Acto II

750 65 14
                                    

‘ Atr é vete ’

▕ Sal de tu zona de 
▕ confort, haz cosas
▕ que antes no te    
▕ atreverías a hacer,
▕ vive el momento. 

.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.

Agosto, las hojas comenzaban a caer, pintando el deprimente pueblo de un color naranja y marrón. Otoño había arribado trayendo consigo cierta melancolía.

Decidí que era hora de un cambio después de tantos años. Me corté el cabello y me había rasurado la barba, la cual había crecido, lo había descuidado bastante, me había descuidado a mí mismo. Me compré ropa nueva y armé una maleta.

No tenía nada que perder, ya nada me amarraba a South Park si Liane no estaba, ni ninguna de mis antiguas amistades, así que ya no tenía mucho sentido seguir allí. Frente a la parada de autobuses, con dos niños y su madre a mi lado, un boleto hasta Chicago y unas mentas en mi bolsillo trasero junto a mi teléfono, y en mi mano derecha, mi equipaje.

Me sorprendí al descubrir que toda mí vida cabía en una maleta y una mochila viajera.

Todo el camino estuve perdido en mis pensamientos. Cinco años en lo mismo que esos pensamientos comenzaban a sentirse reales, ya no difería la realidad de la ficción, y era algo alarmante en un hombre adulto. Pasaba más horas soñando despierto que viviendo mí vida.

Llegué a Chicago el veintiocho de agosto, una lluvia torrencial me recibió y tuve que correr para buscar un taxi que me dejara en el aeropuerto, estaba empapado y la calefacción ayudó a que no cogiera un resfriado. Rápidamente revisé mis cosas, las cosas más escenciales. Mí pasaporte, mí identificación y permiso para conducir, mis tarjetas de crédito y dinero en efectivo. Le pagué al taxista una vez se estacionó enfrente del aeropuerto internacional de Chicago.

Mis piernas se movían por sí solas, habían cientos de personas a mí alrededor, me sentía diminuto. No tenía ni idea de a dónde iría, o qué haría. Ya había hecho demasiado dejando atrás South Park.

Me acerqué a una de las aerolíneas aprovechando que no había nadie en la fila, una amable mujer me recibió y le pregunté cuales vuelos estaban disponibles esa noche.

Bangkok, Tailandia.
Paris, Francia.
Toronto, Canadá.
Tokio, Japón.
Y Ámsterdam, Países Bajos.

Realicé un juego simple, pero efectivo. Tomé una moneda y elegí dos países que me llamaron más la atención. Cara Ámsterdam, y cruz Bangkok. Moví con ambas manos la moneda y luego la puse sobre la mesa de metal de la aerolínea, mí destino turístico fue decidido.

el arte del cambio; kymanWhere stories live. Discover now