Sigo aquí

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Ahí estaba, entre dos butacas. No sé si alguna vez alguien ha tenido la necesidad de tumbarse entre dos butacas, supongo que más de una vez, pero voy a intentar explicarlo porque es algo complicado. Tienes una única opción para colocar las butacas. Una frente a la otra. Pero aquella no era la situación propicia. Realmente no sabía que hora era y no había ningún reloj antiguo y pesado que lo indicara con un péndulo macizo que se balanceara. Pero tenía sueño. Mucho sueño. Parecía que a mi cuerpo no le importara dónde estaba y lo que tenía que hacer.
Me acerqué a la estantería y me puse a revisar los títulos con la luz de la lámpara de la mesilla encendida junto a las butacas. Las letras casi se caían de los libros de cansada que estaba. Me tuve que agachar a recogerlas un par de veces hasta que tuve que hacerlo frente a una enciclopedia de colores. No es que la enciclopedia fuera de colores, es que cada tomo era de un color. Normalmente todos los tomos de las enciclopedias tienen el mismo color, pero aquella era distinta. Rojo, naranja, amarillo, verde, azul, violeta y añil. Incómodo, ¿cierto? Pues no estaban al revés. El rojo era el uno, el naranja el dos, el amarillo el tres, el verde el cuatro, el azul el cinco, el violeta el seis y el siete era el añil. Deje las letras en su sitio y me olvide de la enciclopedia, aunque no podía parar de pensar que el violeta era física y química.
Seguí en mi tarea repasando la estantería hasta que llegué a otro listado de volúmenes, esta vez del mismo color marrón y sin letras, lo cual estaba bien porque ya me empezaba doler la espalda de tanto agacharme.
Eran cinco, cogí el primero. Era ligero y sus páginas... Bueno, no eran páginas como tal. Era una ristra de sobres trasparentes apilados uno encima del otro a ambos lados del tomo. Era un album de fotografías. No me lo lleve muy lejos, lo abrí allí mismo, sin esperar más, sabiendo que oiría los pasos de mi anfitriona si regresaba al salón. Fotografías impresas en papel. Pase unas cuantas de familias reunidas en una gran comida al aire libre. Viejas, por supuesto, muy viejas, en un camping en blanco y negro. Un par de niños pequeños con ropa grande puesta, arrastrando las mangas como su fueran unas capas regias. Y... Ahí la encontré, me encontré, nos encontré. En una foto de las últimas, en un pueblo pequeño en una fiesta con tortilla sobre platos de plástico y un montón de empanada. Esa estaba a color. Ella llevaban un vestido rosa oscuro con una flor naranja en el pecho. Clara Barcos. Era tan pequeña, que apenas ocupaba unos pixeles al fondo, subida a un murete de piedra con las manos arriba, como si supiera que de otra forma, no habría salido en la foto.
Saque la foto del album y dejé el album en su sitio. Me dirigí a la butaca con la foto en la mano. Era ella, Clara Barcos. Y yo era ella en ese momento, Clara Barcos.
Hacía unas semanas le había llegado una carta de parte del señor y la señora Escaso, con una oferta de trabajo como cuidadora del señor Escaso y del mantenimiento de la casa. Fue una suerte realmente, Clara no pretendía aceptar el trabajo. Yo lo hice por ella. Llegué justo a tiempo.
No es algo muy raro tampoco. Si lo estaba haciendo era porque sabía que lo había heccho antes y que podía hacerlo. Y lo había hecho antes, pero no había salido bien, no desastroso, pero no bien. Así que me senté en la butaca, puse la fotografía boca abajo y saqué un boli del bolsillo derecho de mi abrigo, que todavía llevaba puesto. Escribí: "Sigo aquí. No soy ella. No eres ella". Y rodeé la parte de atrás de la fotografía coincidiendo con la imagen de la pequeña Clara Barcos. No podía volver a pasarme lo de la última vez.
Me la guardé en el abrigo. No temía que la señora Escaso descubriera que esa fotografía había desaparecido. Dudara que recordara que tenía fotografías. Y si lo hacía, dudaba de que quisiera verlas.
No soy ella. Me recuesto intentando buscar una postura para dormitar las últimas horas de noche. Pero sin duda, ella parezco.

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