Chapitre ll

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No es raro haberse preguntado alguna vez lo que se siente estar muerto, quizá sea incluso un indicio de una mente sana, perfectamente curiosa, tan lívida que no puede evitar cuestionar la fragilidad de su existencia y la justicia impartida por el benevolente ángel de la muerte, cruel para algunos, dulce para otros, generalmente desapercibido para todos. ¿Qué se siente estar muerto? él podría responder esa pregunta fácilmente, sin embargo, estaba limitado. Su alma flotaba en ese vacío de infinito tan tranquilo, lo único que sentía era un extraño ascenso, alto, alto, cada vez más arriba. 

—¡Oh!¡Vaya, vaya! No te esperaba aquí tan pronto querido —Mafu se sintió desorientado, extrañado, pero no podía darse el lujo de ser escéptico, total, estaba a punto de ir al cielo o al infierno, cosas que nunca se había preguntado seriamente si existían o no y, estaba a punto de comprobar por fin. 

"¿Donde estoy?" se preguntó mentalmente, sobre todo porque no encontraba su voz. 

—No estas en ningún lugar realmente y... estas en todos al mismo tiempo — no respondió—. Es muy común que no sepas como actuar, si yo pudiera estar en tu situación habría reaccionado exactamente igual, pero bueno, no se puede tener de todo en la existencia Mafu querido.

"¿Eh?¿Como sabe mi nombre?" cuestionó, si hubiese estado en casa quizá se habría puesto nervioso o asustado. La mujer (porque la voz que escuchaba proveniente de ningún lugar era una dulce, pero imponente, voz femenina) soltó una leve risa, divertida evidentemente. 

—Yo se todo sobre mis hijos Mafumafu —contestó.

"¿Sus hijos?"

—No te recordaba tan preguntón — dijo—. Si, mis hijos, creo que si me presento delante de ti me identificarías más fácilmente — comentó. El escenario cambió súbitamente, la ascensión se detuvo y logro posar su incorpóreos pies sobre una suave superficie con el aspecto de una interminable llanura de agua, sus pies formaban ondas que se volvían cada vez más grandes, pero él simplemente era incapaz de sentir algún tipo de humedad bajo sus plantas, el lugar sólo se podría comparar al salar de Uyuni en Bolivia pero en lugar de reflejar un cielo azul y nubes blancas en constante movimiento, simplemente mostraba a partes iguales el mismo cielo con una paleta de colores cálidos, propios de un atardecer. Había un delicioso olor a melocotón y cerezo que le llegaba a las ventanas de su nariz por una suave brisa que le mecía el pelo, pero, nuevamente, era incapaz de sentirlo, en medio de todo eso había una preciosa casita de té tradicional, lado a lado estabas dos arboles, los responsables de aroma, quienes soltabas los pétalos de sus flores indiscriminadamente sobre el agua—. Acércate Mafu. 

"Si" contestó dudoso. Su andar era solemne, pausado, muy dudoso, no tenía ni idea de lo que podría esperarle tras todo aquello, podría haber un Oni de piel verde y aspecto putrefacto esperando para devorarlo por toda la eternidad, pero... eso sería algo absurdo teniendo en cuenta el aspecto tranquilo y celestial del lugar.

—Es muy grosero de tu parte que compares mi lugar de descanso con la guarida de un asqueroso Oni, puedes esperar eso de mi honorable hermano, pero no de mi —reprendió la voz que se le hacía cada vez más cercana a medida que avanzaba. 

"Lo lamento mucho" dijo avergonzado, había ofendido a la voz. Subió por un arqueado puente, de colores rojo y dorado, algo ostentoso, pero hermoso al fin y al cabo. Paso las manos por una de las barandas, pero nuevamente no sintió nada, lo que es peor, ni siquiera podría ver bien sus dedos, era traslucido, etéreo como fantasma... bueno, era uno después de todo. 

Subió lentamente hasta que llegó a la parte central y lo que vio allí lo dejo completamente descolocado, sino que asustado, pensó que nada llegaría a sorprenderlo a estas alturas, pero se equivocó otra vez. Cayó al piso, con su frente tocando la madera, aunque no podría decir si la estaba tocando o no, de todos modos no la sentía. Hay que recalcar eso. 

La mujer que estaba en la estancia era alta, con una piel exquisitamente blanca, preciosa, con el rostro más hermoso que había visto nunca en su vida, su cabeza descansaba suavemente sobre su cuello, adornada con una larguísima cabellera negra que llegaba a tocar el piso, como un río de ébano corriendo libremente por una montaña de margaritas. Portaba un solemne Jūnihitoe blanco, rojo y dorado. Su cuerpo refulgía en un brillante rayo de sol. Si no se hubiese inclinado en ese mismo instante había quedado ciego, definitivo.—  Levanta tu cara ahora, pretendo hablar contigo y no puedo hacerlo si estas inclinado de esa manera querido —su cabeza estaba adornada por una primorosa corona de oro purísimo, incrustada en rubíes y diamantes, la más hermosa corona que había visto nunca.

"Yo...Señora Amaterasu" de sus labios salio el sagrado nombre, se reprendía por no haberlo descubierto antes y también por haber comparado el rellano de la diosa con el hogar de un Oni verrugoso, ella tenía más de mil razones para molestarse y lanzarlo directito al Yomi, donde debería estar por su humana y pecaminosa condición. 

—Levántate, si no puedes por tu propia voluntad, será porque yo te lo ordeno. Levántate —exigió. No se pudo negar, hizo lo que se le pidió de inmediato, pero mantuvo la cabeza gacha ya que si la miraba directamente se sentía indigno.

"Señora Amaterasu".

—Dulce Mafu, ¿qué has hecho? —la reina sonó algo dolida con esa pregunta, Mafu no dijo nada, sabía que era retorica de todas formas— se que esto no fue tu culpa completamente, pero... oh... es terrible, interfiere con mis planes.

"¿Planes?" Quiso saber. Se alivió un poco al notar que su curiosidad estaba intacta, aún le quedaba algo de humano.

—Es algo extraño, difícil de explicar ahora. A mi me interesa muchísimo que regreses a tu hogar, tengo tareas pendientes y tú debes resolver esos garrafales errores que por tu imprudencia cometiste. Hace mucho tiempo que la tierra se volvió incapaz de recibirme, en mis formas etérea y corpórea. Eres la forma de vida, no animal, más pura que encontré, pero ese accidente manchó un poco tu situación, si eres capaz de resolverlo, mis propósitos se cumplirán de forma inmediata y seras recompensado. 

"Pero yo no quiero volver a vivir, ¿acaso lo merezco?¿por qué no regresa a su hogar a esa niña que maté?¿qué hay de la mujer? ellas lo merecen mejor que yo." Expresó consternado, aunque no podía sentirlo sabía que estaba llorando, su corazón lo hacía por él. 

— La niña es aún muy pequeña para entender la oportunidad y realizar su propósito, los niños son perfectamente puros, pero poco racionales, sus emociones los dominan y son incapaces de realizar obras complejas — expuso—, en cuanto a la mujer, se negó rotundamente a volver. 

"¿Por qué?"

— El futuro es algo complejo que se puede ir tejiendo conforme a las acciones humanas, ella vio el futuro que vendría después de su muerte y decidió que no quería volver. 

"¿No puedo ver el mío?"

— No hay futuro después de tu muerte, ese es el problema querido, aún no estas preparado para entender lo importante que eres, pero así tenga que lavarte el cerebro y entrar en tu cuerpo deberás regresar Mafumafu — la reina hizo llegar una fuerte brisa hacia Mafu, de tal manera que lo envolvió completamente, alzandolo del suelo—. Te daré un cuerpo nuevo, una nueva identidad, tendrás un nuevo propósito y me servirás sin oposiciones. Mafumafu, tu nombre desde ahora será... Mafuyu.

"Mi pequeña sierva, es hora de que se cumpla tu destino. Tú eres mi elegida"

Labios de Cinabrio [Soramafu] Where stories live. Discover now