CAPÍTULO 3

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Las facilidades del nuevo estadio oficial, Sword Arena, en el que se preparaban físicamente los Chicago Warriors eran fabulosas. Poseían dos gimnasios, piscina olímpica, tres saunas, zona de rehabilitación física, patio exterior, y dos restaurantes en los que servían comidas individualizadas según las necesidades dietéticas de cada jugador. La infraestructura era una monstruosidad de varias decenas de millones de dólares. Chase imaginaba que el dueño debía estar muy cabreado por la derrota en Nashville, y no nadie podría culparlo.

Después del entrenamiento rutinario de ese día, los jugadores acordaron hacer una barbacoa en casa de Keith Lampard, el capitán. Keith llevaba siete años en el equipo, dos como capitán, y era un líder respetado en la liga. Su esposa le había dado dos hijas, y el hombre no podía ser más feliz si se lo propusiera. Chase solía pensar que eran pocas las personas que tenían suerte en lo que se refería a las relaciones familiares. Chase solo conocía relaciones rotas.

A pesar de las bromas habituales durante la jornada de esa mañana, el ánimo en el equipo se sentía bajo. Todos sabían que ganar y perder era parte de un ciclo. Tenían como propósito mejorar siempre, superarse a sí mismos, aunque no dejaba de escocer haber tenido una derrota que los llevaba al final de una temporada que no había estado maracada por el mejor hockey que sabían jugar. Ahora estaban fuera de los Play-Offs y no habría oportunidad de pelear para disputar la Copa Stanley.

 Ahora estaban fuera de los Play-Offs y no habría oportunidad de pelear para disputar la Copa Stanley

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Los jugadores ganaban millones de dólares anualmente, y los fans esperaban resultados. Los Warrios no podían decepcionar, menos a los dueños del equipo ni al equipo administrativo que habían depositado su confianza en el talento de cada uno.

El hockey parecía desde fuera un deporte que proporcionaba mucho dinero de forma rápida y fácil, sin embargo, el público ignoraba el sacrificio físico y personal al que estaban sometidos los jugadores, en especial aquellos que tenían una familia. Los viajes de la temporada, que a veces duraban hasta siete días fuera de la ciudad central, conllevaban un compromiso muy grande.

Muchos de los deportistas en la NHL solían perderse el nacimiento de sus hijos, aniversarios, cumpleaños, y sus matrimonios a veces podían acabar en distanciamientos fríos a menos que la contraparte entiendese de verdad lo que era estar en una relación con una agenda apretada e impostergable. El precio de la fama y el éxito, al menos en los años más productivos de los jugadores, era muy alto. Para los que no habían formado aún su propia familia, entonces los compañeros de equipo se convertían en una. Las esposas y novias de los jugadores también entraban en la ecuación, las WAGS por sus siglas en inglés, apoyándose entre ellas cuando sus parejas estaban disputando partidos en otros sitios.

A Chase no se le hizo nada difícil abandonar a su familia disfuncional cuando tuvo la oportunidad de hacerlo.

Creció bajo la tóxica influencia de Nellamy, y además no sabía quién era su padre. Tampoco sentía interés por revolver el pasado, solo deseaba alejarse lo más posible. Cuando la oportunidad de jugar profesionalmente llamó a su vida, la tomó con voracidad. Volcó toda la rabia, culpa, y decepción en la pista de hielo. Se abrió paso entre los grandes sin amilanarse y consiguió llamar la atención de importantes patrocinadores en corto tiempo.

©Oscura redención (COMPLETA)Where stories live. Discover now