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Paul siempre fue la clase de persona que colocaba las necesidades de los demás por delante de las propias; y eso lo enorgullecía tremendamente. En su trabajo destacaba por la pasión férrea que mostraba tener, sus pacientes lo adoraban por la dedicación y entrega que tenía. Podía jactarse de ser el mejor pediatra, y que todos los niños del hospital donde trabajaba corrieran hacía él apenas lo visualizaban, era la mejor prueba.

Por qué al ser gay, uno muy promiscuo, Paul ni siquiera podía soñar con la idea de formar una familia. Era demasiado inestable para tener una relación normal y la única vez que lo intentó, terminó en prisión.

Sí. Era medianamente su culpa por haber sido infiel y haberse reído de las amenazas de su psicópata ex novio Mick, pero su todas las infidelidades tuvieran por condena la prisión, ufff...

Y Paul siempre fue la clase de hombres que aceptaba su culpa en la situaciones desfavorables de la vida. Era un ferviente creyente de que todo acto conlleva una responsabilidad. Por ella fue que pudo resignarse y no caer en la locura cuando el juez dictó la sentencia. Así mismo, estaba consiente de la imprudencia a la que estaba dejándose arrastrar en North Collan.

Dos meses de besos robados y forzados, de caricias lascivas y posesiva. Dos meses siendo el objeto de una vehemente mirada de ojos oscuros. Dos meses sintiendo el calor corporal del único hombre que hasta el momento lo había atrapado; de su dueño.

¿Como podía eliminar los recuerdos que John había dejado en él? Era imposible. Paul lo sabía.

Seguramente pasarían las estaciones, los años y el seguiría recordando cada maldito beso, cada palabra susurra da en su oído y cada situación a la que John lo condujo.

Si él era una rosa, John se había convertido en las espinas que lo acompañaban.

—Eres mi dueño —insinuó. Con su labio y la mirada baja.

No iba a dejar que John terminará el nexo que los unía. Más allá del pavor que le daba pensar en su incierto futuro sin John como escudo no quería perderlo. ¿Que haría su dueño si él?

No podían estar uno sin él otro. Porque si John era la enfermedad, Paul era la cura.

El emperador golpeó la pared con su puño. Los nudillos crujieron y Paul dio un leve salto sin despegar los pies completamente del suelo. Más no retrocedió, ni de su boca salió retracción alguna.

—¿Es que acaso no lo entiendes, puta barata? —su voz era amenazante. Volteó en dirección a Paul,con el rostro hinchado por los golpes y sus dientes moliéndose debido a la fuerza con la que los apretaba—. Tu no decides. No eres nadie para venir a reclamarme como tu dueño. Solo eres el infeliz con el que pretendía tener una buena follada y luego botar a la basura... porque ¿Adivina qué? Es ahí donde perteneces.

—Pero n-no me follaste. ¿Por-por que? —Vio a John pasar saliva.

-¿Qué importa? Ya todo se fue a la mierda —respondió al cabo re unos segundos.

Paul succionó su labio inferior para no soltar un sollozo. Las palabras de John dolían más que cualquier golpe certero. Negó con la cabeza y sorbió su nariz, sintiéndose perdido y su más respuestas para dar.

John pasó por su lado, empujándolo por el hombro. Se subió a la parte superior de la litera, y de rostro a la pared, fingió caer en el sueño. Paul permaneció tiempo incalculable de pie, experimentando por primera vez las emociones que se ligaban a su corazón.

No iba a admitir cuánto le gustaba John, pero tampoco podía negárselo a sí mismo. Era un duro golpe a su orgullo, mancillado y herido, al tener que reconocer el origen de su dependencia emocional por John. Era absurdo. Había deseado a infinidad de hombres. ¿Por qué solamente podía recordar el sabor de los besos de John? ¿Era un efecto colateral de su estadía en la prisión?

Captive. - McLennon. ADWhere stories live. Discover now