Cuento uno.

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Érase una vez una chica que no se podía querer. Ella tenía el pelo por los hombros y soñaba con vivir en un cuento de verdad. Con casitas y verde y viviendo en un mundo distinto.

Ella veía el espejo, pero no sabía mirar. No sabía ver la belleza en sus ojos llenos de océano y nostalgia reprimida. No sabía ver la belleza en sus faldas ni en su nariz de marfil.

Y mientras se desvivía por los demás.

Se caía a pedazos escribiendo finales felices para los demás, sin saber nada sobre sus introducciones, nudos y desenlaces.

Un día, conoció a un chico.

Aquel chico la abandonó, pero ella tenía una tonelada de corazón, y siguió insistiendo en él, como en todo.

Aquel chico, como todos, sangraba. Y fue tan egocéntrico durante un tiempo de sólo mirar sus heridas y sus ojeras y su dolor.

Y aquel chicó, volvió. Y se prometió no volver a abandonarla.

Y cuando excavaron hasta el fondo el uno del otro, él vio demasiado desamor cubierto con amor.

Érase una vez una chica que no se podía querer. Ella tenía el pelo por los hombros y soñaba con vivir en un cuento de verdad. Con casitas y verde y viviendo en un mundo distinto.

Pero aquel cuento no podía tener final.

Porque él nunca le dejaría poner un final (y menos triste).

Porque precisamente ella a él le enseñó que no hay vidas malas. Que sólo hay mal mundo donde vivirlas.

Y él siempre iba a estar ahí para recordarlo.

Fin.

Ya sabes que en realidad no.


Prosa Para Wendy.Where stories live. Discover now