Prólogo: La princesa que era libre

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La niña de las trenzas, como algunas personas la llamaban, correteaba por los pasillos del castillo al mismo tiempo que se reía a carcajadas, dejando ver el hueco que había dejado el incisivo central izquierdo al caerse.

La pequeña tenía el cabello castaño oscuro y los ojos azules, unas pecas surcaban su rostro de mejilla a mejilla pasando por la nariz y resaltaban sobre su piel blanquecina.

Detrás de ella también corría un niño, tres años mayor que ella, con el pelo dorado y los ojos grises. A sus nueve años, ya era muy alto. También le faltaban dientes, pero como eran los molares, no se veían los huecos tan fácilmente.

Él también se reía, pero no tanto como ella, que parecía que le había dado un ataque de risa.

En las vestimentas de ambos se podía distinguir la diferencia de clases: mientras ella llevaba un lujoso y brillante vestido amarillo con bordados florales de color negro y escotadura francesa, el niño tenía un jubón de lana hasta unos centímetros por debajo de la cintura, pantalones de cuero y unas botas que se veían bastante cálidas.

El niño saltó hacia ella y ambos cayeron al suelo, rodando un poco.

—¡Te pillé! —exclamó el niño, con una enorme sonrisa de satisfacción, hasta que, tras alzarse sobre ella, vio algo que lo preocupó— ¡Ay, no!

—¿Qué pasa? —inquirió la pequeña, extrañada por el cambio de humor repentino de su amigo.

—¡Se te ha caído otro diente! Ha sido mi culpa, ¡lo siento, Rix!

—¿De verdad? —inquirió ella, ilusionada— ¡Qué bien, esta noche vendrá el hada! Espero poder verla esta vez. ¡Espera! ¿Dónde está mi diente?

El niño se quitó de encima y ella se sentó, mirando a su alrededor en busca de la pieza dental.

—¡Aquí! —dijo por fin y lo cogió para entregárselo a ella.

—Ohh —dijo la niña, cogiendo el diente, y se llevó una manita al hueco, que ahora era más grande—. ¡Es una paleta! Seguro que ahora estoy más graciosa —dijo y se rio. Verla tan relajada despejó toda preocupación de la mente del niño y se echó a reír también.

—¡Por fin te encuentro! —exclamó una voz femenina— Rix, es hora de tu lección de hoy.

—¡Madre, mira! —dijo entonces la niña, poniéndose de pie. Echó a correr con gran ilusión hacia la mujer con el dientecillo entre sus manos.

La mujer observó lo que su hija le enseñaba y después abrió los ojos de par en par.

—¡Santo cielo! ¿Cómo es posible que se te haya caído ya? ¡No hace ni una semana que se te cayó el otro!

—Estaba corriendo y me caí... —mintió la niña, no quería que su madre se enfadase con su amigo, que no había hecho nada malo realmente— Vendrá el hada esta noche, ¿verdad?

La mujer tardó unos segundos en continuar la conversación.

—Sí. Sí, claro que vendrá. Pero tienes que portarte bien e ir a recibir tus lecciones. Tu tutor me ha contado que no has llegado y ya veo lo que estabas haciendo, igual que ayer y antes de ayer... y el día anterior... No puedes seguir huyendo de las lecciones, eres una princesa y debes aprender a comportarte.

—Pero también tengo que aprender a usar un arco y aún no he recibido clases de eso.

—¡Eres muy pequeña para coger un arma! Ten paciencia.

La niña suspiró.

—Está bien... Pero deja que vaya primero a dejar el diente en mi dormitorio, no quiero que se me pierda.

—De acuerdo, pero yo iré contigo y luego te acompañaré hasta tu clase.

—Vale —dijo la niña con resignación y se dirigió a su amigo para darle un abrazo—. Luego seguimos jugando, ¿vale?

—Claro —dijo el niño, devolviéndole el abrazo—. Iré a ayudar a mi madre mientras tanto.

Cuando se separaron, la niña fue hasta su madre y la agarró de la mano.

—Majestad. —Se despidió él antes de marcharse corriendo.

La reina no dijo nada al respecto, era sabido por todos que el hijo de la cocinera jefa del palacio real era el mejor y único amigo de la princesa. Los reyes de Astien no eran estrictos en ese aspecto, eran personas generosas que trataban con amabilidad a sus criados, casi como sus iguales, así que no veían nada de malo en que su hija jugara con uno de ellos.

Madre e hija caminaron hacia el dormitorio de la niña mientras esta daba saltos de vez en cuando, feliz por el hecho de que fuese a venir el hada de los dientes otra vez. Aunque ella no quería la recompensa, sino verla y hablar con ella.

Aquella noche no pudo verlatampoco, pues se quedó dormida, pero tuvo un sueño agitado, pues soñó con unenorme y frondoso árbol de aspecto milenario que se estaba quemando y le pedía ayuda a gritos.

Las pruebas de la princesaWhere stories live. Discover now