Otra zorra

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Corrí, lo juro, corrí hasta que el asfalto besó mis rodilla y el viento abandonó los rizos de mi cabello, la respiración se perdía en mis pulmones y mis ojos no podían cerrarse.

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Era un día soleado, mi piel incitaba a los rayos a adornarla en medio de los árboles, tomada de  aquel que yo consideraba el amor de mi vida, morían las hojas del otoño bajo nuestros pies.

El atardecer perfecto.

La creación de lo que había sido amor de una noche se desarrollaba en mi vientre, me había carcomido ya por cuatro infinitos meses, cuatro, un número que jamás olvidaré. Él lo amaba, así como la última lo amo a él... jamás hablamos de ella, será para mí siempre un misterio.

Me tomó entre sus brazos, sosteniendo la nada de lo que parecía mi todo, era amor, será lo que dirá dentro de unas horas, porque soy yo la descuidada que lo ha dejado entrar en mi vida; también dirán que he sido yo la que lo ha incitado, yo lo pedí.

Mi cuerpo pasea por sus ojos, como si fuera algo más que un simple cascarón para mi demacrada alma. Sede del amor ajeno, ese que probablemente se confunde con la atracción y el deseo.

Hermosa criatura dentro de semajante y paradójico caos, poluto mi cariño e incesante su necesidad.

El ángel de dos años que miraba a través de lo que parecía un episodio de terror, sólo retrocedía presintiendo lo que se avecinaba.

Una mala frase, una mirada desprevenida, un descuido, lo que sea que haya sido será ahora lo que nunca quiso llegar a ser... el golpe, la mejilla ensagrentada, el bulto aplanado, y las lágrimas del ángel. Cuatro fueron suficientes, cuatro me destrozaron, cuatro me pusieron en plegaria infinita, cuatro me derribaron, cuatro fueron necesarios y suficientes para hacerme callar.

Se preguntarán por qué no me quedé, por qué mi ángel seguía observandome desaparecer... volveré por ti querida mía, desde el cielo que este hombre ha vuelto un infierno, velaré por ti.

Así dejé mi cuerpo regresar, matar esas horribles hojas de otoño, ahora son rojas, siempre lo son cuando su amor explota, yo no puedo sostenerlo... mi ángel no lo verá, jamás conocerá el amor tan peculiar el que su padre me dio.

Mientras corremos siento como se va, el regalo engendrado, ya no está, descansa entre mis mejillas a forma de la húmeda e incolora tristeza, pero ese mi ángel crecerá, se enamorará de un redentor, como lo fue su padre para mí. Dentro de un mundo lleno de monstruos, aquel que parezca más humano, resultará el acercamiento más cercano a lo que nuestra especie ha denominado la solución... llámenle como quieran, a mí me han dicho que es amor.

Morirá como yo moría con cada muestra de afecto, morirá como yo de camino a mi ponzoñosa salvación.

Seguiré corriendo, dejaré que el asfalto no acaricicie sólo mis piernas, sino también mi rostro, tal vez sería mejor que conservara mi cuerpo entero, tal vez mi alma.

Ese ángel ha crecido solo, pero Dios sabe que morirá entre multitudes, sólo será vanales recordatorios de lo que fue.

Antología de un mundo caóticoWhere stories live. Discover now