Capítulo II

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Astrid no fue consiente del momento en el que se quedó profundamente dormida. Los brazos de Hipo a su alrededor, su perfume embriagador de hierba fresca y brisa marina, y su respiración sobre su cuello le hicieron sentir completamente segura y relajada, tanto así que poco a poco olvido cada mal recuerdo de su infancia y el sueño llego a ella.

Con extremo cuidado, Hipo pasó las mantas por sobre Astrid y él mismo. La vikinga estaba firmemente aferrada a su cuerpo, sin embargo, poco a poco el agarre fue cediendo y su respiración fue tranquilizándose hasta volverse pausada y armoniosa. Una leve sonrisa paso por los labios del chico, mientras acomodaba a Astrid entre sus brazos y acariciaba cariñosamente su cabello, que en algún momento de la noche se había soltado, quedando libre sobre sus hombros y espalda. Era de un precioso color rubio y muy suave al tacto, con un exquisita fragancia con un toque cítrico. Con ese fresco aroma, Hipo cerró sus ojos y se quedó profundamente dormido.

La tormenta cesó en algún momento de la madrugada, dando pasó a una fría mañana. Los rayos del sol a penas se estaban asomando, cuando Hipo comenzó a despertar. Lentamente abrió sus ojos para encontrarse con una bella joven vikinga dormida aun entre sus brazos. El chico no pudo evitar pasar una mano suavemente por su rostro, dibujando la línea de su mandíbula y pasando fugazmente por sus labios, que en esos momentos se encontraban levemente separados. Hipo sintió fuertes deseos de probarlos, sin embargo se contuvo. Astrid podía despertar en cualquier momento... y así fue.

Pocos minutos después de Hipo, la joven vikinga comenzó a incorporarse. Le dolía un poco la cabeza y todavía mantenía el sonido de los truenos en su mente.

- No te preocupes – susurro Hipo a su oído – la tormenta ya pasó, todo está bien – dijo el chico, provocando gran sorpresa en Astrid.

- ¡Hipo!- exclamó la vikinga – ¡pero que rayos…!- comenzó a decir, pero Hipo la detuvo.

- ¡Antes de que intentes golpearme, debes saber que fuiste tú la que llego a mi habitación en la noche! – exclamó alejándose lo más que pudo de la chica, lo que fue bastante poco considerando que estaban en la misma cama.

Por un momento Hipo considero la posibilidad de pedir ayuda a Chimuelo para que Astrid no lo golpease hasta la muerte. Fuertemente cerró sus ojos esperando ilusamente que de esa forma los golpes le dolieran menos, más estos nunca llegaron.

Lentamente Hipo volvió a abrir sus ojos para encontrarse con algo que lo dejó boquiabierto.

Astrid no se veía enojada, es más, ni siquiera podía verle el rostro, ya que lo tenía inclinado, como si estuviera… ¿avergonzada?... No, imposible, pensó Hipo. Ella no era cualquier chica, ni siquiera era una chica, era una vikinga y más encima Astrid. Y Astrid no se avergüenza.

Pero al parecer estaba equivocado. Hipo se acercó un poco a Astrid que aun permanecía inmóvil y casi en un susurro la llamó por su nombre.

- Crees que soy débil, ¿no es así? – musito Astrid. Su voz se escuchaba carente de toda emoción, casi como si no fuera ella.

- Creo muchas cosas de ti, pero débil no es una de ellas – contesto Hipo.

- ¿Entonces cobarde? – pregunto Astrid nuevamente.

Hipo pudo notar un pequeño quiebre en su voz.

- Astrid... lo que paso esta noche no te hace ni débil, ni cobarde, si no todo lo contrario – explicó Hipo tomándole la mano – eres la vikinga más fuerte, más ruda y más valiente que conozco… además de linda – dijo esto último un poco más despacio, no obstante Astrid lo escucho.

- ¿Crees que soy linda? – preguntó la vikinga con una leve sonrisa. Hipo casi se atraganta con la pregunta, pero entre balbuceos y gestos logró articular un si. Astrid sonrió, pero no era una sonrisa de alegría, sino más bien melancólica.

Rayos y Truenos 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora