1. Al que llaman monstruo.

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Me encontraba en una típica mañana soleada en la aldea de la arena. Me levanté y me puse a cumplir con mi aburrida rutina de siempre.

Fui al baño y me demoré en el espejo.

Retiré el flequillo de mis ojos para contemplarlos. Mis oscuros ojos marrones, iguales a los de mi madre, mostraban la fatiga y hastío de siempre. Mi ondulado cabello rubio, salvaje y despeinado, me caía en cascada hasta el hombro y estaba tan descuidado que parecía que nunca podría desenredarlo.

Mi piel pálida, parecía que cada día estaba imposiblemente más clara.

Salí, desperezándome mientras caminaba. Acomodé mi cama y cambié mi pijama a mi acostumbrada camisa color tierra y mis largos pantalones crema, doblados al final por las dos tallas que tenían de diferencia con la mía.

Con ambas, nostalgia y calidez, tomé el regalo de mis hermanos y me lo coloqué en la muñeca.

"Buenos días" pronuncié inexpresivamente bajando las escaleras para desayunar. Mi padre se encontraba sentado, leyendo, como acostumbraba todas las mañanas, "Nigai" asintió sin mirarme.

Y mi madre, fiel a su rutina, limpiaba. Ella se limitó a ignorarme.

Todas las mañanas eran lo mismo.

Me serví el desayuno y comí con rapidez. No soportaba ese ambiente de tensión más que una o dos horas al día. Me encaminé a la academia.

Fue un día como cualquier otro. Mis mediocres habilidades ninja no decepcionaron ni sorprendieron a nadie, simplemente, nadie me miraba.

Al salir, me dirigí al parque, donde sabía yo muy bien que él estaría.

La única cosa de interés que tenía.

Luego de que la catástrofe ocurriera y mi existencia dejara de tener significado, perdí el interés en la vida. Ya nada me importaba.

Mi actitud reacia al contacto humano provocó que las personas dejaran de tratarme y mi torpeza -aparentemente alguna broma cruel del destino- me hace una inútil en casi todo lo que hago.

Con el pasar del tiempo me acostumbré a estar sola y al sentimiento de tristeza que inundaba mis días. Me acostumbré, pero eso no significaba, por ningún medio, que me gustara.

No malgastaba mi tiempo entrenado en una causa perdida, así que lo pasaba vagando de aquí para allá, u observando, envidiosamente, a los felices niños que jugaban.

­­­Los niños siempre jugaban. Excepto uno, que siempre estaba solo.

Gaara del desierto, el hijo menor de Kazekage-sama.

Se sentaba día tras día en su columpio a observar, al igual que yo, a los niños.

Llegué al parque, y, naturalmente, lo primero que hice fue buscarlo con la mirada

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Llegué al parque, y, naturalmente, lo primero que hice fue buscarlo con la mirada. Después de encontrarlo, me posicioné estratégicamente para poder observarlo sin que me notara. Era la única cosa de interés en mi vida, aquel chico tan raro.

Por favor, no ésta vez. NARUTO FANFIC GAARAWhere stories live. Discover now