La casona de avenida Agraciada.

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     Una de las casas abandonadas más conocidas de Montevideo se encuentra en el Prado; se ubica sobre la avenida Agraciada, en la esquina de Joaquín Pereira. El lugar fue protagonista de un episodio de Voces Anónimas 2: “El juego prohibido”. En esa oportunidad, se contó la experiencia vivida una noche por un joven llamado Mauricio y sus dos amigos que ingresaron sin permiso a la mansión para jugar a la Ouija. Ellos pasaron allí un momento verdaderamente escalofriante cuando se comunicaron con un espíritu en uno de los salones de esa tenebrosa casa encantada. Lo cierto es que esta historia fue un éxito y hasta el día de hoy, muchas personas la recuerdan perfectamente. Yo también la tengo muy presente, gracias a un acontecimiento inexplicable que presencié el día en que fuimos con algunos integrantes del equipo de producción a grabar imágenes del lugar.
     Fue una fría noche de otoño de 2007. Al llegar, Luis, el casero, nos recibió amablemente en su pequeña casa, ubicada al fondo del predio, y luego nos acompañó hasta el interior de la antigua y deteriorada construcción. Aquel lugar era impresionante: las inmensas paredes, carcomidas por la humedad, estaban cubiertas por gruesas enredaderas que le daban al edificio un toque solemne y lúgubre. Prácticamente, no había ni una puerta o ventana sanas, consecuencia del paso del tiempo.
     Tuvimos que bordearla por la parte trasera, avanzando entre la maleza, hasta llegar a la entrada principal, donde se pueden ver unas altas y anchas columnas de cemento coronando la fachada. Al poner un pie en el interior de lo que habría sido uno de los salones principales, descubrimos que la escalera ya no existía y, lo que es peor, que en la mayor parte de la segunda planta no había piso. Es por esto que desde la entrada pudimos ver lo que había en la parte superior de la mansión. El segundo piso era tétrico. El ambiente allí se veía inquietante, pero se transformaba en un escenario ideal para grabar nuestro programa. Así que le pregunté a Luis si había alguna manera de subir y él me explicó que no era algo fácil, pero que se podía hacer.
     Sin perder tiempo, le pedí a Alejandro, uno de los asistentes de iluminación, que viniera conmigo a conectar un foco para llevar algo de luz al lugar elegido, que estaba muy oscuro, ya que la casa no tiene energía eléctrica. Incluso tuvimos que pedirle a Luis que nos dejara enchufar un alargue en su casa para poder sacar electricidad de allí. Accedimos a la planta alta por una pequeña puerta, ubicada en la parte trasera. Allí había una escalera de madera muy vieja y empinada, que crujía fuertemente a medida que pisábamos uno a uno sus peldaños.
     Cuando terminamos de subir, llegamos hasta un punto en el que había un salón vacío con un agujero en la pared que el casero había hecho para poder pasar al otro sector de la planta superior. Era la única manera de pasar, así que junto con Luis cruzamos el boquete. Alejandro iluminaba cuidadosamente con su linterna, ya que en un lugar tan antiguo y derruido, aquella penumbra se transformaba en una especie de tramos siniestra. Como en algunos sectores no había piso, para poder llegar al lugar donde íbamos a grabar tuvimos que pasar caminando en fila india por unas vigas de hierro, haciendo equilibrio para no caernos. Fue un momento de mucha tensión y el silencio era tan grande que se podían sentir los murmullos del resto de la gente que se encontraba todavía en la entrada de la casa.
     Instantes después, Luis rompió el incómodo silencio:
     -Llegamos. Es acá.
     Alejandro iluminó la sala con la linterna y nos encontramos con un ambiente que, sinceramente, daba mucho miedo. Ese salón estaba más deteriorado que los otros que habíamos visto, las enredaderas se habían colado al interior, cubriendo los marcos rotos de las ventanas, los pisos y paredes. En aquel lugar, tuve además una sensación muy extraña: sentí que había algo más con nosotros, algún tipo de energía que de cierta manera quedó viviendo en el interior de la construcción a pesar del paso del tiempo.
     Sólo el hecho de pensar que allí podía haber algo que no veíamos, me puso nervioso... pero de golpe, se hizo la luz.
     Alejandro había conectado el foco con el alargue y la oscuridad amenazante desapareció. Me dijo que bajaría a buscar un par de focos más que habían quedado en la entrada de la casa, justo al resto de nuestros equipos. Mientras tanto, Luis me mostraba algunos lugares, como el pasillo principal y un par de salones de la planta superior.
     Momentos más tardes, en un abrir y cerrar de ojos, la luz se cortó. En ese preciso instante, lo primero que atiné a hacer fue a buscar a Luis en la oscuridad para asegurarme de que estuviera cerca de mí. Pude sentir su presencia cuando lo agarré firmemente del hombro y le dije que no se moviera, que se quedara ahí conmigo, decidí permanecer unos segundos quieto, esperando que el ambiente volviera a estar iluminado.
     La luz volvió un rato después, pero allí me llevé una sorpresa que me dejó helado: ¡Luis no estaba conmigo, me encontraba completamente solo! No entendía cómo eso era posible, si había tocado su hombro y sentido que él estaba allí conmigo. El impacto de encontrarme solo, cuando estaba seguro de su compañía, fue enorme. Cuando Luis volvió a los pocos minutos, le pregunté si no había sentido que lo agarré del hombro, pero él me contestó que no, que había bajado inmediatamente después de que se apagara la luz. Salió pensando que algo había sucedido con la instalación eléctrica de su casa y conociendo la mansión como la palma de su mano, no era de extrañar que pudiera recorrerla a oscuras.
     Todavía no entiendo qué sucedió aquella noche. ¿Quién estaba allí conmigo cuando se apagó la luz? Evidentemente, allí, adentro de las frías y antiguas paredes de la vieja casona de avenida Agraciada, aún vive alguien... o algo. Por eso desde aquel día, dejé de llamarla la casa “abandonada”.

Voces Anónimas "OCULTO".Donde viven las historias. Descúbrelo ahora