente, no se esperaba una reacción como esa en su familia, eso era todo. Una pena, ciertamente, pero el cambio siempre resulta costoso y difícil de asumir. Seguramente, una vez que cada cual se acostumbrara al hecho de que vivía en Spinster House las cosas volverían a su cauce.

  Además, cuando Susan y Ruth se marcharon no se armó este revuelo. Y Anna se marcharía dentro de poco más de una semana. Nadie lloraba por ello.

Fruto ProhibidoWhere stories live. Discover now