Preludio: Lazo

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"Porque desde que Oda hizo aquella imagen, 

no he podido sacarla de mi mente."


La luz del alba comenzaba a filtrarse poco a poco a través de las gruesas y oscuras cortinas de la habitación, indicando inevitablemente el comienzo de un nuevo día.

El monótono y frío tono grisáceo de la primera claridad del amanecer comenzaba a acariciar sutilmente todos los contornos disponibles de aquella silenciosa habitación. Y el hombre allí presente, exhausto después de días en vela y eterna espera, sintió cierto recelo amargo en el centro de su pecho cuando esta le alcanzó el rostro e hizo arder aún más sus doloridos orbes.

Pero los malestares físicos que pudiera estar soportando no eran nada más que simples molestias pasajeras comparado con la incómoda y profunda sensación de duelo en el centro de su pecho al ser el único espectador de tal escena ante sus ojos.

La luz alcanzó por fin a las dos figuras allí silenciosamente recostadas. En camillas paralelas y entubados a una serie de enredados cables diferentes, con maquinaria emitiendo ruidos constantemente que aseguraban vida más no recuperación, yacían dos hombres jóvenes que en otro momento de sus vidas nadie jamás los hubiese creído capaz de reposar de tal forma.

Ahora en cambio, estaban pronto a cumplir una semana sin abrir los ojos. Sin dar ningún tipo de signo de mejoría ni de empeoramiento desde su llegada a la base. Nada de nada.

Un débil y entrecortado suspiro escapó de los agrietados labios del hombre allí presente al ser consciente de cómo la opaca luz lograba acentuar aún más el delicado estado de ambos muchachos postrados frente a él. La imagen grabándose a fuego lento en su memoria.

Eso no era normal. Este estado de consumida debilidad no era propio de ellos, pensó su leal guardián inclinándose hacia delante desde su incómoda silla de madera a los pies de ambas camas de hospital.

Sus temblorosas manos se aferraron a los brazos de la silla cuando casi pierde la estabilidad y se va de cara contra el suelo. El joven parpadeó rápidamente para recuperarse, pero incluso así, sus sentidos estaban enlentecidos. El martilleo en su cabeza se intensificó, el ardor en sus ojos le hizo lagrimear, y el quejido de sus articulaciones le recordó duramente todo el tiempo que llegaba en la misma posición.

Todo su cuerpo parecía gritarle por un descanso. Estar encerrado por tanto tiempo en aquel deprimente lugar estaba acabando consigo mismo. Pero no podía.

No otra vez.

Gruño con los dientes bruscamente apretados el joven centinela. Obligándose a serenarse, acallar sus dolencias y soportar. Porque había hecho una promesa.

Desde el momento en que les interceptó, desde aquel mismísimo momento en pleno campo de batalla cuando los sostuvo por primera vez en años, Sabo se juró a sí mismo no volver a abandonarlos.

Nunca más. Mucho menos cuando aún le necesitasen.


────────


Desconcertados y heridos, ambos muchachos morenos no opusieron mucha resistencia cuando sosteniendo a ambos bajo sus brazos, Sabo los alejó del mortal peligro que les acechaba en forma de ardiente lava.

Sin perder tiempo en comprobar si alguien les seguía, que era obvio que si lo hacían, Sabo se encargó de ignorar los gritos y las enormes bolas de candente magma que estorbaban en su camino y amenazaban con golpearle para acabar de una vez por todas con su intrusa existencia y así también con la de las personas bajo su actual custodia.

Justo a TiempoWhere stories live. Discover now