Niebla

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En Limón, la mayoría de días de verano eran de cielo despejado y amaneceres en los que se divisaba el sol emergiendo del océano en el horizonte; sin embargo, esta mañana David no lograba ver a más de 20 metros de distancia. Una de las nieblas más densas que había presenciado, había atracado en el puerto desde pasada la medianoche.

Después de ponerse su camisa y sus botas, nuestro personaje se disponía a salir por la cancela de su casa comiéndose una tortilla doblada rellena de arroz y frijoles, que pensaba bajar de un trago de agua en cuanto llegase a la carnicería.

Ya habían pasado casi 2 años desde que nuestro personaje despachaba carne al pueblo, y estaba muy orgulloso de ello pues, a sus 18 años, tenía la suerte de poder trabajar en la única carnicería y charcutería a la que la gente acudía. Por supuesto, su sueldo no era de envidiar, pero mantenía a su madre, a su hermana pequeña Willow y a un gato del que ni siquiera se acordaba el nombre.

Al llegar a la carnicería, no le pareció raro que José, el dueño, no hubiera abierto todavía, supuso que la noche anterior se habría pasado con el ron y ahora estaría sin conocimiento en la cama. Decidió abrir el negocio por su cuenta y preparar todo, como había hecho muchas otras veces.

Le dio tiempo a afilar todos los cuchillos, cuando llegó el primer cliente. Limón no era muy grande y David creía que conocía a todos los habitantes, pero no le sonó la cara del hombre de media estatura, con pelo largo recogido con un turbante, y piel envejecida por el sol que entró por la puerta. <<Vaya, un turista>>, pensó.

"Buenos días" Dijo David, "¿Algo en que pueda ayudarle?".

Tras una larga pausa que aprovechó para mirar hacia todos los rincones de la carnicería, el hombre dijo con voz despreocupada "Estoy buscando a botón".

"Lo siento, no conozco a ning..." Pero antes de que pudiera terminar la frase, el hombre lo interrumpió:

"José. ¿No trabaja aquí?"

A David le extrañó la forma en que el hombre se interesaba por su jefe. "No ha venido hoy, no sé donde estará".

El hombre se quedó unos instantes mirándole a los ojos, como si intentara encontrar algo en ellos; dió media vuelta y caminó hacia afuera. "Si lo ves dile que Bobby ha venido a verle", dijo justo antes de desaparecer en la niebla.

Aquella mañana nadie más apareció por la carnicería, lo cuál era muy raro.

David no paró de pensar en aquel hombre. Debía tener unos 35 años, ojos oscuros y sus ropajes no eran usuales; llevaba una chaqueta larga de cuero encima de una camisa vieja abierta, y unos pantalones arrugados que terminaban dentro de unas botas que le llegaban casi a la rodilla. No sabía si estaba en lo cierto al pensar que aquel hombre llevaba un arma de fuego al cinturón, pero de lo que sí estaba seguro es de que llevaba una espada. Era imposible que no se hubiera dado cuenta de ésto último, pues a David le encantaba todo tipo de armas blancas y era un experto afilador. La espada se encontraba colgando de la parte izquierda de su cinturón sin vaina. Era una espada de cazoleta ligeramente curva e inusualmente ancha con un solo filo.

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