Malas Intenciones

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Helga se hallaba de pie frente al pórtico de su casa, esperando por el transporte escolar y aun sin poder entender exactamente cómo fue que sus padres la pudieron abandonar tan descaradamente en una fecha que se supone debería ser íntegramente familiar. Lo único que la mantenía alegre era que en unos cuantos minutos más podría ver a su amado, a su sol, a su motivo para despertar cada mañana. Tan distraída se encontraba pensando en el chico de cabellos rubios, que no se percató de que el autobús ya se encontraba estacionado frente a la acera de su casa tocando la bocina.

—¡Auch! ¡Mis oídos! ¿Desde cuándo fue que usted perdió el gusto por su trabajo? Claro, eso si es que alguna vez lo tuvo. —Helga le recriminó al chofer luego de subir al autobús, a lo que este simplemente se limitó a gruñir.

Helga caminó por el pasillo, mirando de reojo a los chicos y chicas que se encontraban sentados en los asientos de los extremos, como si estuviera buscando a alguien. Finalmente, al llegar a mitad del transporte, fue finalmente cuando lo vio a lo lejos, acurrucado dentro de su asiento con los brazos cruzados y el ceño fruncido. Ahí, en la parte posterior del camión se encontraba el verdadero motivo de sus suspiros, de sus sueños y anhelos más profundos desde que ambos asistían juntos al jardín de niños: Arnold, el chico más simpático y gentil con la cabeza de balón más pronunciada de toda la creación.

Helga se acercó con nerviosismo y cautela como lo haría un minino acechando a un ratón, estando completamente convencida de que quería sorprenderlo lo antes posible dándole anticipadamente su regalo de navidad con el fin de romper el hielo y así tener más confianza en sí misma para tomar valor y posteriormente confesarle sus verdaderos sentimientos. Sin embargo, el brazo de otro muchacho le detuvo el paso antes de que pusiera acercarse un solo centímetro más hacia Arnold.

—¡Oye! ¿Qué demonios es lo que te pasa cabeza de cepillo? ¡Déjame pasar!

—¡Mira Helga! —Gerald la encaró—. Por lo general siempre he tratado de ignorar y pasar por alto todas las atrocidades que siempre cometes contra el pobre de Arnold. En cualquier otro caso no me importaría, pero te recomiendo que esta vez no vayas hacia allá. Es más, lo mejor sería que ni te acerques a él.

—¿Y se puede saber el por qué no, Geraldo? ¡Tú no eres nadie para decirme que hacer o qué no hacer, mucho menos para decirme en donde debo sentarme o en donde no debo de estar!

—Escucha Helga, si tienes pensado molestar a Arnold como siempre con tu arsenal de bromas o con uno de tus molestos insultos será mejor que te lo pienses mejor y lo dejes para otro día. Como ya te habrás dado cuenta; en estas últimas semanas no ha sido precisamente el mismo y a estas alturas puedo concluir diciendo que esta peor que nunca. Ni siquiera quiere escuchar a sus amigos más cercanos. Imagina lo que podría pasar si lo comienzas a molestar.

—¡Sí...! De acuerdo... Lo entiendo a la perfección cabeza de cepillo. Tampoco pienses que soy un ogro sin sentimientos y sin el más mínimo ápice de sentido común. —Se cruzó de brazos y frunció el ceño—. Tomare el dato. Ahora quítate de mi camino antes de que te deje bien marcados a los cinco vengadores en toda tu carota de menso.

—¡Lo que tu digas Helga...!

Helga apartó a Gerald de forma violenta y se fue a sentar a unos tres asientos por adelante de donde se encontraba el rubio. Para entonces, Arnold aun no se había percatado de la presencia de Helga, pero ella lo había estado observando todo el tiempo durante el transcurso del trayecto luego de girar la cabeza en repetidas ocasiones. Helga lo miraba sentado ahí, triste... Contemplando la ventana como si nada a su alrededor le importara o como si no tuviera el más mínimo interés en la vida. Todo lo que él buscaba era una respuesta, una que probablemente nunca llegaría.

La Desaparición de Helga Pataki [Terminada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora