Ese día salí tarde de la oficina, había trabajado durante toda la jornada en la elaboración de 3 informes que debía entregar al día siguiente.
Ya todos se habían marchado, solo el sonido del teclado me hacía compañía en esa tarde mustia. Estuve ensimismada en mis deberes, el silencio y la soledad contribuyeron en que pudiese avanzar rápido. Recuerdo que estaba a punto de finalizar cuando sentí que alguien deambulaba por las oficinas. Admito que me inquieté. Ya había oído historias extrañas de apariciones de fantasmas dentro del edificio.
Cuenta una leyenda que en los terrenos en los que se levantó la construcción, hubo un convento en el que habitaban una treintena de religiosas. Cierta noche, cuando todas dormían, comenzó un incendio que acabó con la vida de más de la mitad de ellas. Las llamas se propagaron por el lugar rápidamente. Aquellas despertaron sobresaltadas ante el humo que les impedía respirar con normalidad, quedando estupefactas ante la barbaridad que estaban viviendo. Muchas prefirieron quedarse en sus aposentos orando, esperando que un milagro acabara con el fuego y salvara sus vidas. Luego de este episodio el lugar se vendió a una constructora, edificando un gran edificio que alberga hasta hoy a distintas empresas del país.
De pronto, una sombra por las dependencias de la cocina me hizo saltar de mi silla y volver a la realidad, dejando de lado las leyendas que circulaban en la oficina. Había alguien, era un hecho. Me escondí bajo el escritorio mientras pensaba qué hacer. Me levanté lentamente para asegurarme de no ser sorprendida. Divisé a Jean a lo lejos. Después supe que se había quedado a trabajar en una nueva campaña.
Salimos casi a la misma hora del edificio. Nos topamos en la salida y caminamos en silencio en dirección al tren subterráneo. Se veía un poco taciturno, como si algo en su interior lo agobiara. Era un hombre muy hermético, nadie en la oficina conocía su historia.
Ingresamos al mismo vagón de metro. Este se encontraba lleno, justo quedé frente a él, sintiendo su aroma lejano y quejumbroso. De vez en cuando nuestras miradas se cruzaron. Al principio me miró desconfiado. Pero luego de transcurrido el tiempo comenzó a acompañarlas con una sutil sonrisa.
El metro se fue desocupando, pero nosotros permanecimos cerca uno del otro. Mi corazón se agitaba con cada aliento suyo.
De un momento a otro todo alrededor desapareció. Los pasajeros ya no estaban, el ruido ambiente se había convertido en una dulce melodía. Miramos asombrados para todos lados, preguntándonos qué había sucedido.
Al verlo ahí, frente a mí, un poco más cercano, sin esa barrera inquebrantable que lo separaba de todos en la oficina, descubrí a un hombre atractivo, interesante en la quietud de su personalidad y en el recelo de su mirar.
Miré sus labios en un intento por decirle cuánto me gustaba. Me gustaba desde siempre, quizás. Se dio cuenta de mi deseos, lo sé, pues sus mejillas pasaron de un blanco ebúrneo a un rojizo otoñal.
El metro seguía su trayecto, nos miramos con evidente asombro e ignotos ante el suceso que estábamos presenciando.
— ¿Qué estará pasando?—pronunció.
—Es muy extraño, todo a nuestro alrededor ha desaparecido. —dije.
—¿No se tratará de una cámara oculta o una broma?—preguntó muy interesado en obtener respuesta.
—¿Tú crees? ¿No será un sueño?—contesté sin pensar en lo que decía.
—Un sueño en que el tú y yo quedamos solos en el metro. Soñando cada uno lo mismo que el otro...mmm no sé. Sería raro.
Sin previo aviso las luces se apagaron, solo atiné a abrazarlo, sujetándolo muy fuerte por miedo a que algo malo nos pasara.
Él me cobijó entre sus brazos, diciéndome que todo estaría bien.
Luego de un par de minutos las luces volvieron a iluminarlo todo, pero mis brazos se negaban a dejarlo ir.
Mis dedos comenzaron a deslizarse suavemente por su rostro, intentando encontrar en ellos el sosiego de mis deseos. Me detuve en su boca, en esa boca silente y provocadora. Acerqué mi rostro al suyo, sentí cómo se agitaba ante el calor de mi cuerpo asechando el suyo. Posé mis labios en él. El roce con su carne me hizo estremecer por completo. Lo besé con desespero, mientras que su timidez comenzaba a desmoronarse entre mi ropa. Sus manos apretaron mis muslos, reconociendo en ellos la necesidad de pertenecerle. Palpó mi entrepierna, corriendo mis bragas lo suficiente como para empaparse con mis ganas de que bebiese de mis surcos cada gota de miel. Desabotonó mi blusa con agresividad, como si detrás de ella hubiese un secreto que anhelaba descubrir. Mordió cada uno de mis pezones ante gritos de dolor.. Quise más, nada podía hacerme más feliz que sentir cómo sus dientes se incrustaban en mi piel.
Se detuvo para respirar, pero yo quería que se ahogara en mi cuerpo. Tomé su cabeza con mis manos y lo dirigí hacia lo más recóndito de mi existencia. Allí, arrodillado ante mí, degustó del concierto que escapaba por mis poros. En esos momentos yo miraba el cielo, descubriendo las estrellas que nunca antes pude ver. Sus movimientos eran suaves y precisos, profundizando a momentos en aquellos rincones de pudor que me hacían enrojecer.
Cuando finalizó su labor se quedó pegado mirándome, mirando aquello que había viajado por su boca y su lengua.
— Es mi turno —dije.
Bajé a su encuentro íntimo, llevándome una gran sorpresa. Era monstruoso. Quizá el más bestial de todos lo que había conocido hasta entonces. Recorrí cada una sus curvas y sobresaltos. Enloqueció sobremanera. Sus gemidos se podían oír en toda la órbita. Casi no sentía mis labios, pero no era momento de pensar en eso.
Me levanté lentamente, saboreando su torso suave y varonil. Tomó mi cintura, llevándome contra la pared del vagón. Puso mis manos en cada uno de los fierros que servían a los pasajeros como soporte. Estos se encontraban frente a frente, a un metro de distancia aproximadamente. Acto seguido se posicionó detrás de mí. Separó mis piernas con las suyas. Quedé en posición de X. Me sentía vulnerable, eso me excitaba más que cualquier cosa. Con sus manos cogió mis senos, refregándolos intensamente. Mientras lo hacía mordía mis orejas, y me impulsaba con su miembro viril. Sentía la humedad de este resbalando por mi piel, provocando una agonía por sentirlo dentro de mí.
Besó y lamió cada recoveco de mi espalda, entretanto sus manos me recorrían completamente
Abrió mis nalgas y posó su lengua en medio de ellas. Deambuló en un vaivén profundo. Aquella, endurecida, recalcaba las fisuras de mi trasero. Quería sentir su cabeza hundida en mí, y su lengua recorriendo mis espacios. Lo empujaba con mi trasero, intentando que no se separara de mi cuerpo. Sentí como uno de sus dedos comenzaba a tantear hasta qué punto llegaban mis deseos. Estos no tenían límites. Se lo hice saber con mis movimientos. Lo introdujo lentamente. Cada momento era mágico. Entró y salió con toda imprudencia, colmando su fuego en mi hoguera.
Luego de un rato se detuvo y se colocó frente a mí. Se ubicó contra la pared del vagón, con su mirada me llevó hasta él. Entonces me tomó entre sus brazos, abriendo mis piernas e introduciendo en mí toda su gallardía. Lo sentí peregrinando por todo mi ser, saliendo y entrando con suavidad, haciéndome experimentar una sensación tan placentera que no me permitiría ni siquiera gritar. Mis gemidos se apagaban en el instante mismo de nacer. Me sujeté con fuerzas de su cuello mientras él continuaba invadiendo mi cuerpo, no quería que saliera de mí. Con locura lo empujaba hacia mí, deseando que atravesara mi cuerpo. El último impulso me hizo saltar. Fue explosivo y agotador. Un orgasmo intenso que aún vive en mi interior.
En un abrir y cerrar de ojos todos volvieron a aparecer. Los pasajeros del vagón nos miraban espantados. Estábamos desnudos y agotados, tirados en el piso como soldados heridos luego de una batalla.
Desde entonces, el vagón del metro se ha convertido en nuestro punto de encuentro. En él, el universo se complace en confabular para que todo a nuestro alrededor desaparezca, regalándonos la oportunidad de saciar en aquel, toda la pasión que se esconde en el piso 16 de la empresa de marketing Vivelet.
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Pasión en el vagón de metro
RomanceUna joven muchacha experimenta, junto a su compañero de trabajo una aventura de amor en el vagón de un metro. Ambos se entregan desenfrenadamente a un momento de placer.