XIV. La que se pone en peligro

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Dijon la encontró en uno de los balcones que daban al exterior, en un nivel más abajo de donde se realizaba el Evento de Conciliación y en el tramo intermedio de una de las escaleras que llevaban a la entrada del Castillo

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Dijon la encontró en uno de los balcones que daban al exterior, en un nivel más abajo de donde se realizaba el Evento de Conciliación y en el tramo intermedio de una de las escaleras que llevaban a la entrada del Castillo. Estaba apoyada en la barandilla, mirando el cielo con los ojos brillosos y las mejillas sonrojadas por el frío nocturno.

—¿Qué pasó, Dara? ¿Estás bien? —preguntó él, sintiendo los pensamientos de la muchacha revoloteando muy cerca, pero no se atrevió a leerlos con la magia del Cubo. No quería hurgar en su cabeza sin permiso.

Ella le dedicó una sonrisa triste, girándose y apoyándose sobre sus codos.

—Sí, gracias por preocuparte, Di.

El muchacho desvió la mirada y se llevó una mano a la cara para tratar de ocultar el sonrojo ante el inesperado diminutivo. Carraspeó, acercándose para colocarse al lado de ella, ambos mirando al pasillo de la escalera, iluminado por un par de lámparas de aceite para darle una ambientación más acogedora.

—Azafrah y tú... ¿Están peleados? —tanteó él, contemplando las estrellas.

Era consciente de que a ella le gustaba Azafrah, sin embargo al ver que discutían, no pudo dejar de sentirse un poco contento de forma egoísta. Y se sentía mal por ello.

Daraley soltó un prolongado suspiro que hizo que él posara sus ojos dorados en ella. Se había hecho un moño que le despejaba el rostro y la hacía verse más bonita que de costumbre. Dijon tenía ganas de besarle cada peca que le adornaba la nariz y los pómulos.

—En realidad no lo sé. Es mi culpa que estemos así en realidad —confesó, bajando la cabeza y estrujándose los dedos—. Esto es vergonzoso —murmuró, más para sí misma que para él. Sintió que sus mejillas quemaban y se quedó observando las llamas de las lámparas—. Eres el anfitrión, deben estar esperando por ti.

Él sintió el golpe por la falta de confianza. Sus pensamientos seguían ahí, tanteándolo, pero los alejó de inmediato.

—Estoy bien, mis padres están encargándose de todo.

Sintió los nervios de Daraley, así que no quiso insistir. Sin embargo ella volvió a soltar el aire con fuerza, como si quisiera quitarse un peso de encima, y se volteó para mirar al patio exterior. Más allá del muro del castillo, podía verse los techos de las casas que poblaban Marilis, la capital amarilla. Entonces soltó un gruñido y se tapó la cara con las manos.

—Lo siento. Soy una tonta. Solo meto la pata y lo arruino todo. —Bajó los brazos y volteó el rostro colorado para no mirarlo a los ojos—. Se me escapó y le dije a Azafrah que me gustaba y... todo se fue al carajo.

Dijon sintió un vuelco en el estómago, un revoltijo de ansiedad, celos y tristeza. Se mordió el labio y metió las manos en los bolsillos de su pantalón. La magia se arremolinaba a su alrededor, respondiendo a sus emociones y haciendo que la brisa se volviera más fría y rebelde. Notó como ella temblaba y la tomó de la mano.

Amor color violeta - Saga Dioses del Cubo 2.5Donde viven las historias. Descúbrelo ahora