Capítulo 2: Alma

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Cinco años pasaron desde el día de la pesadilla. Abel y Tomás seguían viendo a Gabriel cuando podían. Una semana antes de ir, acumulaban cosas que le fueran a gustar. Guardaban todo en una gran caja, luego la cargaban en el automóvil de Tomas y partían rumbo al internado psiquiátrico. En el tiempo transcurrido los muchachos habían crecido, ya no eran unos niños de trece años. Tomás tenía novia, ya no pasaban tanto tiempo juntos con Abel. Las prioridades habían cambiado.
Las tardes eran otras, de juntarse a jugar juegos de video pasaron a tomarse una cerveza en el patio o fumar hierba.
Abel acordó con Tomás hacía una semana para poder ir a ver a Gabriel, el día que más le afectaba, ya que cumplía cinco años exactos desde el día de la golpiza brutal.
Tomas lo esperó en la entrada de su casa con la caja destinada a su amigo a su lado, una cerveza en su mano y el rostro cansado.

-Tommy, amigo, qué bueno verte -dijo Abel mientras cargaba una caja con objetos para Gabriel, que luego colocó en el suelo junto al otro bagaje.

-Abel, ¿cómo está tu vieja? -preguntó Tomas mientras le estrechaba la mano luego de no verlo durante un largo tiempo.

-Bien, como siempre, trabajando sin descanso. A veces creo que vive sólo para trabajar -respondió Abel, cabizbajo -. En esta fecha los fantasmas del veintidós de enero me vienen a atormentar.

-Chabon, ¡no seas tan duro con vos mismo! ¿no me digas que te seguís echando la culpa?

-Es inevitable, intenté todo para borrar la imagen de mi cabeza pero sigue ahí, ésta va a ser la última vez que voy a ver a Gabriel.

-¡Dale! ¿te pensas que eso va a solucionar todo? ¿Abandonar a tu amigo en la soledad de ese manicomio? -recriminó Tommy.

-Me parece que si sigo yendo, terminen encerrándome. Cinco años teniendo la esperanza de que él pudiera salir de ese pozo emocional y solo veo que cada día que transcurre, se hunde más.

-No pienso seguir insistiendo, perdona mis palabras, fueron un poco insensibles. A veces me olvido que tambien te golpeó todo esto.

-Olvídate, va ser mejor que salgamos ahora hacia el internado, me voy a despedir de él y despues tomo mi camino.

-Yo voy a seguir concurriendo, por ahí cuando te repongas me acompañas una vez más. Después de todo somos amigos.

-Tal vez, eso espero, puede que sólo necesite un tiempo. Gracias por entenderme.

Tomaron las cajas y las acomodaron en el asiento trasero. Partieron rumbo al hospital psiquiátrico. El viaje de ida fue una terapia reflexiva para Abel; se debatía si la decisión que había tomado era la correcta o debería echarse atrás y seguir concurriendo junto a Tomás. Un secreto guardaba ante todos, la sed de venganza apretaba su corazón y como una represa su voluntad detenía el cause de su instinto ¿hasta cuando podría resistirse?
La forma insistente de enterrar el caos en el subconsciente desde aquel día, lo atormentaría hasta que encontrase justicia. Las fuerzas de policía y el juzgado siempre respondían de la misma manera, la indiferencia constante por el caso ocultaba un motivo macabro, la posibilidad de encubrir a los fugitivos de manera totalmente intencional latía con elocuencia en la mente escrutiñadora de Abel. Observar la ayuda de los medios, trabajar en conjunto para ocultar información de modo que no estallara el pánico desde el primer momento lo llenó de ira. Ya habían pasado cinco años y luego de debatirse a sí mismo cuando era la hora de luchar, comenzó a investigar quien estaba involucrado en el enfriamiento de la causa hacía semanas atrás.
Mientras el viaje al instituto llegaba a su fin una tormenta mental le facilitó la idea; el plan para entender el por qué de tal corrupción y conseguir al fin la información del paradero de los criminales.
Al llegar al instituto, la gran puerta abierta supervisada por dos guardias de seguridad los recibía como los años anteriores. Un largo camino hacia la entrada del internado, los sauces a los lados y sus copiosas hojas dejaban penetrar algunos haces de luz que pintaban el camino con brillosas manchas danzantes. En el campo verde a los lados del internado varias plazoletas permitían a los confinados dispersarse. Algunos jóvenes permanecían estáticos junto a sus cuidadoras, otros sólo miraban al resto desde sus sillas de ruedas. Algunos pocos correteaban y producían sonidos ininteligibles. Apartado, en un banco de piedra a la sombra de un gran arbusto con un artístico podado que le daba forma de un gigante caballo, Gabriel miraba las hierbas como observando mas allá de la mera existencia. Sus ojos se encontraban perdidos y su cabeza ladeada.
Tomás y Abel dejaron las cajas apiladas a un lado del banco en donde Gabriel se encontraba y tomaron asiento a su lado. Permanecieron observando su rostro detenidamente esperando una reacción de parte de su amigo, pero los fármacos que le suministraban lo mantenían en un estado catatónico.
Los tres amigos, una vez más, se hallaban reunidos. El emotivo encuentro ablandó los corazones de Tomás y Abel. Sus ojos dejaron escapar algunas lágrimas de nostalgia por aquellos tiempos en que compartían un trozo de vida.
Tomas tomó su caja y comenzó a extraer algunos objetos y observar a Gabriel si reaccionaba a ellos.
Una figura observaba detenidamente desde una ventana del segundo piso. A medida que colocaban los objetos en el banco donde Gabriel se encontraba, la pesada presión que ejercía el observador recaía en Abel. El muchacho buscó en el entorno aquello que le producía intranquilidad. Un hombre sediento, una cuidadora dándole de beber agua fresca. Un niño con su padre intentando comunicarse con una internada. Un grupo de internados apartados instruidos por otra cuidadora, cada uno con un cuadro y acuarelas. La fuerza obscura no provenía de ninguno de ellos. El tiempo transcurría y aquello que buscaba ser encontrado presionaba cada vez más el corazón de Abel. Giró detenidamente, en la planta superior una figura dejaba caer lentamente las cortinas blancas que adornaban aquella ventana. La curiosidad que le produjo a Abel fue muy fuerte y se dejó llevar.

-En seguida vuelvo Tommy -dijo Abel y rápidamente aceleró el pasó hacía dentro de la estructura.

-En veinte minutos nos vamos, tengo que entregar el arancel mensual, este mes me toca a mí -habló Tomás fuerte y claro, despreocupado.

Subió las escaleras principales y sintió que el cielo se teñía de negro a sus espaldas. Abrió la gran puerta de madera barnizada con tono ébano. El largo pasillo que se encontraba detrás parecía no tener fin. Emprendió camino sobre los baldosones colocados de forma diagonal e intercalados con colores blanco y negro. Recorrió el corredor imaginariamente infinito buscando la escalera que lo lleve al piso superior donde se encontraba el observador. El silencio gobernaba en todo lugar, sus pasos sonaban como un metrónomo que aumentaba celosamente su ritmo, solo él se hallaba allí en una búsqueda que cada vez se volvía más frenética. Decidió observar el camino recorrido, y el lugar donde se encontraba era un pasillo único sin fin en ambas direcciones. Giró para seguir avanzando, pero esta vez corrió por un corredor infinito, el cansancio lo venció y se posó de rodillas. Pasos de tacos se oyeron delante de él.

-Crom, tu mente pudo percibir este mundo una vez más, te llevó tiempo regresar -dijo una voz femenina con naturalidad como si lo conociera de toda la vida-. ¿Venís para conocer tu pasado?

-No me llamo Crom... me llamo Abel... ¡¿qué es este lugar?! -contestó Abel desesperadamente.

-¿Ese es el nombre que le dieron a tu cáscara? Es lógico que te hayan ocultado tu pasado, tu madre hizo un gran trabajo. Hoy tu sentido de percepción me encontró, años intentando comunicarme cuando venías a ver a tu amigo, pero todavía eras un niño. Hoy es momento de conocer quién sos y qué hiciste en el pasado.

Los sentidos de Abel se paralizaron, imágenes venían a su mente en forma de fotografías, el único color que predominaba era el rojo entre blanco y negro. Un pequeño niño con un oso en sus brazos frente al televisor, su madre preparaba la mesa para servir la cena. Su padre sentado junto a un gran escritorio, fumaba de una antigua pipa artesanal de madera, abrigaba sus pies con unas pantuflas marrones y utilizaba unos viejos lentes que le servían para descansar su vista cuando escribía sus novelas, pues él era un escritor que buscaba ser reconocido.
Con un gran estruendo la puerta de la casa golpeó el piso, aquel que la había derribado entró con un único objetivo: matar.
El fuerte sonido asustó al niño que se oculto rápidamente tras una cortina de la habitación de la sala del living. La visión borrosa le dejo ver el obscuro teatro. La madre del niño arremetió contra el extraño, el cual gatilló el arma de fuego que poseía repetidas veces. Un fuerte empujón hizo que la cabeza de la mujer diera contra el marco de la puerta de la habitación quedando inconsciente, el padre corrió a socorrer, pero el desconocido le disparó a quemarropa, impactando en el pecho y en el hombro. En el momento de terminar su trabajo de sicario, las luces del lugar se extinguieron, aquel niño oculto salió de su escondite. En la obscuridad mutó en algo desconocido. Correteó hacia el asesinó golpeando su mano y logrando arrebatarle el arma que fue arrojada al suelo lejos de él. Su padre y madre todavía yacían inconscientes. El asesino caminó sobre el charco de sangre espesa resbalando entre el líquido carmesí en la pura obscuridad. Un sonido de metal tintineó en una habitación contigua, el sicario intentó reponerse, pero al lograrlo un filo rapido y preciso le cortó el talón de aquiles. Al intentar gritar de dolor otro corte le perforó la garganta a la altura de las cuerdas vocales, produciendo un grito mudo en medio de la negrura de la habitación. Sus minutos estaban contados, cayó seco junto a los padres del niño, aquello que difería mortíferamente de ser una criatura inocente se paró sobre su pecho convulso, y penetró con el cuchillo justo en el corazón hasta apagar su despreciable vida. Luego, la visión se extinguió.

-¿Qué soy realmente? ¿quien es usted? -dijo Abel totalmente abatido.

-Sos el hijo que tus padres jamás podrían tener, el fruto del deseo por un ser que les ilumine la vida, y que les dé un motivo para seguir adelante. Mi nombre es Astartea, con quien tus padres pactaron para poder tenerte, y vos... Crom, mi hijo no nacido que encontró quien lo amara desde niño.

La mente de Abel se quebró, el mundo se dio vuelta a su alrededor, el abismo lo abrazó con ternura y la obscuridad lo acarició, en el rostro de la mujer se dibujo una sonrisa que por cada segundo que transcurría parecia mas surreal. El aullido del viento le susurró una canción de cuna al oído.
Abrió sus ojos lentamente, se encontraba aferrado fuertemente a la mano de su amigo Gabriel en el enorme patio, abrigados por la sombra del gran arbusto con forma de caballo.

-Tranquilo Abel, yo ya conozco este mundo, lo llevo conmigo desde aquél día -susurro Gabriel suavemente al oído de Abel.

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⏰ Last updated: Jan 28, 2020 ⏰

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Eco de un grito mudo (Revisión 2)Where stories live. Discover now