Vicky despertó esa mañana y luego de desayunar, salió al jardín. No había visto a Belén en días ya que le habían dado permiso para ir a con su familia a su pueblo natal, su abuela había fallecido. Se suponía que debía llegar ese día, y Victoria estaba preocupada por ella. Su abuela era la persona que Belu más amaba, y sabía que ese tipo de situaciones eran peligrosas para los adictos en recuperación, podían hacerlos caer con facilidad, más teniendo en cuenta que Belén vería a su primo, que era quien la había introducido en el tema.
Ansiosa, fue a hacer los ejercicios matutinos y luego intentó participar en la clase de yoga sin ningún éxito. No lograba concentrarse, por lo que salió de la sala tratando de hacer el menor ruido posible para no molestar a sus compañeras. Una de las cosas que más le había costado era acallar su mente durante el yoga, sin embargo, hacía un buen tiempo que lo había logrado. Pero hoy no era un buen día, anhelaba la llegada de su mejor amiga del centro de recuperación y decidió ir a espararla en uno de los senderos por el cual tendría que atravesar sí o sí para ingresar al edificio.
Se sentó allí en uno de los bancos y observó el cielo. Estaba claro y límpido, algunas aves revoloteaban cerca y ella cerró los ojos para absorber el aroma de las azucenas cercanas que don Jorge había plantado en esa zona. El portón de hierro hizo su característico sonido y abrió los ojos esperanzada.
No era Belén, era el chico misionero que iba dos o tres veces a la semana a hacer caridad y hablar de Dios. Vicky nunca había hablado con él y mucho menos había ingresado a sus charlas semanales, no le interesaban en lo más mínimo, a pesar de que su familia era creyente, no sentía que estuviera lista para dar ese paso y acercarse de nuevo al Dios en el que alguna vez creyó. El chico pasó delante de ella y le regaló una sonrisa a modo de saludo. Su piel era oscura y su cabello corto se enredaba en pequeños rulos. Tenía los ojos oscuros y una sonrisa demasiado dulce que formaba en sus mejillas dos hoyuelos profundos. Vicky no le respondió la sonrisa, solo movió la cabeza a modo de saludo y volvió a cerrar los ojos.
El muchacho se detuvo y caminó hacia ella.
—Hola, disculpa... No te conozco, mi nombre es Alexandre. ¿Eres nueva? —inquirió.
—No, estoy hace más tiempo del que tú tienes viniendo —respondió ella con tono hostil y sin abrir los ojos—. ¿En qué puedo ayudarte?
—Disculpa, solo quería invitarte a nuestro encuentro de hoy, ¿no te gustaría participar? —preguntó el chico.
Vicky abrió los ojos y sonrió de medio lado. Negó con la cabeza y suspiró.
—No gracias, no creo en Dios —añadió.
—Bien... no importa, él cree en ti —respondió el chico y dio media vuelta para seguir caminando.
—¿Cómo lo sabes? —preguntó Vicky interrumpiendo su andar. Él se volteó y le regaló otra sonrisa.
—Porque te ha dado otra oportunidad, ¿cierto? Podrías haber muerto, ¿no? Las drogas han llevado a varios ya, pero no a ti. Tú estás aquí porque Él así lo quiso —replicó.
ESTÁS LEYENDO
Ni el cielo ni el infierno ©
Teen FictionVicky está atrapada en sus recuerdos, no puede superar la muerte de su hermano ni el abandono de su exnovio. Se siente frustrada y ahogada en una sensación de vacío que no sabe cómo llenar. Su vida no ha sido sencilla, y a los veintitrés años sient...