«Té de cedrón» ✪ Clásicos.

511 22 34
                                    

Aquel, con la nariz de península, extraño, grotesco, extravagante y ridículo, consumado espadachín, poeta, soldado, enamorado... Aquel, que admiré más de veinte mil veces por ocultarse tras la voz de Christian para enamorar a la bella Rosana. Aquel, estaba ahora en mi cocina, discutiendo abiertamente con mi novio. Ambos se medían en una batalla de miradas sin igual.

—¿Pero, qué pasa aquí? —pregunté.

—Este noviecillo suyo me ha mirado la nariz, madmoiselle —espetó Cyrano, aferrando su espada a punto de desenvainarla para batirse en un duelo inexistente.

—¡Qué nariz ni qué nariz! —exclamó Lucien con su rostro fastidiado—. He venido a pedirle explicaciones, porque este señor lleva aquí una semana y ya intenta seducir a mi madre, nada más ni nada menos que con cartas.

Sonreí para mis adentros. Desde que la fabulosa máquina que había inventado trajo, milagrosamente a la realidad a Cyrano, esa semana había sido un caos. No pude devolverlo a su realidad por más que lo intenté y no le quedó otra que acostumbrarse a este mundo. ¡Y no le iba mal!

—¡Si sigues mirándome así, me veré obligado a abofetearte! —advirtió Bergerac, haciendo ondear su larga nariz en dirección a Lucien.

—Ivette, ¿puedes hacer algo?

—¡Claro! Me prepararé un té de cedrón y me iré para que resuelvan esto como adultos.

—¡Pero es ridículo, Ivette! Le envía cartas, ¡a mi madre! Menos mal que mi padre ya no está entre nosotros.

—Pues esa es la gracia, monsieur, su padre no está. Entonces, tengo todo el derecho del mundo de escribirle a madame Georgette.

—Lucien, ¿no lo entiendes? Es súper romántico —suspiré—. Qué daría yo por recibir una carta de amor, algo más osado en tiempos de WhattsApp y sin emoticones —mascullé.

Me retiré, dejando la propuesta en el aire, y esperando que Lucien captara mi mensaje. Pero creo que solo el señor Bergerac lo comprendió.

—Les vendría bien tener una relación epistolar... —murmuró Cyrano, sirviéndose un poco de té de cedrón.

—¿Cómo dice?

—¡Que Copérnico me ampare! Cuánto trabajo tengo aquí, mon dieu —suspiró, sacudiendo su mostacho—. Imagínate cada mañana, antes de irte a trabajar, dejar una carta en la almohada de Ivette con un poema de Chapelain. Llenarla de dulces palabras y dedicarle más tiempo a hacerla reír. Dejarías de estar con la cabeza metida en ese artilugio endemoniado y ella sería más feliz. ¡Ah! Qué tiempos aquellos en donde sólo una palabra conquistaba el corazón de tu amada y amar dependía de una catarata de gotas fortuitas de tinta, cayendo en el lugar exacto del papel. Una infinidad de amor que se extendía a lo largo y a lo ancho de tus palabras y cada vez que la veías leer tus cartas, podías notar su amor por tí en sus ojos...

—¿Se siente usted bien, Cyrano? —Lucien se preocupó.

—Sí, por supuesto, solamente estaba recordando. En fin, es momento de que reconquistes a tu Ivette. Como lo fui una vez de Molière, hoy seré tu consueta del corazón... ¿Un té?

----------------------------------

¡GRACIAS POR LEER! ♥

1. Amo la obra de Edmund Rostand. Por eso no pude dejar pasar la oportunidad de escribir sobre su icónico personaje Cyrano de Bergerac. Si aún no han tenido el placer de leer la obra, se las recomiendo con mucho amor.

2. El título «Té de cedrón» se debe a que, cuando Rostand escribió la obra, se hallaba muy nervioso y su esposa le preparaba muchas veces este té para calmar sus retortijones nerviosos. Gracias a este amor tan incondicional, Rostand reconoció que ella era el gran amor de su vida y nada ni nadie podía reemplazar lo que ella le prodigaba.

3. Se corría el rumor de que Molière "tomaba prestadas" algunas de las frases o poemas de Cyrano para beneficio propio, por eso, el mismo Bergerac se llamaba a sí mismo el consueta (apuntador) de Molière.

Espero que les haya gustado al menos un poquito. Besos enormes. ♥

«Relatos Cortos»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora