Capítulo 15

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     La mitra sacerdotal le cubría el cabello negro y despeinado por entero, escondiendo su aspecto desaliñado. Admiraba el grisáceo día lluvioso a través de la ventana de una habitación que sería la última vez que pisaría. El crucifijo clavado a la pared parecía acusarle de traición ante lo que estaba haciendo, sin embargo sentía el alivio de la noche anterior, el alivio del amor. Sentía los besos de Liddie aún esparcidos por todo su cuerpo.
     ¡Vayan noche habían vivido! 
     Andrew había dormido a penas un poco. Lucía unas ojeras terribles por ello, pero no le importaba en absoluto. Había disfrutado como nunca. Se hallaba feliz. Había disfrutado de la mujer de la que estaba enamorado. 
     Alrededor de las cuatro de la madrugada, antes de partir devuelta a la iglesia, habían acordado que  Liddie no saldría de su hogar en ningún momento, bajo ninguna circunstancia. No podía ser de otra manera, ellos lo sabían. Debían ser cuidadosos con cada paso que dieran. Si Liddie había dicho a la Madre Superiora que se marcharía antes del atardecer del día presente, debían hacer creer la mentira a las monjas y al pueblo. Hacerles creer que lo que ellos conocían como verdad, ocurriría sí o sí. Al menos hasta que ambos huyeran. 
     Liddie escondió la vieja camioneta en la parte trasera de su hogar, sacándola de la vista antes que alba asomase. Se quedaría allí, cual princesa de cuento de hadas, atrapada en su morada hasta que el camino se despejase. Confiaba en que siendo lo suficientemente sigilosos, nada podría detenerlos. El plan saldría a la perfección. Serían libres por fin y para siempre, juntos. 
     Andrew suspiró, sonriendo para sí mismo. Todo marchaba bien, sin embargo, no se esperaba en absoluto la impertinente visita que estaba buscándolo. 
     La puerta lanzó un chirrido, alertándolo. 
     Tenía delante de él una visita con trencitas de jovencita inocente y actitud de mujerzuela. La misma muchacha de aquel día en que Andrew paseaba por la tarde. 
     —Buenas tardes, padre Andrew —dijo, con cierto tono burlón en la voz y una sonrisa venenosa en el rostro.
     El padre Andrew frunció las cejas desencajado para su descarada irrupción en el despacho.
     << ¿Qué carajos está haciendo ella aquí? >>
     —Señorita Meredith, usted no puede pasar a esta habitación, es privada —aclaró de inmediato, severo. No le gustaba nada lo que estaba pasando—. ¿Quién le ha dejado entrar? 
     Vio como la paliducha rubia cerró la puerta tras de sí, dedicándole una sonrisa sarcástica a su exigencia. 
     Se volteó hacia ella con cautela, sin atreverse a echarla fuera, sin atreverse a hacer movimiento alguno para detener lo que él sospechaba que la muchacha estaba buscando. 
     —No creo que tenga problemas realmente en que una mujer entre aquí.
     Cuando ella alzó una de sus cejas mirándolo, un escalofrío le recorrió desde el final de la espalda hacia la nuca. Inmediatamente la muchacha avanzó hacia el sacerdote, con una sonrisa deseosa en el rostro.
     —¿Qué está buscando, Meredith? —dijo, adoptando una posición rígida y seria ante la evidente insinuación de la muchacha— Si ha venido a confesarse sígame al confesionario en la otra habitación, usted sabe como funciona. Debería respetar las reglas.  
     —Usted sabe lo que estoy buscando aquí, padre —atacó, acorralándolo de un salto contra la pared. Andrew retrocedió hasta chocar con la superficie de madera, confuso. Sin embargo, algo en él enviaba alertas a todo su cuerpo sobre su relación con Liddie—. Lo mismo que la inocente monja retirada de Liddie disfruta cada noche. 
     Teniéndola tan cerca con su tono sarcástico y sus labios finos embetunados en lápiz labial rosa, su estómago se revolvió de pronto. En cuanto escuchó la insinuación de la muchacha, directa y acusatoria, sintió sobre sus hombros como si un balde de agua fría le cayese con fuerza, tirándolo hacia abajo. 
     Habían sido descubiertos, a pesar de lo mucho que intentaron ir con cuidado.
     Por un poco, los nervios se apoderaron de su mente, pero se detuvo a tiempo pensándolo mejor.  A su parecer, alguien que no es culpable no se comportaría sospechoso, así que intentó guardar la calma y parecer desentendido. Aunque la duda sobre el cómo Maredith podría haberse enterado lo mataba, y el miedo sobre lo que podría ser de su plan de fuga, le apretaba la garganta.
     —¿Qué está diciendo, jovencita? —dijo, frunciendo el ceño—. La señorita Rusell no tiene nada que ver con sus disparates. Le pido que salga de mi despacho, Meredith, no estoy para sus juegos
     —Tranquilo —insistió, sin echarse atrás. No podía mentirle, ella sabía la verdad. Se había encargado de descubrirlo por sí misma—. Le propondré un trato, de usted depende todo, padre. Hace mucho tiempo que me gustaría probar un poco de usted, ya sabe... Y he pensado que si usted me satisface cada vez que yo quiera, su secreto estará a salvo —una vez más Andrew notó la sonrisa malévola y se sintió asqueado de la joven. La presión era demasiada—. Claro, pero debe satisfacerme sólo a mí. No quiero a esa jodida zorra metida entre usted y yo. 
     El plan que la hija del campesino más rico de Buin —padre de una de las familias dueñas del pueblo—, había ideado, debía dar resultado tal como ella lo esperaba. De lo contrario, el pueblo completo se enteraría de lo que había ocurrido y estaba ocurriendo entre Liddie y el padre Andrew. Todos y cada uno de sus habitantes sabrían la verdad de la traición. El engaño del que habían estado siendo burla.      
     Andrew sentía la cólera recorrer su cuerpo, sacándolo de sus casillas. Había topado con su furia, se negaría por completo ante algo así. Jamás se tiraría a una muchacha manipuladora como Meredith, jamás en la vida y mucho menos ahora que había encontrado el amor. No abandonaría devuelta a la mujer que amaba. Ni pensarlo. 
     Y así, sin pensar siquiera lo que estaba haciendo, tomó los delgados hombros de la rubia, cubiertos por la fina tela de un vestido de seda rosa, y la empujó lejos de sí sin usar la fuerza. 
     —Ni lo sueñe —espetó con los ojos encendidos por el repudio, no podía contener su rabia por más tiempo—. Jamás, por todos los demonios del infierno... ¡Jamás aceptaría algo así! 
     Meredith, plantada frente a él boquiabierta y ofendida, dejó salir una risa venenosa que alertaba así, con agria amenaza, el trato. 
     Caminó hacia el altar, presuntuosa. 
     Andrew tragó saliva, sudando. 
>>—¿Cómo se ha enterado? 
     —Fácil. Aquella tarde en que se dirigió a la tienda del señor French le seguí —hablaba con una naturalidad que al padre Andrew le parecía escalofriante—. Luego, cuando le vi entrar en la casa de esa monja puta, la cuerda cobró sentido para mí. 
     —Cómo se...
     —Pero decidí esperar otra señal —interrumpió, desdeñosa—. Cuando me enteré Liddie dejó el hábito, las cosas encajaron perfectamente. Luego, ayer por la noche mi padre y yo salimos fuera del pueblo, y de camino pude verle ir en dirección al hogar de esa zorra, otra vez, a pesar de la tormenta. Debía ir a felicitarla por fingir tan bien su retiro, ¿no es así? ¿Qué excusa uso? ¿La pobrecita encontró un nuevo camino para seguir? 
     La risita chillona pareció perforarle los oídos, acrecentando su rabia más y más. Sentía que Maredith pisoteaba su cara con burla en cada palabra que soltaba.
    Joder, era una chiquilla realmente malvada. Y Andrew bien sabía que ahora ella tenía el futuro de ambos colgando en sus manos.
>>—Ésta mañana he visitado a Liddie —prosiguió, clavando sus ojos en él con diversión. Andrew cayó estupefacto, fijando sus ojos abiertos de par en par en ella—. Dígame, padre. ¿Por qué ella decidió ocultar su chatarra con ruedas esta mañana? Aún demasiado temprano como para que alguien la notase... Al parecer mi visita no le agradó demasiado. Hubiera visto su cara, estaba espantada.    
     Volvió a reír, viendo al sacerdote desesperarse frente a ella. 
     Andrew respiraba agitado. El miedo y la rabia anudaban su estómago al pensar en cómo se encontraría Liddie. Al imaginar lo que ocurriría después de todo eso. 
     —Eres una... 
     —Alto ahí —canturreó plantándose frente a él, antes que el pelinegro dijese nada—. Ya sabe como funciona esto. Usted acepta mi propuesta, y todo queda en secreto. La rechaza... y ésta misma tarde tendrá a todo el pueblo atacando la humilde casita de su querida Liddie. Luego irán por usted donde sea que se encuentre. No puede escapar muy lejos andando a pie —una sonrisa burlona asomó a sus labios, comenzando a acercarse a un enfurecido padre Andrew. Estaba segura que ahora aceptaría su propuesta, al no tener salida—. Entonces, ¿qué tal si lo hacemos sobre la mesa?
     Antes que ella pudiese enredar sus brazos alrededor del cuello del sacerdote, él la tomó bruscamente por la muñeca, arrastrándola hacia la puerta. 
     La poca paciencia que le quedaba se había esfumado, no lo toleraba ni un segundo más. Necesitaba actuar rápido, necesitaba deshacerse de la muchacha de una vez y correr hacia la casa de Liddie para intentar huir lo antes posible. Estaba decidido, correría el riesgo. Había formulado una rápida idea en su mente, y en cuanto la víbora se marchase partiría a por ello.  
     —Vete a la mierda, Meredith —espetó, abriendo la puerta con sus ojos azules fijos en los de ella. Un balde de agua fría ahora parecía caer sobre los hombros de la pelirrubia indignada—. Jamás tocaría a una pequeña perra como tú. ¡Vete a la mierda!
     Empujó a la muchacha fuera, y el estruendo de la puerta cerrándose en las narices de la chica resonó a través de la habitación. Luego su sonora respiración fue todo lo que pudo oír. 
     Meredith se hallaba indignada, furiosa, avergonzada. Con una promesa que sin duda alguna cumpliría. Sin más se marchó de la iglesia a zancadas, refunfuñando para sí misma. 
     El padre Andrew buscó calmarse un poco antes de partir. Lanzó un suspiro pesado recuperándose a medias. Agarró la alforja colgada al final de la habitación y se apresuró a meter todas sus pertenencias. Sin dejar nada, cuando todo estuvo en la bolsa, salió disparado de aquella iglesia que no volvería a pisar jamás. 
     No había tiempo para tardar más. 
     Sólo debía llegar lo más rápido que pudiese a casa de Liddie para escapar del pueblo cuanto antes.     

      
     
       
        
       

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