Memento

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La noche poco a poco empezaba a caer sobre las costas de la vieja Galia, y en un claro perdido en un bosque sin demasiada importancia, una figura delgada y morena caminaba de un lado a otro, en silenciosa impaciencia. Estaba cubierta por completo en piezas de tela amarillenta, escondiendo cada milímetro de su oscura tez con excepción de sus manos y lo que pudiera notarse alrededor de sus descubiertos ojos amarillos.

Considerando que la temperatura pronto bajaría, quizá será una buena idea refugiarse en el interior de su improvisada tienda de campaña: Una gran alfombra (su favorita, y ahora única pieza persa) dispuesta sobre la rama baja de un olmo, con cuatro piedras sosteniendo sus esquinas en el suelo para formar la más básica de todas las carpas... ahora mismo llena de frascos de cristal de diferentes formas y tamaños, algunos vacíos, algunos llenos de misteriosos líquidos y rotulados con un pequeño trozo de pergamino y su respectivo símbolo.

...

Sí, no había forma que ella cupiera allí dentro, luego de sacar los contenidos de su saco. Y ni hablar del saco: ese condenado artilugio de tela hindú le había costado una fortuna, podía meter todo lo que quisiera allí y nunca le llenaría, pero era casi tan grande como la carpa misma. De haber tenido más dinero en ese momento, habría invertido en tratar de desarrollar una versión de bolsillo.

De nada servía pensarlo ahora, realmente.

El tener que reordenar sus instrumentos era una de esas tradiciones de las que Mustafá simplemente no podía escapar, por mucho que lo intentara. Un ciclo sin fin de encontrar lugares propicios para asentarse, conseguir dinero suficiente para crear una torre, realizar sus experimentos tranquilamente por un par de décadas, y luego escapar cuando el ejército de un imperio cercano tomase el lugar o la población súbitamente decidiera que un alquimista ya no era necesario en su sociedad.

La gente le teme a lo desconocido. Eso era un hecho, uno de los primeros preceptos que había aprendido durante sus años estudiando el arte de la Alquimia, y un principio que llevaba muy claro en cada pequeño paso que daba...

... Pero eso no hacía el tener que esconderse en una tienda de campaña algo más aceptable para alguien de su categoría.

¡Y ni siquiera era una tienda de campaña particularmente bien hecha! Llena de vergüenza, la alquimista había tenido que admitir que a sus casi cuatrocientos años de vida, no tenía ni la menor idea de cómo levantar un campamento ¡Con suerte y salía a la luz del Sol! ¡O la luz de la Luna, en este caso!

 — ¿Acaso un demiurgo como yo debería reducirse a esta clase de trabajo manual? Por supuesto que no. Para estas cosas es que aún no se ha abolido la esclavitud.

Pero Mustafá no tenía esclavos. Con suerte había conseguido salvar dinero suficiente para sobrevivir un año o dos... ¡Y no tenía un año o dos! ¡No con la gente de la inquisición pisándole los talones de esta manera!

Nunca había tenido que escapar sin un solo día de anticipación, hasta ese entonces podía leer al viejo Giovanni como a un libro abierto. Su última arremetida en Constantinopla había sido despiadada, rápida y sin escatimar en gastos... ¿Será que su pequeño juego de "Gato y ratón" estaba llegando a su fin? ¿Finalmente había perdido la paciencia?

Un cúmulo de emociones palpitó en su cabeza, como un lejano eco de un alma que, dentro de su cuerpo, luchaba por no extinguirse por completo... Es difícil continuar sintiendo, una vez que se llega a cierta edad. O al menos eso era lo que Mustafá quería pensar, a pesar de que la evidencia que había podido recopilar sugiriera lo contrario.

— Anciano decrépito y sin cerebro. —Murmuró la alquimista, tratando de invocar el rencor y la frustración que con tanta dificultad podía percibir en su mente. Su voz era la verdadera imagen de la monotonía, si es que aquello tenía sentido.— Supongo que hablaba en serio cuando dijo que no se rendiría ante nada.

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⏰ Last updated: Mar 22, 2019 ⏰

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