Capítulo 11

1K 64 14
                                    

No consigo conciliar el sueño entre las cuatro paredes frías del hospital. Todo aquí me parece muy monótono y vacío y no puedo evitar sentirme mal por querer necesitar una realidad mucho más libre, a lo que estaba acostumbrada antes del siniestro.

El reloj marca las cuatro de la mañana y Nerea y Miriam duermen apretadas en la cama de la habitación con un cuenco de palomitas que no sé de dónde ha salido. Yo, por mi parte llevo horas viendo cómo descansan y sintiendo una envidia absoluta, como si al haber dejado Madrid, aunque fuera por unos días, se hubieran desvanecido todos mis instintos primarios. Apenas comía, apenas dormía y apenas me alegraba de estar ahí... Todo era bastante raro y todo empezaba a agobiarme. Apenas había estado 12 horas y ya sentía que necesitaba volver.

Malditas las madrugadas...

Suspiro fuerte desde el sofá que hay entre la cama y la ventana y me levanto. Busco en mi bolso el paquete de tabaco y el móvil y me dirijo hacia la puerta, procurando no hacer nada de ruido para no molestar a mis amigas. Sin embargo, parece que no funciona, porque Miriam abre los ojos y me susurra:

-Ana, ¿qué haces?

Me sobresalto y finjo normalidad. Me giro hacia ella y señalo la caja de tabaco, buscando en su cara la aprobación de mi decisión. Ella asiente y me giro de nuevo para abrir la puerta.

-Espera, voy contigo... - oigo que dice mientras baja de la cama y se pone torpemente las babuchas de lana que le cosió su abuela. -¿Vamos? – me dice extrañada mientras la miro fijamente cuando ya la tengo al lado, como si no creyera aún que estoy con mis mejores amigas y sintiendo que debería estar en otro lado.

Asiento y abro con cuidado la puerta. Vamos juntas en silencio hasta el patio que hay en la planta, escuchando nada más que el eco de nuestras pisadas por el mármol del suelo. Cuando salimos al exterior nos arrebujamos en los abrigos. El frío helado nos hace esconder las manos en los bolsillos y nos dirigimos hacia una parte más protegida.

-Creo que tienes muchas cosas que contarme. – dice seria mi amiga. Yo asiento con un cigarro entre los labios, intentando hacer torpemente que funcione el mechero. Miriam en frente, apoyada en una pared con su mirada fija en mi cajetilla de tabaco. Odia que fume.

-Tienes razón. Demasiadas...- digo, echando finalmente el humo de la primera calada.

-Ana, no sé muy bien qué te pasa... No pareces tú. – dice después de cinco segundos de silencio tenso. Me mira con los ojos cristalinos y empieza a mover la pierna nerviosa, como siempre hace cuando se enfrenta a algo que le hace estar triste.

-Miriam...

-No, tía. ¿Qué te pasa, de verdad? Solo me llamas cuando tienes algún problema en tu piso con Mimi y aunque no lo parezca porque voy de dura siempre, sabes que esto es de las cosas que más me joden. Y me duele pensar que has encontrado un sitio mejor en otro lugar y que encima me tenga que poner feliz que estés feliz, pero te voy a decir la verdad, te echo de menos. Echo de menos que estés aquí y encima me siento gilipollas por ponerme triste porque es obvio que tú estás feliz allí.

-Pero... - y como siempre, en este deporte Miriam gana. Levanta la mano y me impide continuar.

-No, no quiero excusas. Que lo entiendo, eh. Que yo quiero que estés feliz, coño, de verdad que sí... Pero acuérdate de quién está cuando nadie más lo hizo. Por favor... - veo cómo una lágrima de desliza por su mejilla. – Nerea y yo apenas nos vemos tampoco desde que te has ido... Es que no eres consciente de lo importante que eres aquí.

Miro con el corazón roto a mi mejor amiga, que se agita al hablar y tiene las mejillas coloradas a pesar de hacer menos temperatura de lo que debería y sus rizos rebotando en el aire, como si estuvieran gritando y pudieran sentir también que Miriam tiene el corazón a pedazos. Saco el aire de la boca y tiro el cigarrillo sin terminar al suelo.

Desprevenida - WarmiWhere stories live. Discover now